Cuando Pedro Sánchez ha llegado al Congreso, lo esperaba Yolanda Díaz con un libro. Parecía un regalo, pero Pedro lo ha abierto y ponía: "Para Yolanda". Igual que en las últimas medidas electorales anunciadas por el presidente y aprobadas sin el consentimiento de la vicepresidenta; en esas pone: "Para Pedro".
Era Un nuevo país al otro lado de mi ventana (Galaxia Gutenberg, 2023), de Theodor Kalllifatides. Desde esta ventana de la tribuna, el Parlamento no amaga con ser nuevo. Se viene aquí a leer, a estudiar. Y lo más importante: a no responder. Suele ser eso lo más sustancial de estas sesiones: lo que no se dice.
Lo afrontaba con resignación el ministro Escrivá, casi como si fuera el de Balaguer. Había llegado el primero. Se había sentado. Había ordenado sus papeles. Sabía que podía avanzar trabajo pendiente. Basta con aplaudir de vez en cuando al presidente o a un compañero. El maestro en esto era Suárez Illana, que por estar en la Mesa, no tenía ni que aplaudir y casi se ventiló el tocho de Florencio Domínguez sobre las víctimas de ETA.
La novedad de estas sesiones está, por tanto, en el silencio y en el chascarrillo. Los telediarios de los miércoles, cuando ponen lo del Congreso, sólo ponen chascarrillos. Porque los silencios se ajustan mal al lenguaje de la tele.
Dos ejemplos: un chascarrillo de hoy ha sido el plagio de Gabriel Rufián a Vox. Ha dicho el de ERC: "Esto no son medidas de extrema izquierda, sino de extrema necesidad". Iván Espinosa de los Monteros ha encajado bien, se ha reído y lo ha comentado con su grupo, que fue el que inventó lo de "esto no es extrema derecha, sino...".
Y un silencio importante: los diputados de Bildu han merecido más atención que de normal en su entrada al Parlamento. Les han puesto la alcachofa para preguntarles por la presencia de hasta cuarenta terroristas en su alineación electoral para el 28-M. Ni pío.
Tiene su lógica política que Bildu no conteste, ¡qué iban a decir! Lo que sí sorprende, a pesar de la costumbre, es que un secretario general del PSOE calle sobre esa misma pregunta. Se lo han dicho Cuca Gamarra e Inés Arrimadas. En contra de lo que suele suceder, Sánchez no ha leído las réplicas. Porque no había nada que leer, no había que contestar.
Sin darse cuenta, ha empezado igual su contestación a las dos: "Comprendo su frustración". Oskar Matute, Mertxe Aizpurua y Jon Iñarritu sonreían. Son, eso es innegable, un partido de Estado, como dice Pablo Iglesias. Con la misma influencia o más de la que venían teniendo el PNV o CiU.
Entonces, ha llegado el momento clave. Cuando ha preguntado Aitor Esteban, Sánchez sí ha abierto la carpeta blanca donde guardaba los folios escritos e impresos por su gabinete de Moncloa. Después de callar sobre la presencia de terroristas en las listas, se ha compadecido con el PNV del asesinato de Mikel Zabalza. Ha clamado Sánchez contra la "guerra sucia" ante el asombro de la oposición, que no le recriminaba su postura frente al GAL, sino su silencio sobre las listas de Bildu.
Y del silencio atronador, que dicen los diarios deportivos, al chascarrillo. Le tocaba el turno a la ministra de Justicia, Pilar Llop. En lugar de contestar a una pregunta tan sencilla como "¿dará el Gobierno marcha atrás con la reforma de la malversación tras la directiva de Bruselas?", se ha puesto a dar clase de latín a los del PP.
La pedantería está mal, quita votos, pero no viene mal de vez en cuando en esta Cámara donde el nivel de los partidos hace tiempo que tocó suelo. "Señoría, usted siempre igual. Con argumentos ad hominem, ad populum, ad ignorantium...". A nosotros, igual que al diputado del PP, nos venía a la cabeza el "rosa, rosae", "rosam, rosas", "rosae, rosarum".
Aunque a duras penas, no hemos necesitado traducción simultánea, pero sí diccionario para lo que estaba por venir, que era mejor: "¡Déjese de anacolutos discursivos y póngase a trabajar!". Decir "anacoluto" hoy en la Carrera de San Jerónimo es como pegar un tiro al techo en el Congreso de 1981.
Con "anacoluto", a tenor de la RAE, dícese de la "inconsecuencia en la construcción del discurso". Lo raro, siendo esta palabra tan buena y tan precisa para explicar la liquidez de nuestros políticos, es que no se haya usado más esta legislatura.
El problema de la polarización es que incluso los chascarrillos pueden costarle al protagonista un ataque de nervios. Todo esto había pasado por delante de Escrivá, que seguía con sus papeles, sin inmutarse. Con el aplauso como único asueto.
Hasta que le ha tocado el turno de responder a un diputado del PP llamado Jaime de Olano, que le ha acusado de hacer de la Administración española una cosa "tercermundista". Eso le ha dado igual a Escrivá, pero se le ha hinchado la vena cuando ha oído a su opositor decir que más de 260.000 autónomos corren el riesgo de tener que "devolver ayudas".
"¡Es un bulo! ¡Un bulo!", gritaba desatado el ministro Escrivá. Su efusividad era premiada por los suyos en forma de aplauso, pero él no quería ovaciones, sino responder y que se le escuchara. Por eso, al estallar las palmas de la bancada socialista, gritaba a modo de interrupción: "¡Primer ejemplo, primer ejemplo!". Luego lo mismo: "¡Segundo ejemplo! ¡Segundo ejemplo!".
Yolanda Díaz acostumbra a regalarnos datos gratis –servicio público–. Hoy no ha sido menos. Pero esos datos muchas veces van descontextualizados. El de esta mañana ha sido tremendamente estajanovista. En España, hay cada vez más trabajadores y todos ellos trabajan un montón: "660 millones de horas trabajadas". ¿Contabilizará como trabajo la sesión de control?