El pasado y el pasado más reciente de la política española se dieron la mano, y hasta los abrazos, la noche de este jueves en Madrid. La figura de Juan José Laborda, senador constituyente y hasta 2008 -presidente de la Cámara Alta entre 1989 y 1996-, reunió en un hotel de la capital a 150 ex altos cargos de todas las Españas posibles: desde el PP, al PSOE, pasando por la vieja UCD o Convergència: ministros, catedráticos, vicepresidentes del Gobierno, presidentes autonómicos y hasta un padre de la Constitución.
La generación de los constituyentes y la última generación del consenso, la previa a la actual, homenajeaban a Laborda como un "pontífice". Es decir, como un hombre que "siempre tiende puentes", también con "personas de otros partidos e ideas".
Sobrevolaba el acto, preparado con mimo durante meses por esos "amigos y rivales", la actual España de "las trincheras y el populismo". También, claro, la inopinada expulsión de Nicolás Redondo de su PSOE, aún caliente de pocas horas antes.
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Y, en los canapés en cada corrillo, y luego de mesa en mesa cuando tocaba cenar, la "preocupación que tenemos todos", confesaba un socialista de reconocido prestigio (y empeño en no ser citado) por esa amnistía que se negocia "no para el entendimiento", sino por un puñado de votos.
"Los viejos sí nos poníamos de acuerdo. Nada que ver con los de ahora", contaba Matilde Fernández, exministra de Asuntos Sociales con Felipe González, risueña, a pesar de todo, en conversación con EL ESPAÑOL. Y lo hacía señalando con el mentón y la mirada a Soraya Sáenz de Santamaría (PP) y Miquel Roca (padre de la Constitución y de la antigua CiU).
Ambos se sentaron a la mesa principal, uno a cada lado de Laborda. Pero antes, Roca había paseado su elegante figura de "reliquia del pasado" por el gran salón que alojaba el cóctel de bienvenida.
Uno se imaginaría al eterno padre de la Carta Magna dejándose agasajar, apostado en un lugar egregio. Pero no, era él quien se movía, buscando las sonrisas, los reencuentros y las anécdotas, a sus 83 años, ofreciéndose a responder con un abrazo o alguna chanza: "Te voté cuando lo del PRD en el 86... aunque con miedo de joderlo, porque siempre acabo votando a los del 2%", le abordó un desconocido. "Aquella operación Roca... pues sí que la jodiste, sí", respondió con una palmada firme y una carcajada.
Los alegres reencuentros de hombres y mujeres que, en la tele, iban con el don o la doña por delante hace unas décadas y, en su tarjeta de visita, con un relieve ministerial grabado -"¡hombre, Juanma!" "¿Qué tal, Esperanza? ¡Cuánto tiempo!"- eran, en cada caso, el prólogo de un cambio de rictus hacia el ceño fruncido. Las cabezas más cerca, aproximando la boca de uno a la oreja de la otra y viceversa, para decirse lo mismo de siempre: que, en el fondo, están de acuerdo; pero ahora en otra cosa. En el peligro de las trincheras, la división y el populismo.
El demagogo de playmobil
Laborda lo definió en su discurso, recurriendo a Homero y Tucídides: "Lo del 36 fue una tragedia, cuyo destino ominoso era inexorable, estaba escrito; pero lo del 78 era un drama, y en los dramas aún puedes elegir el destino. Estamos ante un drama, como entonces".
En los 11 discursos se habló, sin decirlo, de lo mismo que se había dicho y hablado en los corrillos. "Decía Dickens que el número de delincuentes no hace bueno el delito", confesaba Maite Pagaza, al inicio del encuentro, a un viejo amigo socialista, Aitor Perlines.
Y algo muy parecido citó el propio Laborda, en ese paralelismo que hizo entre la España de hoy y la Atenas democrática que cayó, debilitada, ante la autoritaria Esparta: "Alcibíades fue famoso por sus discursos llenos de demagogia, palabra inventada entonces... todo era bueno para él, si lo pedía el pueblo. Sinceramente, es humorístico escuchar hoy a Puigdemont. Él es nuestro Alcibíades, pero a escala playmobil".
Abajo del estrado y la tarima, en las mesas, se oyeron risas y aplausos: de Juan José Lucas e Ignacio Astarloa (PP) a Juan Carlos Rodríguez Ibarra y Enrique Barón (PSOE). De viejos socios de José María Aznar a colaboradores estrechos de Joaquín Almunia. Asturianos y andaluces, catalanes y castellanos, vascos y canarios.
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Todos ellos escucharon parlamentos distinguidos y galantes.
Algunos "optimistas", como el de Roca: "Si lo hicimos una vez bien, ¿por qué no lo vamos a hacer ahora?", proclamó el ponente constitucional nacionalista catalán. "La discrepancia es posible... ¡y necesaria para poder armar el consenso!".
Y otros casi desesperados. Así fue el del ministro con Adolfo Suárez y con Leopoldo Calvo-Sotelo (de Presidencia y de Educación). Juan Antonio Ortega y Díaz-Ambrona (UCD) se definió a sí mismo como el más pesimista, citando incluso "una profecía de Javier Arzallus, que decía que la democracia del 78 no llegaría más allá de 2003".
Por suerte, admitió, el "viejo jesuita" se equivocó. Aunque los de la Transición, añadió, "somos una especie en extinción, tengo un sentimiento de desmoronamiento, vivimos en una burbuja anestesiante que hace parecer que todo está bien... cuando cualquier protesta hoy se considera un golpe de Estado y, en cambio, un golpe de estado real se ve como algo sencillo, que no está tan mal".
"Celebrar la concordia"
El contexto político actual, de especial crispación, se tradujo en uno de los avatares de la organización: según relataba Matilde Fernández -una de las promotoras-, el evento se iba a celebrar inicialmente en el restaurante Jai Alai y se tuvo que reubicar, dada la necesidad de verse de "los viejos, los antiguos y algunos anticuados", contratando dos amplios salones del hotel Meliá Castilla.
Por el evento homenaje a Laborda, ahora que ha dejado el Consejo de Estado a sus 75 años, desfilaron otros nombres, como el exministro de Industria socialista Juan Manuel Eguiagaray; el catedrático y rector Emilio Lamo de Espinosa; exvicepresidente del Gobierno Rodolfo Martín Villa (UCD); la expresidenta del TC María Emilia Casas; la exministra, expresidenta del Senado y de la Comunidad de Madrid, Esperanza Aguirre; la presidenta del Tribunal de Cuentas, Enriqueta Chicano o el expresidente de Asturias y último líder de la Ejecutiva del PSOE antes (y después) de Pedro Sánchez, Javier Fernández.
Fue él quien inauguró los discursos, pronunciando el que había preparado Alfonso Guerra, ausente por fuerza mayor: "Tu sabiduría, Juanjo, casa mal con esta época en la que la inmadurez es un mérito", leyó el político asturiano dirigiéndose a Laborda, "ahora que se aparca a los capitanes y se le da el timón a los grumetes... ésos que sin complejos, y sin escrúpulos, tropiezan a ciegas por un mundo que no pueden comprender pero sí destruir".
La reunión se celebraba, ya hemos dicho, entre los comentarios de los asistentes, alucinados con la expulsión del PSOE del que fue líder de los socialistas en País Vasco, Nicolás Redondo Terreros. Según Ferraz, la expulsión ha tenido lugar por "el reiterado menosprecio" de Redondo a las siglas del partido a través de diversas apariciones en la prensa, en las que siempre ha sido muy crítico con las decisiones del Ejecutivo de Pedro Sánchez. "Con Felipe no se atreven, ni con Guerra", asentía inquieto para no hablar de más ese socialista citado al principio, "es un aviso a navegantes, parecen decididos".
¿A qué? A montar otro "momento constituyente... o destituyente", se intercambiaban dos letrados en Cortes. "A inventar una amnistía, o como lo acaben llamando... que es igual, porque es darle la razón a los malos, es tirar la democracia por el precipicio, y prostituir la del 77".
A la entrada, quien más duramente se pronunció sobre este asunto fue el expresidente extremeño Ibarra, también del PSOE. Caminando solo de llegada al hotel, se paró ante la prensa, con el discurso preparado: "Fue secretario general del PSE durante cuatro años, años donde ETA mataba y había que tener mucho valor", proclamó.
"El PSOE tiene 142 años de historia y ha pasado por guerras civiles y dictaduras. Franco no acabó con él, ¿cómo le va a perjudicar un militante? Quien piense eso, está menospreciando al PSOE. Yo no quiero que parezca como débil, porque algunos como el prófugo [Puigdemont] luego se aprovechan", zanjó. Y ya no habló más. "Lo he dicho todo a la entrada, tómate una copa, que hemos venido a celebrar la concordia".