Alfonso Guerra salió a presentar un libro, pero se presentó a sí mismo. Como socialista, como constitucional, como testigo de por qué ser "socialista" es ser "constitucionalista", defensor de la convivencia, del pacto, de la democracia que incluyó a todos, "conservadores, progresistas, comunistas y nacionalistas... que se autodeterminaron entonces, como ellos mismos dijeron en 1978".
Guerra armó un lío, recibido con aplausos a su llegada al Ateneo, como minutos después le ocurrió a Felipe González, compañero desde hace más de 50 años, cuando reconstruyeron el PSOE juntos.
Y ahora, que ambos (y muchos otros) encienden las luces rojas cuando Pedro Sánchez "va cambiando" de opinión para hallar "votos debajo de las piedras", para controlar el congreso y el Gobierno.
"Me interesa señalar que las izquierdas han pospuesto los pilares de su pensamiento, que son la lucha contra la desigualdad y la defensa de la libertad", dijo. "Lo hacen a cambio de cosas de identidad: como el sexo, la religión, o el territorio... mientras en algunos de esos territorios no hay libertad plena: ¡no la hay en Cataluña, por ejemplo, para hablar la lengua propia!".
Alfonso hizo una intervención tremenda en la presentación de su último libro, llena de citas y peso político, argumentada y bien hilada, pese a improvisar sobre unas breves notas.
Una enmienda a la totalidad no del PSOE, sino de quien lo dirige: "Aquí hemos dislocado el Congreso con lo de los pinganillos, y a los niños en Cataluña se les prohíbe aprender en español, ni el 25%" que dice la ley. "No les dejan ni en el recreo, hay inspectores que se lo impiden".
Una medida, ese decreto de la Generalitat que fue elaborado para sortear una sentencia del Supremo, que ratificaba al Tribunal Superior de Justicia de Cataluña, fue consagrada por los socialistas, hace año y medio, en el Parlament. La otra, que se vota este jueves en el Congreso, ya se aplicó torticeramente el martes pasado, en el debate de su toma en consideración.
"¿Pero qué es esto?", se preguntó el exvicepresidente. "Pero si cuando habla un gallego, el vasco recibe la traducción en español, si cuando habla un catalán el gallego lo recibe en español... ¿para qué hacemos todo esto? ¡Si todos lo reciben en español!".
El PSOE de siempre
En apenas media hora, y con un patio de butacas abarrotado ante la oportunidad histórica de volver a ver a los dos viejos socialistas juntos, en el momento en que sus opiniones son tachadas de subversivas -"por defender lo que va en el programa, Alfonso, aunque no nos crean", apuntaba Felipe-, Guerra hizo el relato del porqué de La rosa y las espinas (La Esfera).
En tomo es "espontáneo y políticamente incorrecto", y nace del documental Guerra, Alfonso. El hombre detrás del político, al que había tratado de resistirse durante tres años de insistencia por parte del guionista y director, Manuel Lamarca. Porque "a quién le podían interesar mis reflexiones".
Ahora, es evidente que el exvicepresidente del Gobierno (1982-1991) entiende que sí interesan. Y mucho. "Si lo pienso bien, no me sorprende tanta expectación", dijo con sonrisa maliciosa.
Porque para reflexionar en alto sobre esas reflexiones escritas, se subió al escenario con Felipe, su compadre en el PSOE de Suresnes, de la Transición y del "cambio" del 82. Y porque ante el micrófono, Guerra compuso uno de los discursos políticos más importantes (y personales... es decir, tirando de entrañas, pensamiento e ideología) que se recuerdan en muchos años.
El Ateneo de Madrid, "templo de la palabra" y escenario de "disidencias inteligentes desde el amor a España", como había recordado Luis Arroyo, su presidente, al inicio del acto.
Y como cumplió Guerra, sentado al lado de Felipe González "para actuar juntos en el escenario" por primera vez en años. "Se ha generado una expectación que no sé si satisfaremos... aunque, pensándolo bien, puede que sí, porque alguna mente lunática ha dicho que esto puede ser un complot, o una conspiración con gente de otros partidos".
Dijo Guerra que no los había visto, a los de otros partidos. Pero no era del todo cierto. Por allí andaba Adolfo Suárez Illana, exdiputado del PP e hijo del primer presidente de la democracia.
Lo que sí que resultó evidente fue la capacidad de convocatoria de Felipe y Alfonso. En el patio de butacas escuchaban socialistas de siempre -Cosculluela, Rodríguez de la Borbolla, Rosa Conde, Virgilio Zapatero, Matilde Fernández...-, algunos recientes -como Javier Fernández, Juanjo Laborda, Tomás Gómez o Rodríguez Ibarra- y otros actuales -entre los más destacados, Nicolás Redondo, recién expulsado por la Ejecutiva de Sánchez, Javier Lambán y Emiliano García-Page-.
Alrededor de 360 personas asistieron al acto, con aforo completo, pero entre ellas no había ningún representante de la actual Ejecutiva Federal del PSOE, ni tampoco un solo diputado socialista.
"No me resignaré"
De todos ellos arrancó no menos de una decena de aplausos, que interrumpieron la alocución, en la que Guerra alertó de riesgo que existe actualmente para la democracia española: "Pero no me resignaré, un socialista no puede callar cuando ve injusticias, arbitrariedades o errores", advirtió... aunque un poco tarde, porque ya llevaba un buen rato haciendo sonar las alarmas de su PSOE.
Como luego haría González, su viejo número dos incidió en que el mensaje que los ciudadanos dejaron en las últimas elecciones "es fácil de entender". Recordó Guerra que "los dos grandes partidos obtuvieron un 73% de los escaños en el Congreso". No obstante, lamentó con vehemencia que las decisiones "importantes" dependan de Junts, que solo tuvo el 1,6% de los apoyos.
Guerra también tuvo una mención -elíptica, eso sí- a José Luis Rodríguez Zapatero. O al menos, a su época al frente del PSOE. "Todo empezó en el pacto del Tinell", apuntó. "Cuando todos se unieron para aislar al Partido Popular, el otro gran partido de Gobierno". Y desde entonces, se empezaron a cavar las trincheras, con el socialismo del lado del separatismo.
"¿Cómo es posible que hoy, los dos partidos mayoritarios no actúen para rechazar que el 1,6% determine la política en España?", se preguntó, antes de resaltar que los partidos separatistas catalanes perdieron medio millón de votos el 23-J y que, pese a ello, "ahora tienen más fuerza que nunca, que es lo contrario a la democracia".
Cerró Guerra, antes de la ovación que anunciaba el discurso de Felipe, con una apelación a sus compañeros del PSOE y sus rivales del PP: "Abandonaremos las trincheras y la concordia será posible cuando las derechas condenen con naturalidad la dictadura, no sólo en momentos excepcionales; y cuando las izquierdas dejen de mirarse en una República que no se corresponde con sus ensoñaciones".
Y se consoló en alto: "Esta situación no puede durar, no durará. La libertad y la democracia anidan en el corazón de muchos socialistas".