En poco más de 24 horas comenzó el debate de investidura y terminó con 179 votos a favor del candidato a la reelección, Pedro Sánchez. El secretario general del PSOE repetirá en la Moncloa cuatro años más (supuestamente) gracias al apoyo de los 121 diputados de su partido, los 31 de Sumar, los siete de ERC, los seis de Bildu, los cinco del PNV, el del BNG, la de CC... y, sobre todo, los siete de Junts. Es decir, los de la amnistía a Carles Puigdemont.
Sonó como un gol. Como un gol en el último minuto, de esos que rompen el corazón y la garganta. Un gol inesperado del que nunca se rinde...
Un ministro lo definía por anticipado, en la noche anterior: "Estoy exultante, qué quieres que te diga, mañana el presidente será presidente". Y efectivamente, mientras seguían los aplausos, toda la bancada del PSOE le cantó "¡presidente, presidente!".
Y luego llegó Alberto Núñez Feijóo a felicitarlo. Sin bajar de su escaño azul, Sánchez sonrió y le dio la mano.
Habían sido dos mañanas y una tarde llenas de tensión, insultos y abucheos en el hemiciclo; con una noche en medio marcada por las algaradas, los detenidos y las pancartas en la sede de Ferraz. Y había sido un debate a la inversa, en el que, por ejemplo, tanto el entonces presidente en funciones como su portavoz hicieron sendos discursos más de moción de censura a la oposición que de investidura.
"Usted no ha traído nada; usted no ofrece nada en lo económico ni en lo social; usted no tiene proyecto para Cataluña más que repetir los errores del pasado".
Éstas fueron las palabras de Patxi López, este jueves, en un discurso en el que no alabó la labor pasada de su jefe ni apoyó las medidas propuestas el miércoles por Sánchez. Sólo repitió el argumentario del candidato el día anterior, que busca la legitimidad más en "parar a la derecha y a la ultraderecha" que en su plan.
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Tanto que su plan, en realidad, pareció ése: es mejor que siga yo, al precio que haga falta. Y como el precio es muy alto ante la opinión pública —e incluso para sus propios votantes—, quiso vestirlo de eufemismos, y eso le llevó a tener que pasar por la humillación de tener que responder, "una a una", a las preguntas de Míriam Nogueras.
"Amnistía no es perdón, nación es referéndum, negociación no es diálogo y no aceptaremos votar a un perdonavidas", revelaron fuentes de la dirección de Junts a este diario.
La portavoz de Puigdemont en Madrid obligó al presidente/candidato a rectificar su discurso para atornillar los votos del independentismo catalán.
"Defienda con valentía lo firmado y afronte directamente el conflicto político, no se la juegue con nosotros", le espetó.
"Me comprometo a cumplir todo lo firmado en ese pacto con ustedes", debió decir explícitamente Sánchez, con la mandíbula tensa.
"Votaremos sí", tardó 12 horas más en anunciar la líder separatista.
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Han sido unas jornadas raras. En las que, desde la tribuna de oradores, hasta desde el otro partido independentista, y por afearle el argumentario a la derecha, Gabriel Rufián llegó a defender que "no se rompe España" por su amnistía, su "reconocimiento nacional" y su negociación de un "referéndum de autodeterminación".
Fueron unos discursos de PSOE, PNV y Sumar en los que se quiso hablar más veces del 11-M que del 1-O, en los que para defender los acuerdos socialistas con Junts y con la ERC de Oriol Junqueras se enarboló la bandera de que ese Estatut que, en el texto firmado, fue la causa de todo el procés —porque el Constitucional lo "recortó"— era un papel tan poco indepe "como muchos otros estatutos que tienen las mismas cláusulas".
Y fueron unas réplicas en las que el socio de Bildu le afeó a la oposición popular que la noche anterior pactó con "los herederos de ETA". (Fueron tres enmiendas de medidas sociales transaccionadas "porque eran casi iguales" en las juntas de Vizcaya, explicó una fuente del PP)
El presidente había hecho, el miércoles, un discurso dividido en tres partes pero con un solo argumento.
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Primero, la definición del bien y el mal; luego, ocho propuestas socioeconómicas de las que nadie debatió después; y finalmente, el asunto: la amnistía, la condonación de la deuda catalana, y la reforma del modelo de Estado.
El leit-motiv se resumía así: que sin Sánchez en el Gobierno vendría el mal del "fin de la democracia"; que él es el único capaz de aplicar esas subvenciones, ayudas y bonos —junto con los "impuestos a los ricos" que los sufragarán—; y que sin amnistía no pasaría lo segundo y sí lo primero.
En el fondo, el debate se pareció mucho en todo al de la investidura fallida de Alberto Núñez Feijóo, hace ahora mes y medio.
En aquella ocasión, al menos, tenía cierto sentido que el PSOE y sus socios y aliados le afearan todas estas cosas al que fue candidato popular, aunque entonces fue él quien invirtió los términos del debate. El líder del PP, aquellos días, hizo una moción de censura a la amnistía que venía: sabiendo que perdería la votación, como venda antes de la herida de la amnistía que, finalmente, ha venido.
Siguieron los aplausos, como si aún faltase que Sánchez levantara la copa del ganador. Francina Armengol lo felicitó, le deseó "todo el acierto, que será lo mejor para todos y todas" y levantó la sesión.
Al final, hasta hubo una especie de 'besamanos' con todos sus ministros (no todas) y diputados pasando delante de él, que ya sobre la alfombra del hemiciclo los esperaba para ser agasajado, como el autor del gol de la victoria, como el MVP de la contienda, como el líder indiscutido: abrazos, besos, miradas de admiración, y hasta un 'selfie' que le pidió una diputada.
"Somos el partido que más se parece al Real Madrid", explicaba a la salida Óscar López, director de Gabinete del (ya, de nuevo) presidente. "No nos rendimos, luchamos hasta el final, y de ahí la remontada".
Y por eso, el pasillo de honor de sus fieles, captado por la cámara de Rodrigo Mínguez, fotógrafo de EL ESPAÑOL, antes de salir del Palacio del Congreso a saludar a la afición.
La noche del 28 de mayo, tras "perder muchísimo poder autonómico y municipal", como reconocía un dirigente del PSOE en el patio, nadie se esperaba esto. Sólo el que nunca se rinde, el autor del Manual de resistencia, entendió cómo hacerlo, apostando con mucho riesgo. Y ahí seguirá, pagando un alto precio, pero en la Moncloa.