La blusa de Cuca se ha erigido como metáfora de lo que iba a suceder. Érase una vez una blusa rosa fluorescente que sombreó de ese color toda la bancada. El Congreso de los Diputados era terriblemente rosa este miércoles por la mañana. El Congreso llevaba el título de aquella película de Martínez-Lázaro: "El otro lado de la cama".
De eso ha tratado la sesión de control al Gobierno. Ha sido un repaso por las sábanas de Sánchez y de Ayuso. Unas sábanas blancas que, en media hora, han acabado cubiertas de fango. Parecían PP y PSOE los niños de la playa que cogen la arena mojada a puñados y se la lanzan para cegarse los ojos.
Desde arriba, desde la tribuna, resultaba la cosa demasiado pornográfica. Ha sido peor que si hubiéramos visto de veras las sábanas y los cuerpos desnudos. Sánchez ha empezado diciéndole a Feijóo que, si el PP pidió la dimisión de la directora de la Guardia Civil "por un caso que afectaba a su pareja", ahora debe pedir la dimisión de Ayuso.
Los diputados del PSOE sabían que escucharían pronto el nombre de Ayuso. Ni siquiera el del novio, que es quien está investigado. En cuanto ha sonado por los altavoces del Congreso, han estallado a aplaudir. Han aplaudido tanto que ni siquiera han podido oír –nosotros tampoco– el resto de cosas que iba diciendo el presidente.
Tenían ganas. Ayuso es su bestia negra. Querían darle chorizo después de tanta fruta. Ayuso es para el PSOE lo que Vinicius para un antimadridista. Y Sánchez, disfrutando. Se lo hemos visto al entrar. Era otro.
Sánchez y la broma con Patxi. Sánchez comiéndose un smint de los que había traído María Jesús Montero. Sánchez cruzado las piernas como si estuviera en el bar. Sánchez, que no dura ni diez minutos los miércoles en el Congreso, quedándose a disfrutar después de responder a sus preguntas.
Tan tranquilo estaba el presidente que, cuando sus socios le han hablado en un idioma que no comprende, ha desenredado en cinco segundos esos cascos de traducción que a los demás nos extravían tres o cuatro minutos.
Sánchez es otro. No es la realidad lo que le impulsa, sino las portadas de los periódicos y las tertulias de la tele y de la radio. Alberto González Amador es el novio de Ayuso, pero Sánchez se ha enamorado de él. Ahí está la tabla de salvación. ¿A quién le importa la amnistía si el novio de Ayuso está investigado por robar 350.000 euros? "Armas, fiestas sórdidas, fotos que no se pueden enseñar, fardos de dinero", insistía el padre Feijóo. Pero daba igual. El Congreso se jugaba en el otro lado de la cama.
Da gusto ver a la gente disfrutar. Lo dicen las madres: lo más importante en la vida es alegrarse de ver a otros disfrutar. Sánchez se ha puesto de pie, con las piernas juntas como un legionario, y ha empezado con el hacha cual aizkolari. Koldo estará orgulloso.
Feijóo ha disimulado, ha hecho ver que no le quedaba más remedio que meter a Begoña Gómez en el debate, aunque su partido lleva haciéndolo varias semanas. Lo ha hecho de manera más institucional: "Seguro que en su casa no están muy contentos con lo que acaba de decir".
Ha habido una frase del padre Feijóo que ha evidenciado lo que estaba sucediendo en el Congreso: "Usted es el responsable de este tono". El hecho de que los dos hablaran de la mujer y del novio pero sin citarlos directamente prueba que atacar por ahí, en el fondo, muy muy en el fondo, les da vergüenza.
Uno de los problemas de este Congreso es la exigencia de responsabilidades por elevación. Hoy, Sánchez ha pedido la dimisión de Ayuso y hasta de Feijóo. Y el padre Feijóo ha situado al presidente en el corazón de la trama Koldo.
Da igual que no existan indicios ni de una cosa ni de la otra. Es ese ruido indescifrable que enardece a los votantes ya amarrados y confunde a quienes dudan ante el cenagal.
Cuando llegó el debate electoral de Atresmedia en la última campaña, los analistas dudaron: ¿cruzará Sánchez la frontera y sacará la foto de Feijóo con el narco? No lo hizo. La sesión de esta mañana ilustra que, en muy poco tiempo, hemos sobrepasado con creces ese escrúpulo.
El final de la intervención de Sánchez, cuando Feijóo ya no tenía turno de réplica, ha sido literalmente este: "Hagamos un ejercicio. Vamos a hablar de usted y de mí. Imaginemos que yo soy un alto cargo de Galicia. Durante cinco años, desarrollo una estrecha amistad con un narco. Viajo con él a Ibiza, a Portugal y a Andorra, donde se sospecha que esconde dinero. Usted estaría pidiendo mi dimisión, pero no lo hace porque ése que he descrito es usted. En mi partido, señor Feijóo, usted no habría llegado ni a concejal de pueblo".
Un saludo a todos los concejales de pueblo del PSOE.
Íbamos subiendo la apuesta. Para redondear, ha aparecido Abascal, que siempre pide banquillo de los acusados para Sánchez. También le ha mentado lo de su mujer. "Usted es el capo de la trama". ¡Il capo di tutti capi! Por utilizar el italiano de Mussolini.
A Sánchez, ya que hablamos de camas, no hay nada que le ponga más que debatir con Abascal. Se le caía la ironía de los bolsillos. Tanto miraba al de Vox que se le ha olvidado hablar al micrófono y la gente le gritaba porque no se oía. Él no se daba por aludido porque pensaba que le increpaban. "Oiga, que no se oye".
Menos mal que el espectáculo ha terminado con un poco de humor.
Yolanda Díaz diciendo que hay que prohibir los indultos por corrupción... a veinticuatro horas de aprobar la ley de amnistía. Margarita Robles tirándose por el terraplén asegurando que está orgullosa. Y la escena final: Miriam Nogueras, entrando tarde al Congreso, y la oposición ovacionando en medio del debate al grito de "¡presidenta, presidenta!".