Gonzalo Adán lleva años sumido en el gran acertijo de nuestro tiempo: ¿por qué nos gobiernan quienes nos gobiernan? Él se lo pregunta de manera más directa: "¿Por qué nos gobiernan los incompetentes que nos gobiernan?"
El director de SocioMétrica, que también es psicólogo militar y profesor de Historia de la Psicología, ha viajado hasta el tiempo de los faraones para intentar desenmarañar la duda. Ha repasado las pruebas escritas de la corrupción en el antiguo Egipto, ha releído el Antiguo Testamento –primer gran código ético–, ha viajado a Grecia, donde la eisangelia obligaba al ciudadano a denunciar los hechos detestables, ha estado en Roma, ha buceado en Maquiavelo.
Vistas todas las épocas, releídos todos los lugares, ha publicado Psicología de la incompetencia política. Un tratado que sitúa a los partidos políticos en el centro. Porque concibe que estas estructuras están encaminadas hoy a que el incompetente protagonice fulgurantes ascensos hasta alcanzar grandes puestos de gestión.
Adán, como encuestador, es un orfebre del dato, pero como psicólogo no exhibe demasiada piedad. Su libro es contundente como un programa de José María García. Quedan advertidos los lectores: la conclusión es pesimista. La política como lugar predilecto para "incompententes" –así lo enuncia este psicólogo– tiene difícil, ¡hasta imposible!, solución.
Ha escrito un tratado sobre la "psicología de la incompetencia política" porque detecta una "inmoralidad generalizada". Seguro que eso nadie se lo discute, pero ¿es mayor que en otras épocas?
Como en tantas otras cosas, tendemos a pensar que cualquier problema es nuevo o actual y así empecé a trabajar. Sin embargo, conforme iba recopilando casos, se iba haciendo evidente que la incompetencia de los gobernantes nos ha ido acompañando desde la aparición de las ciudades, hace unos diez mil años.
Desde entonces, la mentira, la corrupción, el chantaje, la traición o la mera ineptitud ha cambiado en sus formas y en el dramatismo de sus consecuencias, pero no en el fondo de sus causas. La mitad del libro versa sobre los peores políticos de la Historia y sus desastres.
En los últimos diez años, ningún partido, según el CIS, ha sido valorado con más de un 4. Los presidentes han estado más suspendidos que aprobados. Felipe González y Adolfo Suárez tuvieron periodos más largos por encima del 5, pero el resto fue una catástrofe si nos atenemos a estas notas, ¿no?
Las malas notas dadas a los políticos son un deporte nacional y actual, y es síntoma de la magnitud del problema. Pero no es el único ni el más importante. Aunque nos hayamos acostumbrado a ver notas de 2 o de 3 sobre 10, siguen siendo importantes porque denotan el rechazo y la animadversión de los ciudadanos a los líderes políticos en general.
Sin embargo, más allá de estos guarismos, es mucho más importante el dato de que los políticos son uno de los tres principales problemas de España, o que la profesión de político es la penúltima en una lista de cientos de ellas. Hay un estudio del propio CIS en que sólo queda por debajo del político la profesión de astrólogo.
Para demostrar cómo esa incompetencia ha calado en el lenguaje, usted recoge una serie de adjetivos utilizados coloquialmente por los españoles para referirse a los políticos: "Cogecosas", "uñilargo", "metesillas", "sacamuertos", "pierdepueblos". No los había oído en la vida. Parecen escritos por José María García.
La colección de calificativos que los españoles usan y han usado para referirse a la clase política es interminable, y es otro ejemplo del poco respeto que siempre les hemos tenido a los gobernantes. La cultura popular no sabe ni tiene por qué saber de diagnósticos clínicos, personalidades desviadas o de legislación anticorrupción. Por eso usa los vulgarismos para reflejar las emociones de rechazo que les sugieren estos comportamientos.
Lo peor es que esos vulgarismos los usan los propios políticos para hablarse entre ellos. El libro dedica un capítulo a esta costumbre, donde el insulto entre ellos llega a extremos vergonzosos. La mala educación es una forma actual de incompetencia.
Javier Gomá, el filósofo, suele explicar que la democracia es el misterio de la obediencia masiva de todos a unos pocos. Según los datos del CIS que mencionaba antes, durante las últimas cuatro décadas, los que se declaran insatisfechos con la democracia superan de media el 35%, con picos superiores al 60%. La democracia es, efectivamente, un misterio maravilloso. ¿Por qué funciona?
La democracia actual es la menos mala de las organizaciones de poder, la prueba es que se puede mostrar rechazo, descontento o desafección, como hago en el libro, sin que existan represalias. Sin embargo, uno de sus puntos más débiles es el funcionamiento interno de los partidos y la arbitrariedad con la que escalan hasta muy arriba personajes inútiles sin ningún mérito, experiencia, ni capacidad.
Mantengo la tesis de que hay una intencional falta de normas para acceder a los puestos de poder, de la que siempre salen beneficiadas las personas de menos escrúpulos, con una moral más laxa, y una estabilidad mental dudosa. Algunos lo llaman "liderazgos fuertes".
Un mal sistema de elección.
La experiencia nos dice que este sistema de selección de líderes proporciona políticos nefastos. Son pocos, pero desastrosos. Una buena parte del libro analiza la psicología de estos personajes y cómo se mueven como pez en el agua dentro de los partidos.
Pero, ¿por qué los partidos son capaces de alojar y promocionar esa "incompetencia" de manera tan natural?
En el libro menciono varias formas de incompetencia en la España actual: el caos en la confección de listas y primarias, la manipulación en las campañas electorales, los incumplimientos programáticos, los casos "aislados" de corrupción, el uso perverso de famosos, el voto del miedo, la manipulación mediante encuestas, hablar y no decir nada, la resistencia obscena a dimitir, la falta de preparación intelectual, el bajo nivel académico, el falseamiento de currículums, la arrogancia y la chulería, las indecentes puertas giratorias, la falta de educación emocional, la ausencia de empatía y autocontrol, y por encima de todas ellas: la mentira como norma. Cada una se analiza con ejemplos y se intenta explicar qué procesos psicológicos hay detrás de estas conductas.
Cuando hablamos de incompetencia política, tenemos la tentación de pensar que cualquier tiempo pasado fue mejor. No es el caso. Usted, en su libro, hace un repaso desde los faraones hasta hoy. Esta semana se ha hablado mucho de la crispación en el Congreso, pero recojo aquí lo que le dijo Marco Tulio Cicerón a Marco Antonio: "Vergüenza humana", "borracho disoluto", "profanador de honestidad", "campeón de todos los vicios", "el más estúpido de los mortales", "prostituto de moral corrompida". Menos mal que eso de "prostituto de moral corrompida" no es una cita muy conocida. ¡A más de uno en el Congreso le encantaría utilizarla contra el adversario!
Dando estos ejemplos invito a la reflexión de que el enfoque ético, que intenta calificar la incompetencia política como una falta de sentido entre el bien y del mal, ha fracasado. En el siglo XVI, Maquiavelo lo intentó zanjar diciendo que era imposible encontrar "buenos" políticos, por lo que hay que aceptar la doble moral: una para lo privado y otra para lo público, dando por bueno que todo lo que pasa en la política está justificado en aras de conseguir o mantener el poder.
En los primeros años del siglo XX, nada había cambiado y Weber tuvo que reconocer la intrínseca maldad política: la bautizó con el eufemismo de la "ética de la responsabilidad".
¿Qué solución propone?
Hay que cambiar de paradigma: la incompetencia debe entenderse como la inadecuación psicológica de personas al puesto. Debe hacerse el proceso de selección igual que con los militares, los médicos o los pilotos de avión.
La corrupción es el punto de llegada de la incompetencia. Los códigos éticos no funcionan. Hoy, cada partido tiene el suyo y han sido vulnerados con fruición en Democracia. Pero, según le leo, ya en la época de los faraones se dejó la corrupción por escrito: el Antiguo Testamento funcionaba como un código ético, etcétera.
No debemos perder ni un momento más en hacer códigos éticos que ni han servido, ni sirven ni servirán. El político inútil, cuando ha llegado, intentará quedarse para siempre y manipulará los conceptos de ética política en un bucle sin fin. Hay que pasar de pantalla y que los partidos elijan a los candidatos en base a criterios semicientíficos de libre concurrencia, mérito y capacidad, además de un test psicológico.
No olvidemos que manejan nuestro dinero, en cantidad cada vez mayor, y nuestros destinos. El ministerio de Política Territorial cifra 73.000 políticos con sueldo público. Ninguno ha pasado un proceso selectivo público.
Julio César encarnó el paradigma de lo que sería la corrupción a la española: diseñó la Lex Lulia, que incluía multas y el destierro ante las apropiaciones indebidas de dinero. Pero cuando tuvo que recaudar fondos para su candidatura arrampló con las reservas del Estado. La cuestión es: ¿cómo se defiende una sociedad de la corrupción? Tras la crisis del bipartidismo en 2015, parece que hubo grandes avances. Pero, ahora, con la trama Koldo, estamos viviendo un remember de Gürtel, de Roldán, de lo peor de aquel pasado.
El que tenga la paciencia de leer el libro completo se dará cuenta de que la corrupción política es transversal en tiempo y espacio. Se potencia cuando las normas para acceder al poder son escasas. Hay miles de Koldos en España y millones en el mundo. El problema de los Koldos no es que se hayan aprovechado cuando han visto la oportunidad, sino que nunca debieron llegar tan alto.
Las medidas correctivas son necesarias, pero sólo llegan cuando las conductas incompetentes se convierten en delito. Hay cientos de casos como el despilfarro, la negligencia, la vagancia, la mala educación, la manipulación, la deslealtad, la falta de experiencia, y por encima de todas ellas la mentira, que pasan desapercibidas por no ser punibles. Seleccionar a los candidatos disminuiría el número de estos personajes inadecuados al trabajo político.
En la antigua Grecia, tal y como relata en el libro, existía la eisangelia; la obligación que tenía todo ciudadano de denunciar cualquier hecho detestable del que tuviera conocimiento. De demostrarse el hecho denunciado, se desposeía al político de sus privilegios e incluso podía dictarse su pena de muerte. ¿No le parece mejor que busquemos un punto intermedio?
El asesinato como solución final a la incompetencia fue la opción preferida en la antigüedad, pero no aseguraba que el asesino fuera más competente que el asesinado. De los catorce reyes que tuvo Persia antes de Alejandro, ocho fueron asesinados. De los 86 emperadores que tuvo Roma hasta Rómulo Augusto, 35 también lo fueron.
En Grecia eran más refinados y obligaban al exilio a los políticos indeseables mediante el ostracismo, pero a la vez inventaron la demagogia, la mejor arma política jamás creada, donde todo inepto pero mentiroso podía salvarse de la ira del pueblo mediante la manipulación verbal.
Aristóteles, hastiado, acabó definiendo la democracia como "el gobierno de la turba, donde las cabezas se mueven al unísono, estimuladas por sentimientos elementales". Magistral definición de incompetencia compartida. Como verá, hemos avanzado en las medidas correctivas, pero no en la existencia del fenómeno.
Para usted, los partidos políticos son el epicentro del problema: esas estructuras que permiten que el incompetente acabe en puestos de gran responsabilidad "sin que nadie detectara que jamás debieron estar ahí por los desastres que iban a acabar protagonizando". ¿Las primarias han ahondado en ese problema? La estructura tan vertical hace que el ganador del proceso controle absolutamente todo el aparato.
Uno de los ejemplos de que los partidos son el epicentro del problema, debido a su falta de normas internas, es precisamente que ni las primarias están homologadas. A veces hay, a veces no hay. A veces se presenta uno, a veces muchos. A veces se elimina a la competencia, a veces se estimula. A veces se nombra al candidato a dedo, a veces se hacen sitio a codazos.
La compraventa de avales en primarias mediante promesas es la norma. Una vez presencié la elección de un candidato importante literalmente en un tumulto de empujones. Las listas, lejos de ser procesos tranquilos, se hacen mediante intercambio de favores, chantajes o negociación, casi siempre con lío. Por algo será.
También las bajas, expulsiones o dimisiones se negocian a través de puertas giratorias. Desde la barrera, se puede ver como una especie de espectáculo simpático o estimulante, pero es grave la falta de un método. En el libro describo todo ello de manera fría, desapasionada, desde procesos psicológicos de grupo.
El alejamiento entre políticos y ciudadanos tiene que ver, a su juicio, con varias causas de las que ya hemos hablado. Pero no había aparecido hasta ahora la "manipulación de encuestas". ¿Se refiere a Tezanos? ¿Quiere trasladar algo al presidente del CIS?
Todos los que nos dedicamos a la estadística electoral sabemos que hace años que existe un sesgo en las estimaciones del CIS a favor del PSOE. Está medido estudio a estudio, elección a elección. Dentro de las incompetencias políticas, la manipulación mediante encuestas no estaba en el menú, ahora ya sí.
¿Mantienen una vía de contacto abierta ustedes los encuestadores privados con Tezanos?
El señor Tezanos dirige la mayor institución de investigación social de España y es él quien debería mantener contacto con todo el sector, porque es un principio universal el del intercambio de conocimiento. Que yo sepa, no lo hace. Ojalá lo hiciera, porque sería la manera de que el CIS recuperara el prestigio que nunca debió perder.
¿Le gustaría dirigir el CIS?
A todo investigador le gustaría dirigir el CIS, pero aplico el mismo principio del libro: el nombramiento debe hacerse por libre concurrencia, mérito y capacidad. Hay muchos extraordinarios candidatos por supuesto mejores que yo.
Vivimos inmersos en una era de propaganda muy agresiva. Sin remilgos, usted asegura que los políticos de hoy utilizan los once principios que diseñó Goebbels, el ministro de Hitler. ¿Podría explicarme esto y ponerme ejemplos concretos?
La comunicación persuasiva es muy antigua y ha sido eficazmente trabajada. Desde las técnicas demagógicas griegas, incluida la oratoria, hasta las investigaciones actuales sobre distorsiones cognitivas o "atajos mentales", estamos sometidos a un constante bombardeo de manipulaciones.
Pero hay una diferencia: la persuasión publicitaria, que es la más agresiva, es sutil y la ley impide la mentira flagrante. Lo que se llama "publicidad engañosa". La persuasión política que proviene de políticos ineptos se basa en la mentira, y no hay ley ni norma que la limite ni la castigue. La mentira está permitida.
Uno de los enfoques más arriesgados de su libro es el análisis del político desde el "trastorno y la enfermedad mental". ¿Se puede escribir sobre eso sin haber tenido al político como paciente?
Por supuesto que sí. La mayoría de los trastornos mentales están basados en la descripción de conductas excéntricas y en el deterioro clínico consecuente. Los últimos años han proliferado las patografías o las psicobiografías, que tratan de diagnosticar todo ello en base a las crónicas históricas contrastadas.
El libro menciona cientos de casos, por ejemplo la reina Isabel de Inglaterra o Lord Byron, calificados como neuróticos. Hablo de Felipe II a Felipe V, Fernando VI, Gustavo IV o Abraham Lincoln como maniacodepresivos. Schopenhauer, Mussolini o Hitler fueron paranoicos. Tiberio, Calígula, Nerón, Pedro I, Cromwell o Marat, sencillamente psicópatas. La lista es interminable.
¿Qué es trastorno mental en un político y qué no? Porque está muy al cabo de la calle decir: Fulano está loco, mengano está loco.
En las democracias actuales, abundan más lo que en el siglo XIX Pinnel denominó "manie sans délire" [locura sin delirio] y que hoy ha derivado en los llamados trastornos de la personalidad. No obstante, casos graves lógicamente no hay, y la psicología política afina a trastornos más sutiles pero igualmente alejados de la normalidad, como por ejemplo la impulsividad, el narcisismo, el psicoticismo, el neuroticismo o la búsqueda patológica de excitación.
¿El político incompetente nace o se hace?
Las dos cosas. A nivel neurobiológico, sabemos que la amígdala es el centro principal de las emociones, y allí residen los circuitos neuronales donde se regulan el miedo, la rabia, el deseo sexual, la alegría, la tristeza, o la empatía. Esta parte del cerebro está conectada al hipotálamo, cuyo funcionamiento es variable según genética: se sobreactiva en algunas personas, haciéndolas sensibles a la ansiedad, tristeza, preocupación, culpa, timidez o autoestima, pero también a la irritabilidad, la tensión o agresividad.
Por el contrario, la baja activación genera ausencia emocional y por lo tanto dureza, algo muy típico en políticos de baja empatía y tendentes a la mentira y a la manipulación. Mantengo que la política sin normas proporciona el campo de juego ideal para que algunos políticos desarrollen libremente estas tendencias innatas.
¿Qué es el síndrome de Hybris y por qué le da usted tanta importancia?
Hybris es la versión de que la incompetencia "se hace". El concepto se usaba en la antigua Grecia para definir los intentos de transgredir los límites en el poder impuestos por los dioses. Incluía la arrogancia, la desmesura, o los excesos en general.
Hoy en día sirve para describir a gente normal que, al acceder al poder, pierde el sentido de la realidad creyéndose invulnerable y toma decisiones alejadas del sentido común, de la moralidad y de la sensatez. Estas personas se deberían identificar y no ejercer cargos de responsabilidad igual que no se debe dar un arma a una persona violenta.
Escribe usted: "La disposición a cometer un genocidio es fácilmente compatible con una buena salud mental". Todo sería muy fácil si redujéramos a los malos políticos a la locura, ¿no?
Con frases como esa pretendo llamar la atención de que no hace falta acudir a la enfermedad mental tradicional para identificar a un gobernante inútil o inutilizado. Trastornos menores o que pasan más desapercibidos como el narcisismo o el psicoticismo enmascaran la dureza emocional y la ausencia de culpa que acompañan a la crueldad o a la corrupción.
En su libro, menciona el informe psiquiátrico que se hizo de Fidel Castro y que está en el Museo John F. Kennedy. Dice: "Adora sentirse adulado por las masas, tiene enormes ansias de permanecer en el poder y necesita enfrentarse a un adversario para entender que su existencia es perfecta". ¿Quién encaja ahí? O mejor dicho: ¿quién no encaja ahí?
Fidel Castro ha sido el líder mundial que más tiempo ha estado en el poder: 48 años. Es un reto reducir su complejísimo repertorio conductual a un solo síndrome o diagnóstico, pero es el mejor ejemplo de ausencia aparente de enfermedad mental, en paralelo a patologías secundarias.
El informe continúa diciendo: "Tiene hambre de poder y permanente necesidad de reconocimiento y adulación por las masas. Es incapaz de obtener completa satisfacción de cualquier otra fuente". El poder como adicción. Yo añadiría que el trastorno paranoide suele ser denominador común de todos los dictadores, donde una patológica y creciente suspicacia origina el aniquilamiento de toda la oposición. También Putin lleva ese camino.
¿El libro tiene conclusión o corolario? ¿Hemos de ser optimistas o pesimistas?
Pesimistas, claro. La conclusión es que los aspirantes a cargos políticos deberían pasar algún tipo de filtro, pero la esencia de la democracia se basa en que cualquiera puede ser elegible, y los partidos no están obligados a establecer ningún proceso selectivo para sus candidatos.
Me conformo con llamar la atención sobre el enorme problema de sostener políticos ineptos. El diagnóstico está hecho, la necesidad nos parece imperiosa, la hipótesis está formulada, y las teorías encauzadas. Sólo falta la voluntad de poner en marcha los mecanismos adecuados para sacar de la gestión pública a políticos que nunca debieron llegar tan lejos.