Ricardo Arques se ha muerto sin revelar quién fue la "garganta profunda" de los GAL. Llamó así a la fuente de la que bebían sus investigaciones en homenaje al Watergate. No le vio el rostro nadie más que él. Ni Pedro J. ni ninguno de sus compañeros de entonces. Ricardo se ha muerto con la misma discreción que hizo posible la mayor investigación periodística en Democracia.
Cuando Carl Bernstein vino a España, dijo que sus pesquisas en el Washington Post habían sido una tontería comparadas con las exclusivas que Ricardo publicó primero en solitario en Deia y después con Miralles en Diario 16.
–Venga, Ricardo, no jodas. A tus padres, a alguna novia, a tu mejor amigo. A alguien le has tenido que contar quién fue "garganta profunda".
–No. De verdad que no.
–¿Y os habéis vuelto a cruzar? ¿Os habéis visto? ¿Habláis?
–No te lo voy a decir, ¡no vayas por ahí!
Y Ricardo se reía.
Te estoy viendo, Ricardo, con el chuletón y las patatas, en Bilbao, contando cosas tan reales y tan crudas que parece imposible que estés muerto. Sólo sirve de una cosa que te hayas muerto, Ricardo: por fin podemos empezar a labrar tu mito. Los mitos son más de verdad cuando son mitos muertos.
A mí me lo parecías, aunque te sublevase que te lo dijese, porque no entendía cómo tú, que pusiste la primera linterna de mil vatios en las cloacas del Estado, te hubieses refugiado en una casa junto al mar.
Querías cuidar de tu madre, querías estar con tus amigos. Era tanto el tiempo fuera...
Pero los periodistas no somos así, apenas hay periodistas así.
Ricardo tuvo ofertas para escribir libros, para alumbrar guiones, para hacer series con su vida de película. Pero no se lanzó. Quiso volver al pueblo para dedicar sus años a una segunda niñez. Estos días azules y este sol de la infancia.
Mientras escribo, Ricardo, llamo a tus compañeros. Alaban de ti esa maldita discreción, pero sobre todo tu oficio: me lo dicen quienes fueron tus jefes, quienes fueron tus subordinados, tus compañeros del grupo Prisa cuando hiciste las américas y, lo mejor de todo... Tus perseguidos. Me dicen buenas palabras sobre tus crónicas Rafael Vera y Amedo.
Te estoy viendo, Ricardo, con el postre, rebañando la tarta con la cuchara. "Venga, escribe un libro". Y decías: "¿A quién le importan estas historias?". No lo decías con cinismo ni falsa humildad. Era esa pulsión inevitable del periodista que entendía el oficio como la fiscalización del poder. Y eso debe hacerse desde el presente más absoluto.
Ricardo Arques era un mito para nuestra generación. En la universidad, mirábamos con veneración las fotos del zulo, los titulares sobre los muertos, los titulares sobre los mercenarios, los titulares sobre los fondos reservados, los titulares sobre una investigación que llevó a un ministro del Interior a la cárcel y a un presidente del Gobierno a declarar ante el juez.
El periodismo es también una excusa para acercarte a quien admiras. Así empecé a llamar a Ricardo por teléfono. A entrevistarlo, a visitarlo. Hasta que un día me mostró un borrador de algo que ni él mismo sabía bien qué era, unas notas que publicamos en este periódico.
Lo estoy viendo, te estoy viendo, Ricardo, con la cuenta en la mesa, impidiéndome pagar la cuenta casi a codazos. "Que no voy a escribir, ¿para qué?".
Ricardo contaba cosas que no nos cabían en la cabeza. Había que insistirle un poco porque le violentaba todo lo que suponía darse importancia. Aunque, una vez roto el hielo, mejor en un bar que en un aula, comenzaba a desmigar las estratagemas que había empleado, casi por intuición, en ese juego tan peliagudo de las fuentes que llevan pistola.
Ricardo se ha muerto teniendo muy cerca la llave del zulo de los GAL y las dos balas 9 mm que le dejaron en el buzón para avisarle de que iban a por él. Tenía 25 años, recorría Bilbao en su Vespa, jugaba al fútbol, salía muchas noches con sus amigos. Inconsciente. Radicalmente inconsciente.
"Te van a matar, Ricardo", le decían sus compañeros.
"Te vamos a matar, Ricardo", le decían los mercenarios del Estado y también los terroristas de ETA.
Ricardo, "José Ricardo" le llamaban los suyos en Santoña, se ha muerto sin avisar. Joder, Ricardo, te has muerto sin escribir el libro.
Una vez me dijo que la juventud lo explicaba todo. Esa aparente inconsciencia, la de ir al zulo sin armas, la de quedar por la noche con mercenarios armados, la de perseguir terroristas... sólo se explicaba con la juventud. "Algo más mayor, algo más maduro, no me habría atrevido".
Tenía 25 años cuando se fue a Portugal para intentar "rascar algo" acerca de eso que contaba un medio de allí sobre dos policías españoles implicados en lo que parecía terrorismo gubernamental.
Así empezó todo...
y así, con la muerte, una esquela y un funeral, no debe terminar.
Ricardo merece, ahora que no puede quejarse, el reconocimiento que fue esquivando en vida. Ricardo, ahora que no puedes quejarte: te lo mereces, amigo.
Y te veo en la ría, con tus deportivas, tu abrigo largo y tu gorro, como si tuvieras 25 años, como si fuera a sonar el teléfono de una redacción, "hola, soy miembro de la dirección de los GAL", metiéndote en esa niebla que tanto te gustaba y de la que te sacaremos con cada efeméride, a golpe de las exclusivas que publicaste. Por mucho que te quejes.