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María Jesús Montero era hoy la presidenta del Gobierno de España. Gracias a la ausencia de Sánchez, hemos hecho la prueba todos juntos durante 45 minutos inolvidables.

Montero va a sacar la lengua al PP y se va a comer un caramelo casi en el mismo instante. Montero hace las cosas a lo grande y vemos la lengua haciendo la burla al PP desde aquí arriba, sin necesidad de prismáticos.

Para llegar a ese momento, han transcurrido primero muchos gestos. Muchos detalles que habrá que revisar en la moviola porque parecerán inverosímiles. Es cierto que encontrarán muecas de respuesta en la bancada de enfrente, pero ninguna de ellas será como las de Montero. Nuestra reina del pueblo. El gesto de Montero es el gran homenaje a la política de hoy.

El momento cumbre de la presidenta ha llegado cuando hablaba Bolaños. Montero juega todo el tiempo a las películas, avanza con mímica lo que piensa; es mucho más eficaz con el gesto que con la palabra. La vemos y entendemos. Es eficaz, directa y contundente, pero sobre todo inverosímil.

Todo empezó cuando...

Nos hemos acordado de que Montero encarnaba el gobierno de la nación gracias a Rufián. Sánchez viajaba a Portugal, por eso no estaba, pero lo habíamos olvidado al subir a la tribuna. Sánchez tiene eso, lo ves incluso cuando no está. Sánchez es eterno y se morirá en la cama.

A las nueve menos un ratito, ha llegado Rufián en un madrugón sin precedentes. Allí estaba sentada Montero en su escaño, que lo ha recibido como reciben las reinas. Él, que es un republicano irredento, no ha podido resistirse. Le ha tendido la mano y, aunque no se la ha besado, se la ha regalado para siempre.

Iba a comenzar la sesión y ahí estaban los dos, ilustrando al fin un sanchismo con amor; un pacto con carne además de amnistía, cupos e independencia. Cómo sonreía Rufián, cómo le cogía la mano la presidenta.

Nos hemos acordado de la abuela Piluca, que un día recibió en casa a una de sus hijas y a su novio. Pensaron ellos que Piluca no se daba cuenta de las manitas bajo la mesa, pero claro que Piluca se dio cuenta. Miraba por el rabillo del ojo y, en un momento dado, gritó: "¡Qué asco!".

Los tiempos han cambiado. A nosotros nos encantan las manitas. Rufián y Montero creían que nadie miraba, pero tomábamos notas desde la tribuna: "Gabriel, amor, María Jesús. Lo nuestro es eterno. Mi vida depende de ti. La mía también de ti". Ninguno quería soltarse. A punto ha estado un ujier de acudir con alicates.

Ojalá fuera para siempre la presidencia de Montero. Políticamente, tiene las mismas consecuencias que Sánchez para España, pero resulta mucho más entrañable. Nos resulta menos incómodo. Montero es McEnroe y Sánchez es Borg. Montero es el fuego y Sánchez el hielo. Montero es la muerte por abrazo y Sánchez es la puñalada por la espalda. Montero es el beso de Judas y Sánchez la negación de san Pedro. Montero es simpatiquísima, ¡de verdad! Y Sánchez...

Hay tanto UCO en el Congreso que ya no se oye nada. Tampoco importa demasiado. Ha dejado de ser imprescindible analizar las palabras de sus señorías. La verdad se ha disuelto en el azucarillo de la polarización. El PP dice que Sánchez daba las órdenes a la trama y que se beneficiaba de ella. El PSOE asegura que Ayuso se iba de vacaciones con su novio gracias a un dinero robado a todos los contribuyentes. No existe una sola prueba de que eso sea así, pero da igual.

Por otro lado, el debate también se aparece imposible. El verdadero asalto del Gobierno a Televisión Española no es el de la reforma en el método de elección del Consejo, sino el del plagio a Cuéntame. Cada vez que el PP critica algo de la gestión actual del PSOE, el PSOE responde con un caso de corrupción de cuando no habíamos nacido. ¡Sólo nos queda la escena! ¡El show!

Sánchez lleva peor las menciones a las corrupciones de ahora, se le transparenta la tensión en las mandíbulas, se le filtra la desesperación por las ojeras. No hay cuatro estaciones en su vida. Por mucho que se titule el documental, como dice Javier Corbacho, sólo hay dos: Moncloa-juzgados Plaza de Castilla.

Es duro para él porque se trata, Begoña mediante, de un asunto personal. Esta mañana, le hemos deseado un feliz viaje a Portugal; un verdadero paraíso donde los impuestos son más bajos y el bipartidismo se deja gobernar con tal de frenar a los extremos.

Para Montero, todas estas acusaciones –las falsas y las ciertas– son una fiesta. Después de tender la mano a Rufián, ha esparcido sus papeles por el escaño y se ha preparado para la función. Responde sentada por su lesión en el pie, volcada sobre esos folios escritos a mano –menos mal que hay un miembro del gobierno que se prepara sus intervenciones–, balanceándose adelante y atrás como los padres desesperados que no logran dormir a su criatura.

Lo más enternecedor en esa manera a medio camino entre la carcajada y la diversión que tiene Montero de hacer oposición a la oposición está en el folio que utiliza de carpeta para ordenar los demás folios. Cada uno de ellos lleva impresa, a color, la foto del adversario que le toca en ese instante. Ahí sí, señora Ayuso, se puede comparar el sanchismo con el padrecito Stalin, en el amor por las fotos del rival.

Debía responder Montero nada menos que a siete diputados. Para que se hagan una idea, lo normal es que el presidente responda a dos o tres. ¡Siete! ¡Cuarenta y cinco minutos seguidos!

La primera en probar la invencibilidad de Montero ha sido Cuca Gamarra, más conocida en estas páginas como Cuca Modric. Montero te habla con gestos cuando tú le hablas. Montero es incapaz de escuchar, lo que resulta fundamental para ser hoy ministro. Cuca Modric buscaba argumentar, pero se tropezaba por el camino. Porque Montero, con esos gestos, ya estaba hablando por encima y Cuca, desesperada, decía: "Sí, sí, señora Montero, sí". No había manera de enterarse de nada.

El público se partía de risa porque Montero –intencionadamente o no– ha repetido en varias ocasiones el lema más famoso de Aznar, "España va bien". También lo ha acabado diciendo a su manera: "España va como un tiro".

En María Jesús, como decíamos, el argumento es cristalino, de blanco y negro. La derecha mala y la izquierda buena. Ha llegado a decir: "¡Somos la izquierda que permite que las ilusiones se hagan realidad!". ¿Pero no era Maduro el que había adelantado la Navidad? "El PP no quiere hablar de los problemas cotidianos... El PP... El PP... El PP...". Rellénenlo ustedes con lo peor que se les ocurra e imaginen a su alrededor a una bancada inundada de diputados socialistas aplaudiendo con todas las extremidades del cuerpo.

Hay que reconocerle a Montero la capacidad para crear un clima de entusiasmo popular, alejado de los cultismos y los carismas impostados. Como Unamuno, podemos escribir a Montero "en torno al casticismo". Montero nos representa porque discutimos así. Nadie discute como lo hace Sánchez. En Montero, al contrario que en Sánchez, las mentiras parecen verdad. Con Montero, todos somos cantantes de buleros.

Ramón Tamames recetó a los diputados pastillas de cafinitrina el día de la moción de censura. A Montero no le gusta la cafinitrina. A Montero le gusta el PP más que a nadie en el mundo. No había más que verla cuando le ha tocado responder al PNV. Les ha dado hasta las gracias, ha agachado la cabeza y les ha prometido una "subsanación". Montero ha dejado de ser Montero. A Junts y a Podemos –los necesita para los Presupuestos– les ha dicho lo de "hacer las ilusiones realidad".

No estaban en el Congreso Sánchez, Feijóo, Yolanda Díaz ni Abascal. No los hemos echado de menos. Si dentro de veinte años tenemos que rescatar alguna sesión parlamentaria para afinar el paradigma de hoy, deberemos ceñirnos a María Jesús Montero. Con eso basta.