Era más difícil conseguir una entrada para ver a Begoña Gómez que para ver a Paul McCartney. Y en términos periodísticos, era mucho más importante ver a Begoña que a Paul. Porque sir Paul ya es de la familia. ¡Lo hemos visto tanto! A Begoña, nuestra amatxu, virgen del santuario de los periódicos, hacía mucho que no podíamos saludarla. Sabíamos que existía, que estaba ahí, velándonos en algún lugar como nosotros velamos sus milagros universitarios, pero no podíamos verla.
Hemos susurrado la oración que lleva su nombre hasta que se ha aparecido ante nosotros: "Oh, virgen de Begoña, señora y madre nuestra. Yo me ofrezco del todo a ti; y en prueba de mi filial afecto te consagro en este día mis ojos, mis oídos, mi lengua, mi corazón, todo mi ser". ¡Begoña, nos ofrecemos a ti como si fuéramos la Complu!
Y se ha aparecido la presidenta como marcan los milagros certificados por el Vaticano, en el lugar más insospechado. En la Asamblea de Madrid, en una sala minúscula, más bien un cuadrilátero; de paredes de madera clara, butacones con ruedas y botellas de vidrio medio vacías. Begoña no quería ir al juzgado y se ha transfigurado en una habitación que parecía una sala de vistas.
Ella, de negro, todo negro. Y el rostro impenetrable, como en el título de la única película que dirigió Marlon Brando. Como en las pocas fotos que Greta Garbo aceptaba fuera de los estudios. No habíamos nacido, pero amábamos a Garbo. Esta mañana hemos amado a Begoña. Éramos, como en el libro de Umbral, los hijos de Begoña Garbo.
Venía Begoña a callar sobre sí misma, de oyente a su comparecencia, pero sus denunciantes la habían recibido con autobuses también negros, que llevaban impresa la cara de su marido. Hay que tener mal gusto. Para un día que vemos a Begoña y nos machacan con fotos de Sánchez, el rostro del empacho.
La frialdad prototípica del presidente, su autoproclamada resiliencia, el hielo que lo rodea... No son nada comparado con la esfinge que nos hemos encontrado. Cuenta la leyenda que las esfinges griegas mataban a aquellos que no eran capaces de descifrar su acertijo.
Hemos mirado a Begoña todo el tiempo, mientras la ametrallaba una diputada del PP con lo inverosímil de su trayectoria profesional. Sólo el pestañeo inevitable. Apenas el tintineo de un boli, las manos entrelazadas y los antebrazos apoyados en la mesa. Pero nada más. El rostro era el mismo independientemente de la pregunta, del golpe, del adjetivo.
Hemos fracasado en el intento de descifrar el rostro de la esfinge y ahora que estamos a punto de entregar esta crónica, a las puertas de una ambulancia móvil junto al periódico, seguro que nos asaltará la muerte. El electrocardiograma ya está encontrando las cosas que nosotros no hemos divisado en la cara de Begoña.
Cuando se ha sentado, la luz se ha apagado un poco. Así hemos viajado de lo que era un quirófano a lo que se convertía en una aparición. Si no fuera por los gritos de los diputados interrogadores –de derecha e izquierda– y el consecuente sainete, nos habríamos sentido como Fernando Arrabal aquel día.
Nos lo contó en París. Eran las seis y media de la mañana. Vio a la virgen proyectada en la pared, "aureolada de una titilación deslumbradora". La virgen le sonreía al maestro Arrabal. Begoña no ha sonreído ni con el buenos días. Ni siquiera cuando el vicepresidente de la Comisión, del PSOE, ha intentado impedir a los fotógrafos su trabajo.
A Arrabal, cuando Franco lo empuró por blasfemo, lo salvaron las declaraciones de algunos amigos de renombre. Por ejemplo, Pemán, que sólo firmó un manifiesto a su favor cuando mantuvo esta conversación con la familia del genio loco:
–Es que se cagó en Dios, no puedo... ¿También se cagó en la virgen?
–En la virgen no, don José María. Fernando está enamorado de la virgen desde que se le apareció.
Y Pemán salvó a Arrabal. Puede que nosotros nos hayamos pasando con Dios, pero nunca con la virgen. Con Pedro sí, pero con Begoña jamás. Todo esto lo contamos para que, cuando el sanchismo quiera apretarnos la soga y darnos una estocada en el Ohio, exista constancia de que escribimos el amor a Begoña a pesar de sus éxitos universitarios.
De eso trataba la comparecencia, de los milagros de la Complu, a pesar de que las interrogadoras de PSOE y Más Madrid hayan renunciado a preguntar. Han empleado su tiempo en criticar las políticas de Ayuso, que son criticables, claro, pero en otro lugar. La presidenta de la comisión, desesperada, intentaba meterlas en el redil, pero era imposible.
Como si la condujera José Mota, Marta Bernardo, socialista, le ha preguntado: "¿Usted considera que las mujeres somos muy fuertes? ¿Esta es una comisión-disparate? ¿Buscan linchar al presidente linchando a su mujer? ¿No le parece que a Ayuso no le importan las universidades públicas?". Hemos anotado esto rápidamente en su literalidad para que el paso del tiempo no nos hiciera dudar de su verosimilitud.
Decía Max Aub que uno es de donde hace el bachiller. Si lo has pasado muy bien en la universidad, puedes sentirte también de donde haces la carrera. Pero Begoña no puede tener esa duda. Al no tener licenciatura, sigue al pie de la letra la máxima de Aub.
Ahí empieza la serie milagrosa, ¡madre Begoña!, de la primera dama en la Complutense. Lo ha relatado de manera muy barojiana, sin demasiados adornos, una diputada del PP llamada Mercedes Zarzalejo. En la comisión de Koldo, los portavoces populares suelen desbarrar con mil adjetivos e intervenciones que van a trompicones. No ha sido el caso de doña Mercedes.
Ahí van algunas de las preguntas que nosotros hemos sufrido, pero que no han alterado ni un centímetro el rostro de Begoña. ¿Cómo ejerció de profesora universitaria sin serlo? ¿Cómo consiguió ser directora de una cátedra sin titulación ni méritos? ¿Cómo llegó a dirigir un máster del que no habría podido ser alumna? ¿Cómo logró que su cátedra tuviera mejor financiación que el resto? ¿Se apropió de un software financiado por todos?
Son preguntas para las que no existe una respuesta. Puede que no sea un delito –eso lo dirá un juez-, pero es un tráfico de influencias de libro desde un punto de vista sintáctico. Se equivoca la oposición cuando vaticina una condena. Bastaría con reclamar la dimisión del presidente con argumentos éticos y morales. Pero eso que lo digan los periodistas, los opositores o quien sea. Nosotros hemos venido a descifrar el acertijo de su rostro, estamos fracasando y nos llevará la muerte. La virgen de las esfinges.
Ha tenido acierto quien haya elegido a doña Mercedes como detective. Vemos en internet que es doctora en Derecho y algunas otras cosas más, de lo que se deduce que ha aprobado una carrera, ha hecho una tesina, ha hecho una tesis...
Parecía la derecha defendiendo la igualdad de oportunidades tradicionalmente asociada a la izquierda. La diputada del PP defendía al pueblo, a todos esos muchachos que se dejan la vida y unas cuantas décadas para llegar adonde llegó Begoña. Y Más Madrid, que nació del 15-M, renunciando a preguntar.
Cinco años de licenciatura, el curso de doctorado, "cuatro trabajos de investigación", la tesina, el certificado de suficiencia investigadora y después la tesis. A Begoña le dieron la cátedra y la pasta para financiarla porque...
Esos puntos suspensivos los rellenarán los jueces y los periódicos. Nunca lo hará Begoña, que se ha rascado la barbilla, ha bebido agua en una ocasión y nada más.
Begoña ha leído un papel que, se notaba, le había escrito su abogado. Ha sido antes de empezar. Sus únicas palabras. "Esto tiene un objetivo político evidente (...) Sólo tienen que fijarse en la lista de denunciantes (...) No voy a comparecer, me acojo a mi derecho". No está mal un poco de equilibrio después de toda una carrera acogida a lo izquierdo.