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Paca Sauquillo
Paca Sauquillo, referente del PSOE y del antifranquismo: "La libertad no llegó en 1975. Es cuando más procesados hubo"
"Hay denuncias falsas, pero no soy partidaria de restringir el derecho de la acusación popular".
"La muerte de Carrero y la muerte del dictador fueron muy importantes para que las libertades se abrieran paso, pero yo no me alegro jamás de la muerte de una persona".
"Nunca he querido leer el sumario de la matanza de Atocha, donde asesinaron a mi hermano Javier. No he podido".
La serie 'Las abogadas', estrenada por RTVE, ha sido comprada por Netflix y corre como la pólvora. Uno de los personajes principales es Paca Sauquillo.
Aunque algún cliente huyó de este despacho por la ventana para escapar de la Policía, nosotros preferimos entrar por la puerta, que es más cómodo. Es uno de los lujos de la Democracia: entrar y salir por las puertas. Hemos venido a hablar con una de las últimas estrellas nacientes de Netflix, que tiene 81 años, una melena canosa al viento, ¡que vienen los grises!, y una amabilidad ensordecedora. Todo es cariño y paciencia desde que nos recibe.
Paca Sauquillo (Madrid, 1943) es una de esas personas que, en la Transición, vivió mucho más difícil de lo que le tocaba porque quiso libertad para todos. Esto, que es grueso pero cierto, a ella le cabreará cuando lo vea escrito. Se quita importancia a sí misma, a su trabajo como abogada laboralista, a las cicatrices que le quedaron por el camino.
La hija de un vencedor de la guerra, la niña del barrio de Salamanca, la estudiante de Derecho... que pasaba las tardes y las noches en las chabolas de Vallecas, que defendía a los trabajadores abandonados por el sindicato vertical, que intentó hasta el final la conmutación de las penas de los últimos fusilados del franquismo, que escribió de su puño y letra la Ley del Divorcio. Y tantas otras cosas que no anotamos para que no se enfade. Eso sí, era maoísta. Qué se le va a hacer, no se puede ser bueno al completo. Aunque en su descargo diremos que le duró poco. Fue tan solo un rollito de primavera.
Paca Sauquillo: "Las libertades empezaron mucho después de 1975"
Junto a Manuela Carmena, Cristina Almeida y Lola González, es una de las protagonistas de la serie de reciente estreno "Las abogadas", que apareció en Televisión Española, ha comprado Netflix y ahora corre como la pólvora. Cuatro abogadas que hacían oposición al régimen con su trabajo. Cuatro mujeres que se las apañaban para hacer la revolución a la vez que criaban a los hijos y sacaban adelante lo que se llamaba "las labores".
Sauquillo nos suscita admiración –tampoco se lo decimos– porque ofrece una sonrisa y un continuo agradecimiento a la vida pese a las desgracias que la han ido golpeando. Murió su padre cuando ella tenía catorce años. Después, mataron a su hermano Javier en el despacho de Atocha. Luego murió su hijo abandonado en el Metro tras sufrir un shock hipoglucémico fruto de la anorexia que padecía –los vigilantes no lo ayudaron porque lo confundieron con un drogadicto. Fueron condenados por omisión de socorro–. Por último, falleció su marido.
Entra Paca, también por la puerta, y nos lleva a la sala de reuniones. "Aquí preparamos el juicio de los últimos condenados a muerte. También el proceso 1001 contra Comisiones Obreras. Todo está igual salvo algunos libros", dice mientras nos invita a que tomemos asiento.
Miramos la mesa, imaginamos. Tocamos. Recordamos las escenas más importantes de ese pasado por el que queremos preguntar. Paca Sauquillo estuvo en el ojo huracanado de aquella década de los setenta que hoy el Gobierno ha puesto en el centro de la conversación con sus cien actos sobre la muerte de Franco.
A Paca –lo contrario no casaría con el carácter que hemos descrito– no le convence que se diga que se cumplen ahora cincuenta años de libertad –ese es el eslogan de Moncloa– porque "no es cierto en absoluto". Al morir Franco –nos dice– tuvo que ir más que nunca a defender casos en el Tribunal de Orden Público. Se confiesa más cómoda homenajeando los procesos en positivo –la Transición y los avances que la rodearon– que la muerte de un dictador al que nadie consiguió derrotar.
Pero ni por esas critica al Gobierno. Paca es de una generación políticamente fiel. Fue diputada europea y madrileña del PSOE, y habla en primera persona cuando se refiere a los votantes socialistas. A nosotros, que no hemos vivido esa fidelidad milenaria, nos llama la atención la supervivencia de su credo pese al abismo que separa su manera de entender la memoria de la de Sánchez.
Cuando tuvo la oportunidad –se lo encargó Carmena–, alumbró un comisionado para la Memoria Histórica de Madrid que nada tiene que ver con los órganos auspiciados por Moncloa: allí estaban representados expertos de todo signo; también algunos propuestos por PP y Ciudadanos. Pero salió mal. Se disolvieron por discrepancias con el gobierno municipal.
La actualidad, en su permanente rima con la Historia, nos asalta cuando vamos a concluir la charla. El PSOE, el que ha sido su partido, ha propuesto restringir la acusación popular y los procesos basados en "recortes de prensa". Se da la casualidad de que la propia Sauquillo fue ponente en la ley orgánica que consagró ese derecho. Comparte con el Gobierno que "hay muchas denuncias falsas", pero cree que es algo que puede solventarse con una actuación rigurosa de los jueces; no le convence en absoluto la restricción de un derecho, además, recogido en la Constitución.
La política es aburrida. La política es todavía más aburrida cuando los políticos pretenden escribir la memoria. Esta es una charla sobre recuerdos, sobre una serie de televisión, sobre una dictadura, sobre la vida, sobre el amor por los padres y los hijos, sobre la muerte.
*Poco después de realizarse la entrevista, nos cuentan que Óscar López, ministro y nuevo líder del socialismo madrileño, sueña con convertir a doña Paca en la presidenta del PSOE en la región. Ella nos dice que parece que el sueño de López existe, pero que no lo ve claro por su edad y porque no quiere renunciar a su labor en distintas ONG.
Tan joven y ya se ha convertido en una estrella de Netflix.
Oiga, no soy tan joven. ¡Y Netflix ya tiene muchas estrellas!
¿La paran por la calle? ¿Qué le dicen?
Pues sí que me paran últimamente, ¿eh? Lo que más me piden es mi opinión sobre la serie: que si las cosas sucedieron así, que si están bien reflejadas, que cómo me veo yo... Los mayores me cuentan cómo vivieron ellos aquellos episodios y los jóvenes me dicen que les han impresionado mucho algunos sucesos.
Diga, entonces: ¿qué opina de la serie?
Los hechos, que van desde 1960 a 1980 aproximadamente, son ciertos y están bastante bien tratados. Es difícil escribir un guion histórico porque los matices resultan tan importantes... Impresiona verse en la ficción a una misma y a gente tan cercana como una madre, un hermano y los amigos.
Tiene que chocar.
Yo no he fumado en la vida y en la serie estoy todo el tiempo fumando.
Lo habrá notado en los pulmones.
La verdad es que no –suelta una carcajada–. En aquel tiempo fumaba todo el mundo. Hasta los cirujanos operando. Entrabas en este despacho y había una humareda... Pero yo no fumaba. Lo probé con quince años, no me gustó y jamás volví a coger un cigarro. Supongo que les vendría bien para el guion, que fumáramos, que fuéramos muy modernas. Y luego... yo tampoco era tan bailona.
En la serie, baila de maravilla.
Pues eso es pura ficción. Hombre, me gusta bailar, pero no era tan bailarina. El bar que reflejan es Bocaccio, que estaba en la calle Hortaleza casi esquina con la plaza de Santa Bárbara. Yo iba algunas veces, pero no era una habitual. La más bailona de nosotras era Cristina [Almeida]. Manola [Carmena] tampoco lo era mucho.
Pues en la serie Carmena es la reina de la pista.
Otra licencia de la ficción. Ojalá yo hubiese sido tan bailarina como mi personaje.
¿A qué saben las octavillas maoístas? Deben de ser de difícil digestión.
Eso sí que es cierto. Alguna vez, al llegar la Policía, nos tuvimos que comer los papeles. Pero lo que nos comíamos no eran octavillas, sino papeles con datos que podían comprometer a gente. Sabían a miedo. Habías estado en una manifestación, alguien te había denunciado... e iban a por ti. La visita de la Policía te generaba un doble problema.
Primero, in situ, el familiar, ¿no?
Nosotras veníamos de familias acomodadas y conservadoras. Imagínese la reacción al ver a la Policía en casa.
Y luego...
Y luego los calabozos de la Dirección General de Seguridad, en los sótanos de la Puerta del Sol, donde sabíamos que se torturaba. Todo el mundo lo sabía. Me gustaría que hubiera ahí una placa recordando lo que ocurrió. El que iba a la DGS tenía muchísimo miedo de derrumbarse ante la tortura y delatar a sus compañeros.
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Paca Sauquillo, en un retrato tomado el día de la entrevista
Hábleme de su casa, de su familia. Porque, por un lado, era un inconveniente –"que viene la del barrio de Salamanca", "la hija de los vencedores"– y por otro una ventaja –el acceso a la mejor educación le permitió aprender el oficio–.
Eso es recurrente en la serie, pero yo nunca sentí un rechazo de clase en las chabolas. Jamás. Es cierto que existía el contraste, que yo llegaba allí desde el barrio de Salamanca y que eso, supongo, impactaba. Pero, sinceramente, nunca sentí el rechazo de la gente de Palomeras. Lo han contado así para reflejar esa realidad: nosotras, de una determinada clase social, íbamos a defender a personas aparentemente muy distintas.
¿Por qué creciendo en ese ambiente salieron usted y sus hermanos tan antifranquistas? Ocurrió en muchas casas.
Yo iba a un colegio de monjas de aquí al lado, el Loreto, frente al Pilar, en Príncipe de Vergara. Llegué a la universidad sin tener ni idea de política. No sabía ni que existían las diferencias políticas, ni siquiera percibía la falta de libertad. En la facultad, empecé a conocer a gente distinta, que venía de distintos mundos. Algunos del Ramiro de Maeztu, otros de la Institución Libre de Enseñanza...
Al mismo tiempo, me metí en organizaciones religiosas. Fue cuando la encíclica "Mater et magistra" de Juan XXIII, dirigida a todos los trabajadores del mundo. Empecé a participar en reuniones... Y ahí se va produciendo un cambio gradual, una toma de conciencia.
¿Cuáles son sus primeros recuerdos de conciencia política?
El primero que me viene a la cabeza es un congreso de cristianos progresistas al que asistí en Oviedo. Allí estaban Joaquín Ruiz Giménez –ministro de Franco que acabaría siendo una especie de opositor democristiano–, Enrique Fuentes Quintana –luego sería vicepresidente económico de Adolfo Suárez– y Pedro Altares, que fundaría Cuadernos para el Diálogo. Allí discutimos la situación política desde el punto de vista del cristianismo progresista. ¡También conocí a mi marido en ese congreso!
Su padre murió cuando usted tenía catorce años. No atisbó siquiera la evolución política de sus hijos.
Nada, nada, porque estábamos en el colegio. Tengo un buen recuerdo de mi padre. Era un militar... un poco distinto. Lo recuerdo, por ejemplo, leyendo a Fernández-Flórez, que es divertidísimo. No le gustaba demasiado tener que ponerse las galas.
La ayuda a la gente que vivía en las chabolas de Vallecas fue, en cierto modo, su primer desafío político.
Tuve la suerte de que, nada más acabar la carrera, Gregorio Peces-Barba, que había sido mi profesor, me metiera de pasante en el despacho de Jaime Cortezo Velázquez-Duro, otro democristiano. Junto a María Luisa Suárez, que era comunista, defendía a mucha gente ante el Tribunal de Orden Público. Así empecé a trabajar con gente de Vanguardia Obrera.
Vi que muchos de los trabajadores de las fábricas vivían en poblados sin ningún tipo de condiciones. La primera vez en Palomeras... Ni llegaba el autobús, ni tenían agua, ni tenían luz. Era todo barro. Me puse en contacto con el sacerdote que había allí y puse una especie de despacho dentro de la parroquia, donde pasaba consulta. ¿Sabe? Me encontré con la señora Villa, que había sido asistenta en mi casa. Una mujer enjuta, siempre de negro, que había llegado a Madrid desde su pueblo con siete hijos.
Así se desataron los acontecimientos.
Sí, porque, en la universidad, yo no militaba en ningún partido ni organización.
¿Y cómo se hizo maoísta? Tenía varias opciones de oposición para elegir, pero se inclinó por los chinos. ¿Le gusta mucho el arroz tres delicias?
Sí, sí [se parte de risa]. Alguna gente de Vanguardia Obrera, donde yo estaba, formaba parte de la AST, "Asociación Sindical de Trabajadores". Después, ya en los setenta, algunos de ellos forman la ORT, "Organización Revolucionaria de Trabajadores", que era maoísta. Yo, como abogada, trabajaba más en el aspecto legal. Nunca dejé la abogacía. Pero a mi alrededor apareció la clandestinidad. Algunos iban a las reuniones cubiertos porque no se podía saber quiénes eran.
Me han dicho que usted, además, era una maoísta proselitista. Cuénteme. ¿Cómo intentaba convencer a sus amigos?
Sí, es verdad, no le voy a negar que fuera proselitista –sonríe–. Pero, fíjese, en el año 75, siendo todavía maoísta, viajé a China. Todavía vivía Mao. Creo que fui de las primeras españolas en ir allí. Aquel modelo no me gustó nada para España, me desengañé.
En un primer momento, Mao intentó sacar del hambre a miles de personas. Por lo que podía leer en España, me parecía más abierto que los rusos. Lo de China no era únicamente una revolución 'capital-trabajo'; se extendía mejor a las clases populares. Y luego eso empezó a cambiar, llegaron los horrores... Cuando llegué a China, las mujeres todavía tenían que llevar los pies vendados, imagínese.
"Fui maoísta, pero me desengañé cuando viajé a China"
En aquel tiempo, usted se casó con su novio de toda la vida. Hablemos de la boda, que fue muy peculiar vista con los ojos de hoy.
La mañana en que me casé fui primero a visitar la cárcel de Carabanchel, donde tenía muchísimos clientes encerrados. Me casé el 16 de mayo de 1969, en pleno estado de excepción. El asesinato de Enrique Ruano tuvo lugar meses antes, el 20 de enero. Todavía estaban en prisión algunos de los que fueron detenidos por esos sucesos. Justo aquí, al lado del despacho –señala la ventana–, había una peluquería. Llegué de la cárcel, me peinaron y me cambié.
¿Llegó a tiempo a la iglesia?
Sí, aunque mi madre estuvo muy nerviosa. Otro rasgo novedoso fue que, por aquel entonces, los sacerdotes empezaban a estar de cara al público en las eucaristías. Y luego, cuando nos dimos la paz...
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Paca Sauquillo fue diputada madrileña, senadora y eurodiputada por el PSOE.
Aquello fue una Transición por adelantado y en pequeñito.
¡Exacto! Gente próxima al régimen, gente convencida del régimen, estrechando las manos de mis amigos. Estaba hasta el ministro del Ejército, que era próximo a la familia de mi marido. Y a pocos metros los de Comisiones Obreras tocando la guitarra. Mi madre, nerviosísima, después de la paz, me preguntó: "Paquita, ¿cuál es el siguiente espectáculo que me tienes preparado?".
¿Hubo altercados en el banquete? En pleno estado de excepción, altos cargos del régimen y chavales antifranquistas clandestinos juntos.
Ninguno. Sé que es difícil de explicar hoy. En mi familia, manteníamos muy buenas relaciones pese a nuestra posición política –se refiere al antifranquismo de sus hermanos y ella en comparación con el conservadurismo de su madre y sus tíos–. A pesar de todas esas discrepancias, estábamos muy unidos. Sobre todo, unidos a mi madre.
Fíjese, creo que, en las familias de hoy, en plena democracia, hay generalmente más distancias. Nosotros nos tratábamos bien, nos queríamos. Eso hizo que la boda saliera de maravilla.
La serie aporta una perspectiva no demasiado conocida: ustedes, las mujeres implicadas, hacían la revolución con la casa y los hijos a cuestas.
En la serie, aparece Manola [Carmena] llevando a su hija Eva a todas partes, dejándosela al primero que pasaba por allí para poder irse a un juicio. Hombre, no era exactamente eso. Pero sí, a nuestra generación le tocó romper el techo que encerró a nuestras madres. La mayoría de ellas no pudo trabajar.
Mi madre habría sido una soprano buenísima, pero para casarse con mi padre, que era militar, necesitaba un certificado de buena conducta. Eso, generalmente, no te lo daban si eras soprano. Entonces, uno de los dos tenía que renunciar a su carrera si querían estar juntos. Y no iba a renunciar un militar...
Ni mi madre, ni la de Cristina ni la de Manola habían trabajado. Rompimos el molde, pero lo rompimos casándonos y Manola y yo teniendo hijos porque tampoco queríamos renunciar a eso.
"Incluso las mujeres honestas tienen la regla", decía aquel libro que se les repartía a ustedes en muchos ambientes.
No se hablaba de nada que tuviera que ver con la intimidad. Todo lo que fuera sexo sin reproducción era tabú.
La serie acierta al no mitificar el antifranquismo. Aparece retratado el movimiento comunista, el antifranquismo en general, como muy machista. No era sólo cosa del régimen. Hoy, las autoproclamadas fuerzas progresistas endosan ese pasado sólo a los demás.
La sociedad española, por supuesto, era muy machista en general. Y eso permeaba a las fuerzas de la oposición. El machismo estaba incrustado en los sindicatos y en los partidos de izquierda. Eran muy machistas, sí.
Nosotras teníamos claro que militábamos en la izquierda, pero también que había que acabar con ese machismo. Por eso peleábamos dentro y fuera de los movimientos. Era como una doble militancia: la antifranquista y la feminista.
Cuando Cristina Almeida quiso separarse, el Partido Comunista trató de impedirlo.
En la ORT, donde yo estaba, se trataban como asuntos políticos la separación de algunas parejas de compañeros. Era así. Y fue así hasta el año 81, cuando se aprobó la Ley del Divorcio.
... que escribió usted con Jesús Rey.
Sí. Tenemos ese librito en una vitrina a la entrada del despacho. En nuestro ambiente, las relaciones personales eran cosa del partido.
Sigamos viajando hacia la Democracia. En 1969, el asesinato del estudiante Enrique Ruano, amigo suyo y sobre todo de su hermano Javier, fue un aldabonazo en la conciencia. La aparente relajación del régimen era sólo aparente, un espejismo.
Volvía a Madrid de Palomeras. Me enteré por la radio de la "muerte" de Enrique. Llegué a casa. Mi madre estaba muy afectada porque mi hermano Javier era íntimo amigo suyo. Mamá sabía que Javier iba a tener que huir porque seguro que venía la Policía. Por la mañana, yo había estado con Margot, la hermana de Enrique, viendo a ver si le soltaban, qué podíamos hacer...
Cuando lo sacaron de la DGS para llevarlo al piso de Príncipe de Vergara donde estaban escondidos otros compañeros y hacer comprobaciones, se cruzó con su madre y su hermana. Vieron cómo se lo llevaban. Es lo último que supieron.
En los registros tras la detención, le encontraron esas llaves a Lola, la entonces novia de Enrique, que luego se casaría con su hermano Javier.
Sí. Por la noche, fui a casa de Enrique, que estaba totalmente tomada por la Policía ante posibles altercados. Me impresionó muchísimo. La familia –acomodada y conservadora, su padre procurador en los tribunales– estaba devastada.
Al día siguiente, aparecieron en el ABC unas notas de Enrique que la policía sustrajo de las cartas que se enviaba con el psiquiatra Castilla del Pino. Era un psiquiatra muy conocido entre nosotros porque daba consejos para afrontar las torturas. Las publicaron recortadas y manipuladas para que pareciera que Enrique tenía trastornos y que, por eso, se había suicidado durante la detención arrojándose por la ventana. Fue un doble asesinato. Primero, el material. Después, el de su intimidad.
Mucha gente creyó aquella versión por culpa de las cartas, también algunos antifranquistas. Eso aparece en la serie.
A mi hermano y a mí nos afectó mucho lo de las cartas. Sobre todo a mi hermano, que pudo sentirse en cierto modo culpable de esas supuestas inestabilidades de Enrique. Yo nunca creí en el suicidio. Siempre pensé que lo mataron cuando él intentaba huir. Ya lo habían torturado y tendría mucho miedo a que volvieran a hacerlo. Miedo a no resistir y a delatar a sus amigos.
Tiempo después, una investigación de sus amigos logró la autopsia. No había muerto sólo por la caída al vacío. Tenía un disparo en la espalda.
Sí. Le habían disparado por la espalda. Por eso nuestra tesis: intentó huir, le dispararon y, para camuflar su muerte, lo arrojaron por el patio interior.
"En Atocha, mi hermano Javier se tiró encima de Lola, su mujer, para que no la mataran"
Mucha gente joven que no conozca esta historia estoy seguro de que se sorprenderá al ver la serie. Es inevitable pensar en lo terrible que fue la vida de Lola González, aquella joven abogada que se había prometido con Enrique Ruano. Lo mataron. Luego se casó con Javier... y lo mataron en Atocha.
Conocí a Lola en los movimientos católicos. Era de un curso más que mi hermano Javier. Guapísima, llamaba mucho la atención. En la facultad, todos estaban colados por ella. Lo de Ruano le impactó muchísimo porque fue a ella a quien le encontraron las llaves de aquel piso. Además, estuvo casi dos meses encerrada en la cárcel de Ventas. Y luego la matanza de Atocha cuatro años después, perdiendo a su marido...
Mi hermano se tiró encima de ella para que no la mataran. Eso le provocó un nuevo sentimiento de culpa. Y con esas dos culpabilidades injustas estuvo peleando toda la vida. La historia de Lola es muy triste. Además, le pasó todo muy joven y apenas pudo ejercer. Las heridas de los disparos de Atocha le dejaron dificultades, intentaba trabajar como podía... [falleció en 2015].
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Paca Sauquillo, en un momento de la entrevista con Daniel Ramírez.
La suya, Paca, es una historia paralela. También fueron muriendo los hombres de su vida. Su padre, cuando usted tenía catorce años. Después, mataron a su hermano Javier en Atocha. Luego, su hijo falleció abandonado en el Metro tras sufrir un shock hipoglucémico. Poco más tarde, su marido...
Sí, pero a diferencia de Lola he ido teniendo más posibilidades para rescatarme. Las operaciones y las heridas por los disparos en la garganta la dejaron muy tocada. Se quedó muy delgada, tuvo una especie de anorexia... Nunca pudo recuperarse del todo.
Yo he tenido las mochilas que usted menciona, muy duras. He perdido a gente que quería muchísimo, la gente con la que compartía mi vida. Pero también han ido pasando cosas maravillosas que me han hecho seguir avanzando. Tengo un hijo y dos nietas. Me entrego a ellos. Profesionalmente, hice una carrera en política, monté el Movimiento por la Paz –una ONG con 35 años de trayectoria–, que tiene mucho prestigio hoy en España...
Cómo fue el día de la matanza de Atocha.
Me pilló, cómo no, volviendo de Vallecas. El asesinato de Ruano, la matanza de Atocha, el 23-F... Siempre volviendo de Vallecas. Cuando llegué a casa, sonó el teléfono. Era una hermana de Cristina Almeida: "¿Dónde está tu hermano? ¿Dónde está Lola?". Y yo: "Ni idea".
El asesinato fue el lunes por la noche. Yo había visto a Javier y a Lola el sábado por la tarde en una reunión de todas las asociaciones de vecinos en Orcasitas. Tanto mi despacho como el suyo trabajaban con esas asociaciones. La siguiente vez que lo vi fue muerto en el hospital.
Venía de Vallecas.
Habíamos celebrado allí, dentro de una iglesia, el único lugar donde, por el concordato, sabíamos que no iba a entrar la policía... Un funeral laico por Mariluz Nájera y Arturo Ruiz. A él lo asesinaron en Madrid unos ultraderechistas. Y ella murió por el impacto de un bote de humo lanzado por los antidisturbios en la manifestación por el asesinato de Arturo Ruiz.
¿Sabe? Yo creo que ellos, mi hermano y sus compañeros, hasta el último momento, no pensaron que les fueran a asesinar. Porque eran nueve frente a los tres pistoleros. Si hubieran intentado reducirles, habrían muerto algunos, pero no se habría producido la matanza. Cinco muertos y cuatro heridos... Mi hermano no trabajaba en aquel despacho, sino en el de Españoleto, con Cristina Almeida. Pero tenían una reunión allí, en Atocha.
Lo de Atocha lo cambió todo.
Sí, porque, hasta entonces, sabíamos que nos podían detener, que nos podían torturar; pero no pensábamos que nos pudieran matar. Nos entró el miedo. Nunca he querido leer el sumario de la matanza de Atocha. No he podido.
Muchas veces debatimos sobre los límites de la defensa en un sentido: ¿puede un abogado defender a un hijo? Cuando murió el suyo, ¿se implicó jurídicamente? ¿Quiso hacerlo?
No pude. Fue mi marido quien se implicó más... Fue un juicio con jurado popular. Los vigilantes fueron condenados por omisión de socorro. Entregamos la indemnización a una asociación de anorexia.
Otra pregunta sobre los límites de la defensa: cuando llegaron las últimas condenas a muerte del franquismo, el PCE no quiso defender a los condenados porque eran terroristas con delitos de sangre. Usted sí quiso defenderlos.
No fue un momento fácil, pero yo lo tenía muy claro. Si estábamos en contra de la pena de muerte, había que defenderlos. Nos saltamos esa orden, que también nos dieron en la ORT. En este despacho, muchas veces rodeados de policías, preparamos la defensa todos los abogados implicados. El Partido Comunista no colaboró –por eso no participaron Carmena y Almeida–.
¿Es cierto que usted logró que conmutaran la pena de una mujer aconsejándole que fingiera un embarazo?
Había dos mujeres condenadas a muerte: Concha Tristán y María Jesús Dasca. Concha estaba embarazada y le conmutaron la pena. Ya por ser mujer, era muy raro que el franquismo te ejecutase. Sólo habían ejecutado a una desde la guerra y hacía muchísimos años. Pero amenazaban con ejecutarlas, vamos, las condenaron a muerte.
Se me ocurrió aconsejar a Dasca que fingiera un embarazo. Intenté convencer a un ginecólogo, Sopeña, para que asegurara que Dasca estaba embarazada, pero me dijo que no podía mentir. Lo que sí hizo fue explicar que, nada más quedarse embarazada, no se pueden hacer comprobaciones a una mujer porque se puede dañar el feto.
Coló.
Parece que sí. Nunca sabremos exactamente si fue el motivo de la conmutación, pero parece que ayudó.
¿Qué recuerdo tiene de ese amanecer en Hoyo de Manzanares?
El peor recuerdo que se pueda usted imaginar. Horroroso. No se movía nada en las calles, la gente tenía mucho miedo. Fui la última abogada en salir de dentro, había mucha tensión con los abogados militares... Y, por último, el ruido de los disparos que escuchamos ya en el exterior. Eso no se olvida nunca. Además del pelotón, sólo pudo presenciar el fusilamiento el cura de Hoyo de Manzanares. Se quedó muy tocado para siempre.
En la serie, cuando asesinan a Carrero, algunos de sus compañeros se alegran, pero usted no. Aparece diciendo: "El camino no puede ser matar a todo el mundo".
Eso siempre lo he tenido claro. La muerte de Carrero, la muerte del dictador, fueron muy importantes para que las libertades se abrieran paso, pero yo no me alegro jamás de la muerte de una persona.
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Paca Sauquillo, en su despacho. Al fondo, el retrato que le hicieron cuando se puso la toga.
Traigamos la memoria al presente. Esta semana, el Gobierno ha inaugurado el 'año Franco'. Es decir: cien actos que van a conmemorar la muerte del dictador a lo largo de 2025. El eslogan dice: "España en libertad. 50 años". Eso no es cierto, al morir Franco no llegó la libertad.
La dictadura no desapareció del todo casi hasta 1980. Y eso que Franco murió en 1975. Entre el 75 y el 80, hubo muchísimas detenciones. Soy la tercera abogada que más ha defendido ante el Tribunal de Orden Público. El primero es un abogado catalán, el señor Soler. Después, Cristina Almeida. Luego, yo. Y puedo decirle que, tras morir Franco, es cuando más procesados hubo.
Y eso que Suárez empezó a desmontar el régimen en 1976.
Claro, pero era un tira y afloja. Un proceso gradual. Había mucha gente que no quería que se avanzase. ¡Pero si los asesinatos de Atocha fueron dos años después de la muerte de Franco! Fueron años bastante convulsos. La dictadura tuvo varias etapas. La más cruel, hasta 1945, con mucha represión y muchos asesinatos en el cementerio de La Almudena.
La guerra civil fue un horror y en ambos bandos se cometieron auténticas barbaridades, pero no se puede hacer equidistancia. Luego hubo una dictadura de cuarenta años. Entre el 46 y el 56, se conoció cierta calma represora, sin ninguna libertad. Pero en el 56 llegaron los altercados universitarios. Desde ahí hasta el 69, se recrudeció la dictadura. Hemos hablado del estado de excepción del 69 tras el asesinato de Ruano y las protestas que provocó.
Entonces, el lema del Gobierno le resultará chocante. "50 años de libertad".
El eslogan no refleja lo que dice el Gobierno que quiere hacer: explicar lo que fue la dictadura a los jóvenes para que no vuelva a repetirse. En esto último, sí estoy de acuerdo. Pero es cierto que el dictador murió en la cama y apenas dos meses después de los últimos fusilamientos.
El eslogan no está bien elegido. No refleja eso que quiere transmitir el Gobierno de cómo se vivía en una dictadura. Las libertades no empezaron al día siguiente de la muerte de Franco ni mucho menos. Empezaron mucho después.
No hay motivos para enorgullecerse de la muerte del dictador. Refleja una realidad triste: la incapacidad de la oposición para derrocarlo y el apoyo social que tuvo hasta el final. ¿Por qué no celebrar la Transición, que fue lo que sí que mató al franquismo? ¿Por qué no esperar a 2027 o 2028? 50 años de las primeras elecciones, de la Constitución...
No nos enorgullezcamos de la muerte del dictador, que efectivamente murió en la cama, como le decía, dos meses después de dar la orden de los fusilamientos y de rechazar ponerse al teléfono con el Papa, que le pedía la conmutación. Pero yo creo que el Gobierno quiere decir otra cosa, como le he explicado. Lo que pasa es que el lema no está bien elegido.
Sí, yo creo que también deberíamos haber esperado. Lo que pasa es que estamos viviendo una época en Europa de auge de movimientos autocráticos, no tanto en España. Pienso que han querido aprovechar esa ola. Entonces, habrán dicho... Es una suposición, ¿eh? Porque a mí no me han consultado. Habrán dicho: "Vamos a aprovechar para advertir a la gente de los riesgos y señalar el peligro de estos movimientos".
Dígame la verdad: qué pensó cuando supo que eran cien actos. ¡Cien!
Todavía no conozco la relación ni el contenido de los actos. A mí, lo que más me interesa es que la Historia se enseñe bien, con sus matices, en los colegios. Sin tergiversar, sin manipular. Porque la Historia es una cosa y la memoria otra. La memoria es principalmente individual. La Historia debe contarse, por los historiadores, lo más objetivamente posible. Después, la memoria que uno tiene... es de cada uno.
Antes de irnos, la última novedad. El PSOE ha presentado una proposición de ley que pretende restringir la acusación popular. Creo que le atañe directamente.
Sí, porque fui ponente en la ley orgánica del poder judicial, que incluyó como novedad tanto el jurado popular como la acusación popular. Soy partidaria de la acusación popular, de que exista ese derecho cuya posibilidad ya aparecía en la Constitución. Otra cosa es que algunas denuncias se planteen a lo loco y sin base a través de ese derecho. Pero eso se puede solucionar con una actuación rigurosa del juez al que le toque, no admitiendo a trámite el asunto.
El Partido Socialista mezcla en la misma propuesta la restricción de la acusación popular con la eliminación del delito de ofensa a los sentimientos religiosos.
Hay que intentar que desaparezca ese delito, pero no me gusta que vaya en la misma proposición de ley. No tiene nada que ver una cosa con la otra.
¿El PSOE toma esta medida por estar cercado por la corrupción? El PP, en una situación parecida, propuso algo similar.
No, no creo que lo propongan por eso. Pienso que se debe a la situación de deterioro de la opinión pública y a la admisión de acusaciones sin fundamento. Pero ya le digo: a mí no me convence. Es un remedio apresurado.