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La mañana dejaba la incógnita de comprobar cuáles serían las caras. Como ese grupo que se va de finde a una capital europea para una reunión de trabajo, los protagonistas del evento habían salido la noche anterior. Orbán estuvo tomando pinchos en el madrileño mercado de San Miguel y casi a las 10 de la noche, lo que para un centroeuropeo equivale a nuestras tres de la madrugada, no había empezado la cena oficial.

Venían también para disfrutar de la noche madrileña. Y oye, bien, las caras bien. Todos salieron a escena frescos y enérgicos, como manda el estilo en este grupo político. E incluso Abascal se permitió bromear con las incursiones de su amigo Víktor por los bares de la capital. 

"He podido ver algunos vídeos y resulta que la gente saludaba, quería al ogro de Bruselas. No sé si sabes que Pedro Sánchez no puede ir a ningún mercado, calle o barrio, porque los españoles le detestan. Están hartos de su traición", le decía a su colega húngaro. De lo que no le advirtió antes a Orbán es de que ese sitio se ha puesto carísimo y que está hecho sólo para turistas. 

Da igual, a él le gustó. O eso parecía, porque se le veía encantado. Orbán salió al atril como el que va a cierto programa de televisión, a disfrutar. Los primeros cinco minutos de su discurso se remontaron a su pasado imperial y a la Edad Media -imaginen a Pedro Sánchez comenzando un mitin por los Reyes Católicos- y la gente le aplaudía. 

Y a cada referencia histórica, como si fuera un salmo, remataba con un "Santiago, te entiendo y estoy contigo". Se trataba de jugar al mito de la Reconquista, de la España contra la "invasión musulmana", que también explotó el holandés Geert Wilders

Pero cuando parecía que Orbán emularía a Fidel Castro -todos los extremos se tocan- con un discurso de dos horas y media, dio un salto en el tiempo. Hasta 1956. Aquel año, el de la Revolución o el Otoño húngaro, su pueblo se levantó contra las políticas impuestas por la Unión Soviética. 

"Vosotros españoles fuisteis los primeros en apoyarnos cuando nos rebelamos contra el comunismo", pronunció el primer ministro húngaro, ligeramente emocionado. Y todo el público se puso en pie para rendir la ovación más calurosa y larga de toda la mañana. Sólo comparable a la que se produjo con alguna mención a Pedro Sánchez. 

La España franquista contra el comunismo. Y los asistentes al acto con sus banderas, se emocionaron junto al amigo Orbán. 

Sabía dónde venía, estaba claro. Por eso recurrió a los símbolos y a los puntos de encuentro entre ambos pueblos. El segundo fue Ferenc Puskas, "al que ustedes llamaban Pancho". De nuevo aplausos. Aunque con el futbolista tampoco había muchas citas de las que tirar, por lo que sólo le pudo parafrasear para decir que "como dijo Pancho, el equipo está muy unido".

Era la estrella de la matiné, se estaba gustando demasiado. Y pese a que él es el alma máter de este grupo, tampoco quería restarle protagonismo a Santiago Abascal, que para eso era el anfitrión. Así que acudió a la mitología, recordó que Europa fue capturada por Zeus transformado en toro y afirmó que "Abascal es el torero más valiente" que había visto en política. 

Pelín rebuscada la referencia, pero el público ya estaba entregado. "Torero, torero", gritaban. Les faltaba pedir las dos orejas y el rabo. Aunque prefirieron escuchar a Abascal, recibido como si fuera Morante de la Puebla.

Una intrusa entre los groupies

En realidad, la mayoría de asistentes habían venido a verlo a él. Bastaba con solicitar invitación a través de internet, obtener un código QR y hacer cola en medio de un enjambre de periodistas para poder acceder a un auditorio con capacidad para 2.000 personas en un hotel cercano al aeropuerto de Barajas.

Allí estaban las señoras que se hacían selfies con Figaredo, al que veían como el nieto pródigo. O un hombre vestido todo de rojigualdo, con sombrero y bandera a modo de capa. Pero, claro, el método era tan democrático que se te puede colar cualquiera. Y así pasó, nada más comenzar el evento. 

Todavía estaba pronunciando sus primeras palabras el líder del Partido Popular Conservador estonio, Martin Helme, cuando una femen con un mensaje entre las tetas interrumpió con un grito. "Viva Palestina antifascista", dijo. Y el público esta vez calló. Lo mismo que el político estonio, que tardó unos segundos en reaccionar hasta continuar con lo suyo. 

Tampoco había muchas mujeres en el grupo, más que la griega Afroditi Latinopoulou y Madame Le Pen. Todo un poco incómodo. 

Entonces, para cuando quiso retomar el hilo el estonio la gente ya estaba silbando. La chica, cuyo mensaje decía "Make Europe antifascism again" (hagamos Europa antifascista otra vez), fue sacada en volandas por la seguridad y detenida por la Policía mientras gritaba "contra el fascismo ni un paso atrás".

Un animador holandés y un triste italiano

El resto se tomaba el acto con más ligereza. No era tanto ese momento de expresar la rabia, como en las manifestaciones de Ferraz, sino un día para demostrar desacomplejadamente que uno es de derechas y punto.

Los discursos podían estar plagados de odio -contra la inmigración, contra lo woke, contra las trans, contra lo verde, contra los rojos, contra los azules-, pero al fin y al cabo había un tono de diversión.

El más espirituoso fue Geert Wilders, un holandés rubio platino, que parecía ese telonero gracioso de los conciertos que saluda con un español cómico. "Queridos amigos, ¿están todos bien? ¡Viva España!... No les he escuchado... ¡Viva España!". Todo del tirón, con acento macarrónico.

Lo más curioso es que el más tristón parecía el italiano. Matteo Salvini, siempre a medio gas, siempre lejos del foco. Él que fue el primer populista, un pionero entre todos ellos. Él, que bailaba despreocupadamente en una discoteca de playa, mientras se estaba gestando un golpe para sacarlo del poder durante su primera experiencia de gobierno.

Hace años tuvo sus más y sus menos con Abascal por apoyar a Puigdemont y al independentismo catalán. Sabía que esas imágenes volverían, así que prefirió quedarse en un segundo plano. Los fotógrafos decían en la sala de prensa: "a éste se le ve como cabizbajo".

Un holandés simpático y un italiano un tanto melancólico. Qué cosas. Quizás sea esa la nueva Europa que venían a anunciar.

Del resto, poco que decir, más que el portugués, André Ventura, muy animado, hablando en español y pronosticando un futuro en prisión para Pedro Sánchez. O ese vídeo de Javier Milei de 20 segundos, como cuando te piden que mandes una felicitación para un cumpleaños y como no sabes qué decir terminas recurriendo a lo que esperan de ti. "Viva la libertad, carajo", decía el argentino, antes de cortar.