18 de Julio: mentiras y propaganda
En el 80º aniversario del inicio de la Guerra Civil, el autor reivindica una interpretación objetiva de los hechos y detalla ejemplos de manipulación durante la contienda.
El presidente Obama recibió de Pablo Iglesias un libro sobre la Brigada Lincoln, aquellos norteamericanos del Partido Comunista de EEUU que, financiados por la URSS de Stalin, vinieron aquí a matar españoles para imponer, no la democracia, sino el comunismo. Sería impensable que el líder de un partido de la derecha que cobijara en su seno a un totalitarismo de antaño, como el nacionalsocialismo -primo hermano del comunismo-, regalara al presidente norteamericano un libro elogiando a la Legión Cóndor.
Esto se debe a que hoy el relato común es que la sublevación del 18 de julio de 1936 -aunque fue un día antes-, la hizo el Ejército contra el Pueblo para desmontar la democracia e implantar el fascismo. Buena parte de esta interpretación politizada, maniquea y anacrónica se debe a la versión propagandística que sobre lo que ocurrió en España contaron entonces periodistas e intelectuales de uno y otro bando, algunos voluntariamente, otros con su voluntad comprada, como hicieron entre otros, los amigos ingleses de Franco, o el estalinista Müzenberg. La Guerra Civil fue el inicio de una nueva etapa para el reportaje por su peligrosidad y su claro sesgo propagandístico.
Poco después del 18 de Julio, la censura republicana, dependiente del Ministerio de Estado -hoy Asuntos Exteriores-, se instaló en el edificio de Telefónica en la Gran Vía. Quedó en manos del escritor Arturo Barea, el de La forja de un rebelde. El mecanismo era sencillo: los periodistas pasaban su texto al censor, que eliminaba y corregía, y luego la telefonista lo transmitía al periódico correspondiente. Lo importante era contar al mundo las bondades del bando republicano, y las maldades fascistas del bando rebelde.
La oficina de prensa facilitaba entrevistas con las Brigadas Internacionales, de las que salieron románticas crónicas
En Madrid se creó un grupo de corresponsales contra Franco bajo la sombra de Mijail Koltsov, del Pravda. No vivían mal, claro. Ernest Hemingway, ganado para el comunismo, tenía una enorme reserva de alimentos en su habitación del hotel Florida. El corresponsal del Daily Express en Madrid, Sefton Tom Delmer, iba siempre mal vestido para no contrariar los “prejuicios burgueses” de los comunistas, pero en su casa guardaba una gran bodega comprada a los anarquistas que saquearon el Palacio Nacional -antes Real-.
La oficina de prensa republicana facilitaba entrevistas con las Brigadas Internacionales, de las que salieron románticas crónicas para el Paris-Soir y The New York Times. Muchos de los corresponsales se unieron a la tarea propagandística del socialismo y el comunismo, entendiendo que ejercían una forma de lucha contra el fascismo. Herbert Matthews, del NYT, dijo años después estar orgulloso de toda aquella labor de propaganda porque representaba “la justicia, la moralidad y la decencia”. Los que decían ser “imparciales”, decía Matthews, eran “falsos e hipócritas”.
La propaganda era básica. Y guardaron silencio respecto a las checas, sacas, incendios, o episodios como Paracuellos. El soviético Koltsov y el corresponsal comunista británico Claude Cockburn, editor de The Week, negaron públicamente el derecho de los lectores a saber la verdad hasta que no fuera derrotado el fascismo. Y así lo hicieron, por ejemplo, en las crónicas del asedio al Alcázar de Toledo.
Entre los tres artículos más citados de la guerra estuvo la supuesta entrevista a Franco de Jay Allen, del 'Chicago Daily Tribune'
-Los tres artículos más citados de la guerra fueron el de Mário Neves sobre la matanza de Badajoz, la crónica de George Steer sobre el bombardeo de Guernica, y la entrevista de Jay Allen, simpatizante del Frente Popular, a Franco en Tetuán el 27 de julio de 1936 para el Chicago Daily Tribune, en la que supuestamente preguntó:
-¿Tendrá que matar a la mitad de España? El general Franco sacudió la cabeza con sonrisa escéptica, pero dijo: “Repito, cueste lo que cueste”.
(…)
-¿Qué haría su gobierno si venciera?
-Yo establecería una dictadura militar -contestó Franco-, y más tarde convocaría un plebiscito nacional para ver lo que el país quiere. Los españoles están cansados de política y de políticos.
Pero antes de que Jay Allen -sobre quien pesa la sospecha de que se inventó la entrevista- hablara con Franco, ya lo habían hecho otros. El 20 de julio lo entrevistó el británico Cornelius James Murphy, de Reuters. Franco le dijo que su enemigo era el comunismo, no los españoles. Y el francés Jean D’Esme hizo lo propio el día 24 para L’Intransigeant. Le preguntó por el momento después de la supuesta victoria:
-Tengo la intención de restaurar primero la ley. Volver a la normalidad. A continuación, vamos a basarnos en el orden y la libertad y no en el libertinaje, la anarquía y la tiranía. Las circunscripciones elegirán una Asamblea Constituyente para establecer una nueva Constitución.
La propaganda rebelde era igual de desconcertante, y ahí las palabras de Franco al 'Diario de Lisboa' y 'La Nación'
Claro que del lado rebelde, la propaganda era igual de desconcertante. Félix Correia entrevistó a Franco para el Diario de Lisboa el 10 de agosto de 1936. Preguntado por la bandera tricolor o la rojigualda, dijo: “Los colores de la bandera, como otras cosas, están por encima del régimen (…). De momento, la bandera oficial es la tricolor, como himno oficial es el de Riego”. Y con las mismas, el 12 de octubre de aquel año Franco confesaba a Javier E. Yndart, corresponsal del argentino La Nación, que establecería en España un “estado totalitario nacional en el riguroso sentido de la palabra”. Aquello era el festival de la confusión.
Si las declaraciones de Franco podían engañar a alguien, también lo hacían los corresponsales y los fotógrafos. Fue el caso de Robert Capa y su trucada foto titulada La muerte de un miliciano, publicada por la revista Vu en septiembre del 36, y luego por Life en julio de 1937, que se convirtió en el testimonio gráfico más importante de la contienda y en arma política del frentepopulismo.
Lo importante era crear opinión, sensaciones, y emociones negativas, no contar la verdad. Así, por ejemplo, aun sabiendo que el país estaba socialmente roto, el anarquista Pierre Van Paassen escribía en el Toronto Daily Star en agosto del 36: “El Pueblo contra el fascismo”. La manipulación de información y conceptos fue completa.
Tuvimos que esperar a que hispanistas como Carr o Payne nos trajeran un relato de la Guerra Civil sin pretensiones políticas
De aquel 18 de Julio, y de lo que España fue antes de ese día, y de lo que vino después, el mejor testimonio es el de Antoine Saint-Exupéry, el autor de El principito, corresponsal aquí del L’Intransigeant, cuando escribía que los “hombres ya no se respetan entre ellos” porque “tenemos unos comités que se adjudican el derecho a depurar en nombre de criterios que (…) no dejan detrás de sí más que muertos”, y “un general, que al frente de sus marroquíes, condena a multitudes enteras”. Y como si aquella guerra adelantara el drama que se cernía sobre Europa, el escritor confesaba que “en España, hay multitudes en movimiento, pero el individuo, ese universo en el fondo del pozo, llama en vano pidiendo ayuda”.
No es sorprendente que fueran los hispanistas los que, fuera de las nuevas trincheras de papel y cátedra, nos trajeran décadas después un relato de la Segunda República y de la Guerra Civil sólo con la pasión del observador, del analista, en fin, del historiador sin ambición de armar un discurso político. Me refiero a Hugh Thomas, Stanley Payne, o Raymond Carr, que fueron maestros para muchos buenos historiadores españoles posteriores.
*** Jorge Vilches es profesor de Historia del Pensamiento y de los Movimientos Sociales y Políticos en la Universidad Complutense de Madrid.