Todos los días durante 17 años Dolores Delgado y Baltasar Garzón entraron y salieron juntos de la Audiencia Nacional a tomar café, a almorzar, a dar charlas juntos, a viajar América Latina... Y también a compartir celebraciones con amistades peligrosas como la del poderoso comisario, hoy en prisión, José Manuel Villarejo.
Una cinta grabada a escondidas por este policía -que hizo lo mismo con Corinna Larson, la examiga del rey Juan Carlos- ha sacado a la luz el amigable encuentro que el exjuez y la fiscal compartieron con Miguel Ángel Fernández Chico, entonces director adjunto operativo de la Policía; el comisario Enrique García Castaño, alias ‘El Gordo’ e íntimo de Garzón, el también policía Gabriel Fuentes y el propio Villarejo. Celebraban la concesión a este último de una medalla al mérito policial pensionada.
Eran días de vino y rosas en los que Dolores Delgado, siempre pegada a Garzón, disfrutaba de la fama del entonces juez y compartía con él su intensa vida social. Ello explica que, como ha asegurado este lunes la hoy ministra de Justicia, fuera Garzón el que la llevara al almuerzo con Villarejo, al que ella no estaba invitada.
Pero los sucesivos errores cometidos por Delgado en los últimos días al tratar de explicar, en términos zigzagueantes y poco claros, su relación con Villarejo han quedado en evidencia a la vista de la grabación desvelada por moncloa.com.
Delgado ha pasado de decir que "nunca ha tenido relación de ningún tipo" con el comisario encarcelado (17 de septiembre) a matizar que "no ha tenido ninguna relación personal, profesional, oficial o no oficial con José Villarejo más allá de haber coincidido con él en compañía de otras personas en algún evento" (18 de septiembre) y finalmente admitir que "tiene recuerdo de haber coincidido con el comisario en tres ocasiones junto a otros mandos policiales y cargos judiciales fiscales" (este lunes).
Indiscreciones
La frecuencia y el relajado contexto de la relación con Villarejo no son el único problema que Delgado tiene a la vista de la grabación, que pone de manifiesto la naturalidad con la que la entonces fiscal y Garzón comentaban con personas ajenas a la Audiencia Nacional lo que sucedía con casos tramitados en este tribunal, como el de los dos piratas somalíes acusados de asaltar el buque español Alakrana.
Delgado, de natural locuaz y espontánea, puede temer razonablemente haber incurrido en más de una indiscreción en sus conversaciones con el peligroso entorno policial próximo a Garzón. Y todo ello puede estar grabado o salir de una forma u otra a la opinión pública.
Dolores Delgado y Baltasar Garzón lo saben casi todo de la Audiencia Nacional. Durante casi dos décadas formaron un cerrado núcleo de poder integrado también por jueces como Fernando Andreu y, en menor medida, por Santiago Pedraz. Desde que la fiscal llegó a ese tribunal en 1993 ha vivido a la sombra de Garzón y obnubilada por la aureola de este exmagistrado, que la introdujo en sus círculos latinoamericanos y le llegó a buscar una plaza en la Corte Penal Internacional de La Haya cuando Garzón se marchó allí tras ser suspendido por las investigaciones seguidas contra él en el Tribunal Supremo.
Tras ser condenado por las escuchas ilegales del caso Gürtel y expulsado de la carrera judicial, Garzón se ha dedicado a ganar dinero con el ejercicio de la Abogacía llevando a clientes con procedimientos abiertos en la Audiencia Nacional, donde Delgado ha seguido trabajando como fiscal. El papel que en los trajines del exjuez hayan podido tener personajes turbios como Villarejo o García-Castaño es un agujero negro que puede aparecer en cualquier momento en el caso tándem, en el que ambos policías están siendo investigados. Un sinvivir para la ministra, que ahora ve cómo su más estrecho amigo y confidente puede convertirse en su perdición para la aventura política que inició hace sólo tres meses.