España vacía, España vaciada. Me sorprende el éxito de una denominación que nace de uno de los libros más hirientes con los habitantes de los pueblos: La España vacía de Sergio del Molino. Les llama heterófobos, enemigos de los forasteros. Una muestra: “El pueblo es pueblo y campo. En la España vacía el pueblo es solo pueblo, y ay de aquel al que la noche sorprenda en descampado”. Otra: “A veces encontraba a alguien feliz, pero era raro”.
Le afecta el mismo prejuicio que a la mayoría de los que escriben sobre medio rural: hablan de pueblos que ya no existen. Cambian los hechos, improvisan. Y confunden los datos. Si los conocieran, con los mismos argumentos hablarían de Francia vacía, Alemania vacía, Asturias vacía, Cataluña vacía.
Hace unos meses me pidieron participar en un programa sobre los pueblos para La Sexta Columna de García Ferreras. Les invité a hacer la entrevista en mi pueblo, Castroverde de Campos, en Zamora. Torpe error. Desde el primer minuto comprobé que entrevistadora y cámaras tenían instrucciones de seleccionar imágenes de ruina, de desierto. La España vacía.
Cometieron un exceso que irritó a todo el pueblo. En el reportaje se presenta la panadería de la familia Magadaleno, una empresa de éxito con muchos trabajadores en nómina de la que nos sentimos orgullosos, como una tienda “en la que ni se vende pan ni se venden magdalenas”. No es lo que vieron, pero es lo que querían ofrecer: pueblos-cementerio.
En la manifestación multitudinaria convocada por decenas de organizaciones de la llamada “España vaciada”, preguntaron al actual ministro del ramo, del PSOE, y a la exministra, del PP. Respondieron igual, con lugares comunes. Ni una palabra que apuntara a alguna estrategia de desarrollo rural. Es fácil detectar el bipartidismo agrario, incluido ese invento del Comisionado para el Reto Demográfico, que ha producido lo mismo con unos y con otros: nada.
Durante los últimos años se ha ignorado uno de los mayores desafíos del país, la transición rural, la configuración de un nuevo espacio geográfico. Pero, a pesar de la evidencia de los cambios, se mantiene un modelo mental obsoleto, que confunde la España agraria del pasado con la nueva España rural. La propia estructura del ministerio lo refleja.
En la España vacía se está configurando un nuevo paradigma rural: ser espacio de ocio para millones de personas
Hace casi veinte años, como portavoz de política rural del PSOE, coordiné unas jornadas que tenían como objetivo traducir políticamente esa revolución que se estaba produciendo. Se concretó en la Declaración de Oviedo. Hasta hoy. Cuando en 2004 el PSOE formó gobierno se olvidó la urgencia de la transición rural y pasó a ser prioritario quiénes se hacían con la presidencia de Mercasa y otras golosinas. El ministerio siguió por los caminos trillados del bipartidismo agrario: calcular cuánta PAC nos toca y poco más. La Ley de desarrollo rural se convirtió en un ejercicio académico, y ahí sigue, en la vitrina.
Europa lleva años intentando reorientar fondos de subvenciones a la actividad agraria hacia el desarrollo rural con el fin de detener la sangría de los pueblos. Intento fallido: cambio de nombres para hacer lo mismo. Pero tampoco han servido los cuantiosos fondos de la PAC para fortalecer las explotaciones agrarias familiares.
Cuando mi padre, un ganadero de ovino de Tierra de Campos, comenzó a recibir las subvenciones me dijo lo que pensaba: “Aquí lo que hace falta es que lo nuestro valga”. Que los precios al productor sean rentables. Tenía razón. Hoy sabemos que las subvenciones agrarias terminan en la caja de las industrias y, sobre todo, de la gran distribución, gracias a un reparto en la cadena de valor en el que, vía precios, se lo llevan todo. Ni para los agricultores ni para salvar pueblos.
En lo que llaman la España vacía se está configurando un nuevo paradigma rural, aunque los ministros del bipartidismo agrario, simples tesoreros de fondos europeos, no se enteren. Unos pocos geógrafos españoles llevan años investigando este proceso de transición rural. Los cambios que van definiendo un nuevo espacio geográfico son múltiples, pero destaca uno: la función de espacio de ocio y residencias secundarias para millones de habitantes de las grandes concentraciones urbanas.
Si se mira, se ve. Y si se leen con atención Censos de Población y Viviendas, Encuestas de Infraestructuras y Equipamientos Locales, Estimaciones del Parque de Viviendas de Fomento o el Catastro Inmobiliario, se comprobará que es un fenómeno que afecta a muchísimos españoles en todo el territorio. Puede resumirse en una cita de uno de los estudios del Departamento de Geografía de Valladolid: “En los pueblos se ha mantenido el número de entidades y hasta ha crecido el de viviendas”. Y si hay casas en pie, hay pueblo.
Hay que ofrecer estímulos encaminados a lograr una transición rural que no puede esperar otros veinte años
Antonio Morejón es un amigo de la infancia que vive con su familia en Valladolid. A la más mínima se planta en Castroverde, feliz. Compró una casa, la rehabilitó a fondo, paga el IBI y todas las tasas e impuestos correspondientes en el pueblo. Ahí deja una parte del presupuesto familiar. Es uno de los millones de españoles, invisibles, que desde 2001 el censo denomina “población vinculada”, esos a los que la literatura de la España vacía no ve “desde la ventanilla del coche”.
Richard Thaler, Nobel de Economía en 2017, destaca la importancia que tienen pequeños empujones (nudges), estímulos que favorecen el desarrollo. Es de aplicación a una estrategia de desarrollo rural sostenible. ¿Cómo pueden los poderes públicos ayudar a recomponer una sociedad rural tan deteriorada? Es una ingenuidad esperar un gran empujón, la fábrica que va a salvar cada pueblo. Pero sí hay medidas que están demostrando resultados, pequeños empujones. Se puede destacar un ejemplo, la piscina pública.
Cuando un pueblo cuenta con este servicio, niños de esta población temporal tienen interés por ir al pueblo en verano, y con ellos los padres, que pueden terminar arreglando una casa y alargando sus estancias medias. Sí, es cierto, no están todos los días en el pueblo, pero hablamos de un proceso de desarrollo rural, ni de milagros ni de vuelta a un pasado imposible. Se pueden aportar muchos ejemplos, pero lo que importa es que formen parte de un Pacto de Estado para una transición rural que no puede esperar otros veinte años.
Hoy hay una realidad geográfica nueva en la que la divisoria entre mundo rural y mundo urbano se ha diluido. Los pueblos dependen de las ciudades y las ciudades del espacio vital de los pueblos. Esas estampidas regulares desde las ciudades buscando clorofila marcan el camino.
Cuentan que cuando, entretenidos en una charla por Madrid, Benito Pérez Galdós y Pío Baroja llegaron a los límites de la ciudad, Galdós le dijo a don Pio: “Cuidado Baroja, el campo”. Hoy, cien años después, con el paso de una España agraria a otra postindustrial, podría haber sucedido al revés: “Cuidado Galdós, la ciudad”.
*** Jesús Cuadrado Bausela es geógrafo y ha sido diputado nacional del PSOE en tres legislaturas.