El Tribunal Constitucional no decidirá hasta el próximo miércoles quién desempeñará la presidencia de la institución durante los próximos dos años y medio. El nombramiento se iba a producir hoy martes, pero el sector progresista, a través de Ramón Sáez, pidió este lunes al presidente en funciones, Ricardo Enríquez, que atrasara 24 la convocatoria del Pleno.
Sáez, que ha asumido un papel muy activo en esta renovación, explicó a Enríquez que los miembros del sector progresista aún deben hablar entre ellos y que los nuevos magistrados tenían que tomar tierra, por lo que celebrar el Pleno este martes iba a ser "precipitado".
Pero también admitió que "el gallinero está revuelto", una metáfora descriptiva de la situación interna que atraviesa el grupo progresista. Dos de sus integrantes, María Luisa Balaguer y Cándido Conde-Pumpido, aspiran a encabezar el tribunal.
Los progresistas, en minoría en el TC desde 2013, acaban de recuperar la posición hegemónica pero, sin embargo, no llegan unidos a la primera decisión trascendente. El presidente del Constitucional es mucho más que un voto: decide la agenda del tribunal y los tiempos de resolución, fragua (o no) consensos ante los asuntos en los que el TC se juega su posición institucional, su prestigio o su imagen, e inclina la balanza en caso de empate entre los magistrados.
Ese papel será aún más relevante en esta nueva etapa de la Corte de garantías, durante la que se examinarán asuntos como el aborto, la eutanasia, la ley de educación, la ley de 'sólo sí es sí' o la restricción de las competencias del Consejo General del Poder Judicial, por citar algunas de las reformas del mayor interés para el Ejecutivo de Pedro Sánchez, interés que se multiplica en el período electoral que se avecina.
Con semejante panorama el Gobierno preferiría que la presidencia del TC esté en manos de Conde-Pumpido, al que considera más experimentado y, sobre todo, más previsible que Balaguer. Pero ser un verso suelto es justo, de puertas adentro, una de las fortalezas de la magistrada, de talante más empático y conciliador que el exfiscal general.
Conde-Pumpido lo sabe y en los últimos días ha asegurado a sus colegas progresistas que huirá del presidencialismo y que el programa que le gustaría desarrollar será acordado entre todos.
El magistrado cree tener seguros los votos de dos de los nuevos magistrados, Juan Carlos Campo y Laura Díez, además de los de Sáez e Inmaculada Montalbán.
Pero Balaguer no está sola. Los cuatro magistrados conservadores la apoyan. "Al menos con ella se puede hablar y llegar a soluciones consensuadas", dicen en el ahora sector minoritario.
Todo depende de Maria Luisa Segoviano, la magistrada nombrada de carambola por el CGPJ, que sigue sin soltar prenda sobre cuál será su posición. Su voto es el que decidirá si la Presidencia será ejercida por Balaguer o por Conde-Pumpido. Una eventual abstención favorecería, por razones de edad, al segundo.
Tanto Segoviano como Balaguer han asegurado que asistirán a una reunión del sector progresista convocada por Sáez para hoy con el fin de intentar superar la división. Parece difícil, porque tanto María Luisa Balaguer como Conde-Pumpido han hecho saber que no renunciarán a su aspiración de presidir el tribunal.
La vicepresidencia
Lo que sí se descarta en el tribunal es un pacto entre los dos sectores para conseguir el nombramiento unánime tanto del presidente como del vicepresidente. Esta fórmula funcionó con el presidente y vicepresidente salientes, Pedro González-Trevijano y Juan Antonio Xiol, y también en renovaciones anteriores como la que dio la presidencia a Francisco Pérez de los Cobos y la vicepresidencia a Adela Asúa.
Pero no ha funcionado en la mayoría de las ocasiones precedentes porque "las personas son distintas y sus talantes también", explican en el tribunal. En la actual coyuntura, lo más aproximado a la unanimidad sería que el sector progresista apoyase a Balaguer en vez de a Conde-Pumpido, lo que no es previsible.
Quien sí puede reunir un amplio apoyo como vicepresidente es Ricardo Enríquez, apoyado sin fisuras por sus tres colegas conservadores y que, al igual que Conde-Pumpido y Balaguer, se encuentra en la última fase de su mandato.
Enríquez no conseguiría que el grupo conservador apoyase a Cándido Conde-Pumpido pero él no suscita rechazo en ninguno de los candidatos a la presidencia ni, en general, en el sector progresista.
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