La Sala de lo Penal de la Audiencia Nacional ha confirmado la condena de cinco años y medio de cárcel a Bilal Jfita, imán en una mezquita de Getafe (Madrid), además de profesor en una madrasa (escuela musulmana).
De esta forma, el tribunal rechaza el recurso presentado por el acusado y destaca la "peligrosidad" de los comportamientos por los que fue juzgado.
"Se deriva de que se trata de un imán, de un dirigente espiritual, de forma que sus opiniones se difunden con facilidad entre los miembros de su comunidad y aparecen como opiniones relevantes, lo que implica una facilidad para reconducir a otras personas hacia el ideario yihadista, promoviendo el uso de la violencia contra quienes no compartan su visión del Islam", indica la resolución.
"Con la difusión pública de esos contenidos que entran de lleno en el discurso del odio, el recurrente incitaba a cometer este tipo de acciones, al justificarlas y hacer aparecer como héroes a los autores y con ello se incrementó el riesgo de sufrir este tipo de ataques terroristas", añade el tribunal.
El pasado abril, Bilal Jfita fue condenado a más de cinco años de cárcel por los delitos de autoadoctrinamiento y de enaltecimiento del terrorismo.
Según dio por probado aquella sentencia, este ciudadano marroquí, nacido en 1992, se dedicó a "incitar a otros, a través de redes sociales y de canales de mensajería digital, a realizar actos de extrema violencia y carácter terrorista". También, a "autocapacitarse él mismo para llevarlos cabo".
Los jueces señalaron entonces que su comportamiento constituyó "un grave peligro concreto y cierto de la realización por sí mismo y por terceros de acciones terroristas".
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"Pretendía, con todo ello, capacitarse a sí mismo con esta formación, y también difundirla a terceros para que pudiesen acceder a esa instrucción, con la intención de prepararse para unirse de manera efectiva a los combatientes de la yihad radical en sus acciones violentas, y para incitar a otros a hacer lo mismo", resumió la Sala.
La investigación
La investigación policial contra este imán se inició una vez se detectaron sus contactos, personales y por Internet, con su compatriota Moussa El Morabit, detenido en Barcelona en 2018 por orden de Marruecos. El Morabit habría combatido en las filas de las organizaciones terroristas Al Nusra y Estado Islámico.
En el registro de la vivienda de Bilal Jfita, los agentes se incautaron de cuatro teléfonos móviles. Una parte de ellos fue empleada para difundir contenido yihadista. El acusado, además, formaba parte de hasta 41 grupos de esa temática y almacenaba en sus dispositivos contenido islamista violento.
"Bilal Jfita buscó información sobre la forma de cometer atentados y sobre atentados cometidos, y compartió las imágenes con terceros, adoptando medidas de seguridad y realizando comentarios justificando estos ataques", señaló la sentencia. El acusado también "se valió de las instalaciones de la mezquita para contactar con el entorno
yihadista a través de las redes sociales".
La resolución también recogía una conversación de WhatsApp entre el acusado y un tercero, en el que el primero expresa: "Tenemos la obligación de matar a quien insulte al profeta o se burle de él". Jfita también almacenaba en sus móviles discursos de quien, por entonces, era el líder de Estado Islámico, Abu Bakar Al-Baghdadi.
El condenado entró en España por primera vez el 13 de julio de 2017. Lo hizo de forma clandestina. Se marchó y regresó el 3 de marzo de 2018, para residir, desde finales de ese año, en la localidad madrileña de Getafe. Allí encontró trabajo en la mezquita Al-Istikama, en la que se encargaba del sermón de los viernes.
Desde el banquillo de los acusados, Jfita negó haber pensado en cometer atentados, señaló que nunca conoció a Moussa El Morabit y dijo que no tenía relación con el Estado Islámico. Si formaba parte de esos grupos de Telegram —se justificó— era porque pretendía "aprender sobre el Islam".
"En esos grupos envían de todo", manifestó sobre las imágenes violentas. Preguntado sobre los teléfonos encontrados en su casa, alegó que uno de ellos, que almacenaba contenido radical, no era suyo, sino de un amigo, al que no identificó.