El liderazgo español en consumo de ansiolíticos es un síntoma de la salud de los españoles pero también de la del propio sistema sanitario. Sin embargo, el problema viene cuando "se toman como si fuera insulina".
Así lo ha manifestado Belén González, directora del Comisionado de Salud Mental del Ministerio de Sanidad, durante el V Simposio del Observatorio de la Sanidad organizado por EL ESPAÑOL e Invertia.
"Si hablamos [del trastorno mental] como un disbalance de químicos en el cerebro, la personal se tomará el ansiolítico como si fuera insulina", ha apuntado.
En cambio, "si le decimos que el ansiolítico le bajará el nivel de angustia para poder pensar qué le está pasando en la vida, nos va a permitir trabajar en las cuestiones que desencadenan el malestar".
"Estamos hablando del mismo fármaco pero en un caso supone un problema, porque se está explicando mal, y, en el otro, una ayuda", ha recordado.
En España, cuatro de cada diez personas afirman no gozar de una buena salud mental. La pandemia ha agudizado esto, ayudada por la incorporación de términos médicos a situaciones sociales, sostiene la comisionada.
Así lo ha explicado. "Creo que somos más conscientes ahora de cuándo estamos mal. El confinamiento nos hizo ser más conscientes de nuestras circunstancias vitales y nuestra propia subjetividad. Esto es una buena noticia, ser conscientes nos permite poder cambiarlo".
Pero, al mismo tiempo, "ha habido un fenómeno de medicalización, y a este malestar lo estamos empezando a nombrar con términos médicos, llamando enfermedad a cuestiones que tienen que ver con lo subjetivo".
González ha recordado que son los médicos de primaria los que más prescriben este tipo de fármacos porque "son los que más intervienen en patologías que no suponen un trastorno mental grave. Hay mucho sufrimiento psíquico que se atiende desde la primaria, y por tanto tiene sentido que se prescriba más".
Junto a González se ha encontrado Sara Mayero, jefa de servicio del Área de Psiquiatría del Hospital HLA Moncloa, que ha explicado que las diferencias de género en la salud mental (las mujeres sufren mucha más ansiedad y depresión, pero los hombres se suicidan más) no es solo una cuestión biológica sino que, "a nivel social, hay una diferencia abismal".
Se ha referido al "doble trabajo" de la mujer, en su profesión y el cuidado en el hogar, como uno de los principales estresores de su vida. "Si sumamos que sufren más violencia de género y situaciones de acoso, es ir metiendo piedrecitas en este saco".
Por parte de los hombres, "son más vulnerables a las adicciones, porque los efectos de las sustancias potencian más su sensación de bienestar. En el suicidio, los intentos de los hombres tienen una mayor letalidad".
Ambas expertas han hablado también de otro de los temas candentes en la salud mental; en este caso, de las de los niños y adolescentes: el uso de las pantallas.
Belén González ha apuntado que todavía es pronto para conocer con certeza el efecto que tienen en la salud mental de los más jóvenes. Sobre todo, si esto se debe al uso de la pantalla mismo, a las dinámicas de las redes sociales a los contenidos de las mismas.
Quizá el problema está en los contenidos. "Hay una exigencia que se incrementa incluso dentro de las redes sociales: de imagen, de productividad, de perfección… que todavía es mayor en las redes, pero es una cultura que viene de fuera, se retroalimenta".
Es decir, que "lo que se produce en redes sociales son conductas y tendencias que vienen de fuera". La comisionada sostiene que "se focaliza mucho en el mundo de la adolescencia, pero esta exigencia, esta competitividad, este mensaje de que tenemos que ser perfectos viene también de fuera y de los adultos: en los trabajos, en los grupos sociales, etc."
"Tenemos que ser perfectos hasta la hiperrealidad", lamenta.
Sara Mayero, por su parte, recuerda que son los padres los que tienen que limitar a sus hijos la exposición a las pantallas antes de que se produzca un uso problemático.
"En la consulta tengo el caso de una madre que, por las noches, ve una serie con su hija en la tablet pero luego deja a la niña que esté hora y media en la cama con el móvil".
Al igual que González, Mayero teme la repercusión de la imagen falsa de realidad que ofrecen las redes sociales. Por ejemplo, con los trastornos de la conducta alimentaria. "Pero no me pondría alarmista porque también tienen muchas cosas positivas".