Seguro que si hablamos de piratas, a la mayoría de nosotros se nos viene a la cabeza Jack Sparrow o el Capitán Garfio, y personajes reales como Barbarroja o Henry Morgan. Sin embargo, uno de los más temidos y que más miedo infundía fue una mujer. En concreto estamos hablando de Ching Shih, más conocida como la reina pirata china.
Ching Shih fue una pirata china legendaria que vivió en el siglo XIX. Nació alrededor de 1775 y se convirtió en una de las piratas más temidas y poderosas de la historia. Ching Shih comenzó su carrera como prostituta en un burdel en Cantón, China. Sin embargo, su destino cambió cuando el famoso pirata Zheng Yi, líder de la flota más grande del Mar del Sur de China, se enamoró de ella y la tomó como su esposa.
Tras la muerte de Zheng Yi en 1807, Ching Shih no tardó en maniobrar para asentar su liderazgo, y lo primero que hizo fue, precisamente, casarse con su hijo adoptivo a quien nombró líder de sus tropas. Así, además de aprovechar el talento del chico, se aseguró que sus hombres se sintieran liderados por el heredero de Zheng Yi. De esta manera, la reina pirata china asumió el liderazgo de la flota y se convirtió en la pirata más poderosa de su tiempo.
Bajo su mando, el reino de Ching Shih creció enormemente y llegó a contar con más de 70.000 hombres y unos 2.000 barcos que estaban divididos en seis flotas distribuidas por colores: roja, verde, amarilla, violeta y la negra, que tenía como estandarte una serpiente. Además, controlaba una vasta red de operaciones piratas que extorsionaban y saqueaban barcos mercantes y ciudades costeras a lo largo de la costa china. Lo que hizo a Ching Shih aún más temida y respetada fue su astucia y sus habilidades como líder. Estableció un sistema de gobierno y leyes para su flota, y cualquier violación de estas normas era castigada con severidad. Gracias a su determinación y astucia, Ching Shih logró mantener a raya a las fuerzas navales de China y otras potencias marítimas durante años.
De hecho, sus territorios se regían con un código muy estricto: si alguien violaba a una prisionera o robaba el tesoro común se le cortaba la cabeza y se tiraba el cuerpo al mar. Si un hombre bajaba a tierra firme por su cuenta o si se cometía el acto llamado "franquear las barreras", se le perforaban las orejas en presencia de toda la flota.
Finalmente, en 1810, Ching Shih acordó rendirse y se benefició de una amnistía del gobierno chino. De este modo, Ching Shih, la pirata que nunca fue derrotada, se salvó a sí misma y a todos los que lucharon junto a ella. Después de su retiro de la piratería, se estableció como empresaria y dueña de una casa de juego y un burdel en Cantón, hasta que falleció con 69 años.
La historia de Ching Shih y su impacto en el mundo de la piratería la ha convertido en una figura legendaria y fascinante dentro de la historia marítima.