Falta menos de un año para volver a vivir el que es, sin duda, el mayor acontecimiento deportivo a nivel mundial de la historia del ser humano. Cada año, decenas de países compiten para ser los mejores en diferentes disciplinas y convertirse en la nación con más medallas deportivas. El viernes 26 de julio de 2024 dará comienzo la nueva edición de los Juegos Olímpicos, que en esta ocasión se celebrarán en París, la capital de Francia.
España tratará de nuevo de alcanzar la hazaña conseguida en Barcelona 1992, año en el que la delegación batió su récord y alcanzó las 22 medallas. A pesar de que falta todavía un año para la cita y faltan por conocer qué deportistas españoles tendrán su plaza asegurada, lo cierto es que, a día de hoy, nuestro país puede presumir de tener garantizadas once plazas y una veintena de marcas mínimas en atletismo.
Aunque se ha convertido ya en el acontecimiento deportivo mundial por excelencia, lo cierto es que son muy pocos los que conocen cuál es el verdadero origen de esta celebración. Para descubrirlo, hay que remontarse al 776 a. C., año en el que diferentes ciudades estados se enfrentaron en la ciudad griega de Olimpia para disputar varias pruebas atléticas.
Como ocurre en la actualidad, este evento deportivo se realizaba cada cuatro años y atraía la atención de todo el público. De hecho, ha habido muchas cosas que no han cambiado desde entonces. En esta época también se celebraban durante la temporada de verano aunque, en este caso, en vez de cambiar la sede, se solían realizar en la ciudad que albergaba el santuario más importante de Zeus, en el valle del Alfeo.
A día de hoy, el objetivo es conocer qué país se hará vencedor tras alcanzar el máximo número de medallas. Sin embargo, por aquel entonces, las competiciones reflejaban valores de la sociedad como la amistad entre pueblos, la manifestación religiosa o el desarrollo del cuerpo y alma de los participantes.
[El Kremlin critica la decisión del COI de no invitar a los atletas rusos a los JJOO de París]
Con el paso del tiempo, estas competiciones entre ciudadanos empezaron a cobrar más importancia en la sociedad, hasta el punto de convertirse en un acontecimiento único que conseguía paralizar la actividad de toda la población. Todo comenzó como una simple fiesta local. Sin embargo, tal fue la atracción por parte del público que se acabó formando la Bulé de Olimpia, un organismo que actuaba como Consejo Olímpico y que organizaba el evento.
Por un lado, se encontraban los hellanódicas, que actuaban como árbitros en las pruebas. Por otro, estaban los theócolos, que llevaban a cabo los sacrificios en honor a los dioses de la época. Esta fue una de las principales diferencias respecto a la actualidad, además de que las normas estaban grabadas en tablas de bronce. Entre ellas, había una que destacaba sobre las demás: había que ser griego para poder competir y los participantes debían ir desnudos.
La preparación, al igual que ocurre en la actualidad, era de vital importancia. Durante meses se preparaban en sus respectivas polis y, un mes antes, viajaban hasta Elis para protagonizar el juramente olímpico por el que prometían respetar las normas. En cuanto a las pruebas, eran muy diferentes. La competición comenzaba con un concurso de heraldos y trompeteros para dar paso poco a poco a las siguientes competiciones. El tercer día era el más emocionante: tenía lugar las carreras de cuadrigas. Los días posteriores era el turno del pentatlín, las pruebas del diaulo, las de lucha y el pancracio, la prueba más brutal en la que no había normas y todo valía.
Para cerrar los juegos, el sexto y séptimo día quedaban reservados para una entrega de premios dirigida a los ganadores. En dicha ceremonia, los mejores eran galardonados con honor y gloria. En este caso no había medallas ni ningún tipo de premio material. Además, otro de los momentos más importantes era cuando el campeón de todas las pruebas de pentatlón recibía el derecho a poder colocar su estatua en el templo de Zeus.