Todos tenemos uno como mínimo. Los apellidos son unos nombres que sirven para designar a los miembros de una familia, y que se transmiten de padres a hijos. Además, en ocasiones son más importantes que el nombre de pila, constituyen una responsabilidad que heredamos de nuestros antepasados más lejanos. Sin embargo, aunque pensemos que esto siempre ha sido así, en la antigüedad no existía tal asignación.
Los apellidos comenzaron a registrarse a partir del siglo IX, pero estos eran cambiantes, no se mantenían de padres a hijos como se hace ahora, sino que iban variando en cada persona en función de su ascendencia, su oficio y su lugar de procedencia. No fue hasta el siglo XVIII que los apellidos comenzaron a consolidarse, invariables, hasta principios del siglo XIX, cuando se promulgó la Ley del Registro Civil.
Durante la antigüedad, se comenzaron a agregar características adicionales para distinguir a personas con el mismo nombre, como su lugar de origen (Navarro, Salazar...), el oficio que desempeñaban (Criado, Duque...) o alguna característica física notable (Blanco, Moreno...).
Asimismo, también surgieron apellidos dependiendo del mote que se diera al ancestro en su juventud, aunque no todos eran sobrenombres necesariamente negativos, algunos de ellos son: Leal, Delgado, Bravo, Hermoso... Otro caso son los que hacen alusión a las circunstancias de nacimiento. Así podemos encontrar apellidos como Abril, Iglesias, Buendía o San Martín.
[Los emperadores hispanos que dominaron el Imperio romano: Trajano, Adriano y Teodosio y sus vidas]
Pero la situación cambió a partir del siglo XII como consecuencia del aumento demográfico, del desarrollo económico y de la necesidad de los mercaderes de establecerse en un lugar fijo. Fue en ese momento cuando se hizo necesario encontrar formas más precisas de identificar a las personas. De manera que se optó por añadir una -z al final del nombre paterno. Esto permitió la creación de árboles genealógicos más claros y facilitó la administración de asuntos legales y de propiedad. Por ejemplo, si te llamabas Fernando, el apellido sería Fernández, en el caso de Álvaro, Álvarez, Pedro Pérez y Enrique Enríquez, entre otros.
A finales de Edad Media la mayoría de la población ya tenía un apellido. Sin embargo, el problema vino cuando los aristócratas llevaban el mismo nombre y apellido que el resto del pueblo. Así surgió en el siglo XVII el segundo apellido, procedente de la madre usando una 'y' entre ambos.
Es necesario tener en cuenta que algunas áreas adoptaron apellidos más temprano que otras y la forma en que los apellidos se crearon y transmitieron también difirió. En algunas culturas, los apellidos fueron impuestos por autoridades, mientras que en otras surgieron de manera más orgánica a medida que las comunidades crecían.
[Estos son los filósofos españoles más influyentes de la historia: Unamuno, Ortega, Maimónides...]
Esta circunstancia cambió en 1857 con la fundación del Estado liberal, momento en el que se comenzaron a inscribir los nombres y apellidos de la población en el Registro Civil. Sin embargo, la adopción de apellidos varió en diferentes regiones. Por ejemplo, en Francia, la obligación de registrar el apellido fue en 1792. Y en Inglaterra, la creación de registros civiles en fue forma moderna data a mediados del siglo XIX.