El ambiente estaba muy caldeado en Barcelona. En la mañana del 10 de septiembre de 1923, varios delegados de los partidos nacionalistas de Galicia y Vizcaya habían llegado a la Ciudad Condal para ratificar el pacto de Galeuzca, una Tríplice formada con la izquierda independentista catalana para "luchar" contra la opresión del "Estado español". Al día siguiente, durante la Diada, un gentío se había congregado en la Ronda de San Pedro para presenciar las tradicionales ofrendas florales y discursos políticos. Al mismo tiempo, un grupo de jóvenes separatistas, enarbolando una estelada, empezaron a proferir mueras a España y vivas a la "República del Rif". Los forcejeos con la policía acabaron en una carga que se saldó con 18 personas y 5 agentes heridos, además de una veintena de detenidos.
Estos sucesos, reproducidos por la tarde, marcaron la ruptura definitiva entre el Gobierno del liberal Manuel García Prieto y los nacionalistas catalanes. Fue, además, la coyuntura que empujó a Miguel Primo de Rivera a adelantar a la madrugada del día 13 un golpe de Estado que llevaba varias semanas preparado con otros generales y jefes del Ejército. Se trata del hecho "precipitante", como defiende el historiador Roberto Villa García.
El profesor de Historia Política en la Universidad Rey Juan Carlos de Madrid acaba de publicar 1923. El golpe de Estado que cambió la historia de España (Espasa), un ensayo original, provocador por muchas ideas que defiende, con el que trata de arrojar luz, a un siglo vista, sobre este episodio fundamental, pero todavía "virgen" en torno a determinadas cuestiones: ¿cuál fue el verdadero papel del "perjuro" Alfonso XIII? ¿Cuánto influyó la política marroquí y el dominó de sucesos desencadenado por el desastre de Annual? ¿Y el recrudecimiento del terrorismo anarcosindicalista?
"La tesis fundamental se condensa en el propio título: 1923 es el punto axial de nuestro siglo XX, la culminación de la gran crisis abierta en 1917", explica el autor a este periódico. "Como no se resuelve, acaba en la quiebra de la transición del liberalismo a la democracia. Pero no es una crisis económica ni de legitimidad, sino que hay un descontento enorme por una crisis de eficacia, un bloqueo político". En realidad, este ensayo puede leerse como la continuación de su anterior obra, 1917. El Estado catalán y el soviet español, donde defendía que esa "revolución española" resquebrajó el sistema del turnismo.
Villa explica que el golpe se activó "muy tarde": "La conspiración comienza a tomar forma a partir de finales de junio de 1923, cuando empiezan los contactos entre Primo de Rivera y los generales del Cuadrilátero [José Cavalcanti, Antonio Dabán, Federico Berenguer y Leopoldo Saro], a raíz de la deteriorada situación del orden público en Barcelona y la huelga revolucionaria de la CNT que dejó 22 muertos y 32 heridos graves".
Esos hechos provocaron la ruptura entre el futuro dictador, entonces capitán general de Cataluña, y el Gobierno central. En una decisión que podría haber cambiado la historia, el militar incluso renunció a su cargo, pero su dimisión no fue aceptada. No obstante, la tensión social logró resolverse durante el verano y la insurrección se congeló sine die. Pero a partir de la segunda quincena de agosto se encadenaron una serie de acontecimientos que reactivaron el golpe. El último ya se ha mencionado: los desafíos del separatismo, una de las grandes preocupaciones de Primo de Rivera, según el historiador.
"La Lliga Regionalista de Cambó —explica— llevaba diez años presidiendo la Mancomunidad de Cataluña e instrumentalizándola para potenciar el mensaje nacionalista: quería un Estado catalán en el marco del Imperio ibérico. Pero se escinden las juventudes, forman Acció Catalana y ganan las elecciones provinciales de junio de 1923 prometiendo una república catalana independiente. Por otro lado, Francesc Macià forma un partido más radical, Estat Català, y pretende declarar la independencia a través de la lucha armada. Con el golpe, Primo de Rivera suprime la autonomía catalana, pero esto ya se lo planteaba el Gobierno de García Prieto durante el verano".
Otro hecho determinante en la conspiración fue Marruecos, una guerra de baja intensidad hasta que todo estalló por los aires en 1921 en Annual. A partir de ese momento, apunta Villa García, los distintos gobiernos desarrollaron un miedo horrendo a las bajas peninsulares en aquella guerra —se mostraron reacios a organizar operaciones ofensivas— y a que se les pidiese responsabilidades políticas. El caudillo rifeño Abd el-Krim aprovechó esta coyuntura crítica para avivar un conflicto de desgaste con el que agitar todavía más a la opinión pública española.
"Los militares africanistas y junteros olvidaron sus rencillas ante el peligro de una derrota militar y se unieron para derribar al Gobierno", dice el investigador. "Los españoles estaban partidos en dos: o eran favorables al abandono de Marruecos o querían ganar la guerra. Pero ni uno solo estaba con el Gobierno". Por eso afirma que el golpe, "la consecuencia previsible de lo que podía pasar en 1923", fue muy popular: "Primo de Rivera concibe su acción como una repetición de la Gloriosa de 1868: es un golpe militar, pero busca demostrar que lo opinión pública está de su lado. No restringe las libertades de reunión, abre las Capitanías a quien quiera presentar su adhesión y comparece constantemente ante los periodistas". El primer baño de masas del dictador fue en la inauguración de la exposición del mueble en Barcelona.
Muy poca oposición
En el imaginario popular y en gran parte de la historiografía, Alfonso XIII aparece como una suerte de alentador o patrocinador del golpe. Roberto Villa García dice que no hay ninguna prueba que demuestre su implicación en la conspiración. "Reconstruyo los hechos prácticamente hora a hora y se sabe lo que hace el rey los días 13, 14 y 15 de septiembre. En esas jornadas nadie defiende que el monarca patrocina el golpe, ni los constitucionales, ni los republicanos, ni los militares. El rey no solo no está implicado, sino que si hubiera querido una dictadura militar, la podía haber establecido sin necesidad de insurrecciones porque la Constitución le permitía cambiar el Gobierno".
Y añade el profesor: "La actitud de Alfonso XIII esas jornadas es muy parecida a 1917: cuando se pronuncian las Juntas de Defensa, tapona el pronunciamiento llamando al poder a los conservadores y a Dato; en 1923 llama al jefe del Partido Conservador, José Sánchez Guerra, y le pide que se haga cargo del poder para ver si hay alguna manera de encauzar la sublevación, pero este se niega. Cuando el rey llega a Madrid no tiene ningún tipo de alternativa que proponer y el golpe se impone por sí mismo. Lo único que se le permite es que, para salvar su inviolabilidad constitucional, nombre jefe del Gobierno a Primo de Rivera y para que este establezca motu proprio el Directorio".
Los únicos sectores que se plantean teóricamente hacer frente al cambio de régimen son los anarcosindicalistas y los comunistas del PCE. En Vitoria hubo el día 14 una convocatoria de huelga general que quedó en nada, al desconvocarla la socialista UGT. Incluso Lluis Companys, el futuro presidente de la Generalitat, apuntó, sin adherirse a la dictadura, que había "sido acogida en general con simpatía" y que "en casi toda España ha causado satisfacción el lanzamiento de los últimos gobernantes (...), agobiadas [las gentes] por un régimen político que nada hacía y todo lo deshacía, y es natural que haya producido satisfacción el movimiento”.
El historiador asegura que esa imagen negativa de Alfonso XIII empezó a emerger hacia 1924-1925, cuando el rey hizo una serie de manifestaciones que se interpretaron como de adhesión al régimen primorriverista. Pero se consolidó por la acción de "la propaganda republicana, que presentó en las Cortes Constituyentes de 1931 al rey como el socio del dictador": "La República, que se ha proclamado con una fuerza innegable de opinión, se establece sin embargo mediante una ruptura revolucionaria. Por eso consagran las tesis del rey perjuro: si el monarca ha violado la Constitución, ha roto el pacto con el pueblo, por lo que cualquier acción que derroque la monarquía y proclame la República sería legítimo".