En el libreto de Félix Dzerzhinski había una máxima grabada a fuego: el chequista ideal tenía "el corazón ardiente, la cabeza fría y las manos limpias". Esas palabras han resonado esta semana de nuevo en Moscú, concretamente durante la inauguración de una estatua de bronce dedicada al fundador de la sanguinaria Checa (también Cheká, "Comisión Extraordinaria" de todas las Rusias para el Combate de la Contrarrevolución, la Especulación y el Sabotaje) y de la policía secreta soviética delante del cuartel general del Servicio de Inteligencia Exterior ruso (SVR). Un nuevo movimiento en la Rusia de Vladímir Putin que escandaliza a los historiadores.
Durante el acto, Serguéi Naryshkin, el jefe de inteligencia del régimen, lo que antaño era el KGB, ha reivindicado que el letimotiv de Dzerzhinski, convertido hoy en una suerte de héroe para los espías rusos, han sido "una importante guía moral para varias generaciones de trabajadores de los organismos de seguridad de nuestro país". Además, olvidándose de las decenas de miles de muertos que se cobró el llamado "Terror Rojo", se refirió a este personaje como "el modelo de honestidad cristalina, dedicación y lealtad al deber": "Se mantuvo fiel hasta el final a sus ideales de bondad y justicia".
En el año nuevo de 1919, tras agarrarse una cogorza descomunal en el Kremlin, Dzerzhinski exclamó: "¡He derramado tanta sangre que ya no tengo derecho a seguir viviendo!". La Checa, que se hacía llamar "la espada y llama de la Revolución", había empezado su limpieza de "piojos", "pulgas" y "alimañas, es decir, la burguesía, en diciembre de 1917. "¡Guerra a muerte a los ricos y sus parásitos, los intelectuales burgueses!", había proclamado Lenin.
Dzerzhinski, el "Félix de Acero", era "un polaco alto y demacrado, que procedía de una familia noble empobrecida, tenía un rostro pálido y ascético, como un personaje del Greco, una rala barba de mago y ojos y párpados caídos", según lo describe el historiador Antony Beevor en Rusia. Revolución y guerra civil 1917-1921 (Crítica). "Era un verdadero fanático, entregado a una causa por la que no vacilaba en sacrificarlo todo, incluida la propia salud y la cordura".
Como uno de los lugartenientes más leales de Lenin, contribuyó al establecimiento del gobierno revolucionario empleando las brutales tácticas de persecución y ejecución de los enemigos —o sospechosos de serlo— del nuevo régimen. En los corrillos de los líderes bolcheviques se comentaba que "en nombre de la revolución Félix no perdonaría ni a su propia madre". Equipó a sus hombres con chaquetas de aviador, de cuero negro, que los británicos habían cedido para la bisoña fuerza aérea del zarismo, para evitar que los piojos portadores del tifus se colasen entre la lana.
El retrato que hace Beevor de Dzerzhinski resulta escalofriante: "Su afán de desenmascarar a cualquier enemigo o traidor era tan implacable como obsesivo, aunque, a diferencia de algunos de sus sucesores, no era adicto a la sangre. Los asesinatos y las torturas se los dejaba a otros. Era un hombre absolutamente incorruptible, que mortificaba la carne con la pureza de su posición en contra de toda forma de privilegio. Así, no tocaba ningún alimento que no fuera la más básica de las raciones, y su despacho, en cuyo suelo dormía, con un abrigo por cama, carecía de calefacción por su propia insistencia".
El legado
Al igual que su futuro aliado Stalin, el padre del "Terror Rojo" había estudiado en el seminario sacerdotal antes de convertirse en un violento contrario a la religión cristiano. Sus únicas debilidades eran el tabaco y la poesía. Para los chequistas, romantizar la violencia y combinarla con el sacrificio personal era motivo de éxtasis. La Checa llegó a publicar antologías con textos de sus verdugos que rimaban así: "No hay gozo mayor, ni mejor música / que el crujido de las vidas y los huesos rotos. / Por eso yo, cuando los ojos languidecen / y la pasión empieza a bullir tormentosa en el pecho, / quiero escribir en tu sentencia / palabras sin temblor: "¡Contra la pared! ¡Fuego!".
Dzerzhinski fue jefe de la policía secreta soviética (OGPU, predecesora de la NKVD) hasta su muerte en 1926. Su estrecha relación con Stalin la aprovechó para obtener más recursos y poder proporcionando pruebas de la existencia de grupos "antisoviéticos" en el Partido y la sociedad. "Stalin empleó a la policía política para espiar a los propios bolcheviques y recopilar o fabricar pruebas incriminatorias que pudieran usarse contra ellos cuando fuera necesario. Miles de potenciales opositores acabarían siendo purgados por ese medio; una vez expulsados, podían ser detenidos, o incluso asesinados, sin que nadie plantease preguntas incómodas", cuenta Orlando Figes en La historia de Rusia (Taurus).
La nueva estatua, que es muy parecida, aunque un poco más pequeña, al monumento que se levantó en 1958 en homenaje a Dzerzhinski en la plaza Lubianka y que fue derribada tras la caída de la Unión Soviética, ya ha generado rechazo entre los rusos. El historiador Nikita Petrov, que trabaja en una organización dedicada a estudiar la violencia política soviética, ha afirmado a Reuters que este personaje "es un símbolo de la represión y el desorden": "Dzerzhinski fue el jefe de la primera agencia represora soviética que se guiaba no por la ley, sino por la voluntad política y por una visión del mundo que dividía a las personas en útiles y perjudiciales".
Pero el fundador de la Checa es una de esas figuras que la actual sociedad rusa no llega a condenar, sino todo lo contrario. Según una encuesta de 2007, siete de cada diez personas pensaban que había "protegido el orden público y la vida cívica". Solo el 7% lo consideraba "un asesino y un verdugo". "Incluso a sabiendas de los millones de asesinados, los rusos, al parecer, siguen aceptando la idea bolchevique de que la violencia estatal masiva puede estar justificada", reflexiona Orlando Figes, uno de los historiadores que en redes sociales se han alarmado ante la resurrección pública del oscuro "Félix de Acero".