Vienen de lejos, aunque no por eso dejan de tener un origen curioso. Además, al mencionarlo se les emparenta directamente con nuestro país. Los Tercios fueron un cuerpo especial muy arraigado a España que modificaron la forma de librar una batalla. Iniciaron su método a principios del siglo XVI. En febrero de 1530, Carlos de Habsburgo fue coronado como Rey de Italia. Llevaba tiempo tras la corona, que se le resistía y le traía quebraderos de cabeza debido a los ataques que recibía de fuerzas extranjeras. Ese pesar le llevó a crear una fuerza militar especial.
Y es donde llegan los llamados Tercios. En principio, la idea era que reforzaran algunos territorios. Por eso se les llamó los Tercios Viejos de Lombardía, de Nápoles y de Sicilia. Más adelante se le sumaron el Tercio Viejo de Cerdeña y el Tercio de Galeras o del Mar, una unidad especial de infantería naval especializada en abordajes. Hasta que su figura se propagó por el continente.
Una de las características de este nuevo cuerpo era que estaba formado por soldados profesionales. Su acción estaba comandada por el rey y ellos respondían por este superior, al contrario que los mercenarios de la época. El nombre se debe a su composición. Incluía a tres tipos de soldados: piqueros, arcabuceros y mosqueteros.
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Cada uno tenía una labor. Los piqueros constituían la infantería tradicional y suponían el grueso de las tropas (hasta tres cuartas partes o más). Los arcabuceros se distribuían a ambos flancos de los primeros como apoyo y escolta, ya que sus armas tenían poco alcance y precisión (de 25 a 50 metros). Y los mosqueteros se introdujeron más tarde y hacían las veces de artillería ligera: los primeros mosquetes eran muy pesados y hacía falta un soporte para apuntar.
De esta composición inicial se fue evolucionando a una mayor especialización. El avance llegó paralelo -entre otros factores- al progreso en el armamento. Su superioridad se debió, de hecho, a la capacidad para innovar táctica y armamentísticamente.
En este sentido, introdujeron los mosquetes, una versión más potente y pesada del arcabuz que, si bien no tenía la misma potencia de fuego que la artillería, resultaba más versátil. En segundo lugar -y esto resultó decisivo- fueron la primera unidad militar en combinar de forma efectiva las armas tradicionales y las de fuego.
La unión se estableció de varias maneras. Lo más destacado fue ese salto armamentístico que tuvieron para reforzar cada miembro del ejército. Había varios elementos destacables. Uno de ellos era la espada, que era casi un apéndice del soldado. Se solía llevar a la altura de la cintura y era un instrumento de defensa: podía desenvainarse rápidamente y medía hasta 95 centímetros. Aparte, era un símbolo de la nobleza de su profesión.
Tácticamente, sin embargo, dejaba que desear: no tenía nada que ver con la pica. La pica era el arma mejor considerada, la 'fuerza' de la unidad y es la imagen que nos ha quedado de los Tercios. Según cuenta Julio Albi de la Cuesta en su libro De Pavía a Rocroi (Desperta Ferro), era esencial en terreno abierto. Debía, además, tener grandes dimensiones, permitiendo así herir al enemigo sin que este pudiera causar ningún daño al infante español.
Las de los Tercios ocupaban al menos 5,5 metros de longitud; la madera de la que estaban hechas alcanzaba su mayor espesor poco más arriba de la mitad del asta, para ir adelgazando en los extremos. Era un arma pesada, pero daba al combatiente una gran ventaja en combates defensivos. La forma normal de llevarlas era sobre el hombro, siempre el derecho.
El fin
Había otra arma distinguido que portaban los piqueros de las compañías de arcabuceros y por los sargentos. Era la alabarda, y servía ante todo como un medio de pura defensa personal. Este grupo estaba entrenado para actuar con agilidad y práctica, y después de usar este modelo de lanza, algunos se pasaba a la pica.
Otro utensilio fundamental para la batalla era el arcabuz. Según Albi de la Cuesta, en ellos residió la superioridad del ejército español. Este arma se adaptaba a la perfección con el carácter "nervudo" del soldado. Y tenía un alcance de entre 15 y 20 metros. Fue el arma que introdujo al mosquete, que el autor especializado llama "una pequeña revolución".
La longitud de su cañón era de seis palmos y sus disparos atravesaban una rodela reforzada. Lo usual era que cada hombre llevara 25 disparos de dotación. Se decía que tenía un alcance de 200 metros: algo discutible, aunque sí llegaban notablemente más lejos que el arcabuz. Al ser básicamente iguales, su uso era parecido, salvando la distancia de su "mejores prestaciones". La idea, según Albi de la Cuesta, era "disponer de los cuatro tipos y obtener un mayor rendimiento".
Pero todo llega a su fin. La leyenda no iba a durar para siempre y algunos países copiaron este cuerpo, reclutando soldados entre la baja nobleza e instruyéndoles en el manejo de diversas armas. Un ejemplo son los mosqueteros franceses. Se les juntó la crisis, a mediados del siglo XVII, por un armamento obsoleto y la ausencia de nuevos efectivos para cubrir las bajas.
Carencias que se notaron especialmente en Flandes, intentando su conservación sin éxito. Hasta que, cuando Felipe V de Borbón sucedió al último Habsburgo en el trono hispánico, se realizó una reforma militar que, entre otras medidas, disolvía los tercios. Terminaba así la historia de una unidad que había sido pionera de un nuevo modo de hacer la guerra.