En 1635, desde París, el cardenal Richelieu y Luis XIII declararon la guerra a Felipe IV y al conde duque de Olivares. El vecino galo volvía a la carga desde todos los frentes: acosó Guipúzcoa, el Rosellón y la Cerdaña desde los Pirineos, más al este amenazó la península itálica y al norte atacó las provincias católicas de Flandes.
La situación imperial en Flandes era delicada. En guerra con la República holandesa, ahora se encontraba entre dos fuegos, lo que obligó a estirar sus defensas. Cada año se sucedían dos campañas enemigas que eran resueltas en un incesante y aparatoso toma y daca de resultado variable.
En el invierno de 1641, murió en Bruselas el Cardenal Infante, hermano de Felipe IV. Su puesto fue a parar a Fernando de Melo, un portugués que ya había servido a la corona como diplomático y virrey. Pasó a la historia por perder en la batalla de Rocroi en 1643, el choque que es señalado como el ocaso de los Tercios. Un año antes asaltó Honnecourt, un éxito que quedó relegado de la historia a un segundo plano.
Era 1642. Los servicios de información hispánicos notificaron que el esfuerzo de guerra francés se centraría en Cerdeña y el Rosellón, por lo que de Melo, desde Flandes, decidió lanzar una ofensiva de distracción hacia el sur. La frontera con Holanda permanecía tranquila y, en el más absoluto secreto, De Melo ordenó preparar a los Tercios. Marcharon en abril.
En un ataque relámpago reconquistó Lens. La Bassé resistió un ferocísimo asedio hasta que su guarnición se retiró en mayo. Desde el norte llegaron noticias de una movilización holandesa, obligando a De Melo a dividir su ejército en dos. Perfectamente informado por sus espías, movilizó a sus hombres para cortar el camino a los refuerzos galos al mando del conde de Harcourt. El 26 de mayo, las tropas del gobernador general luso llegaron a Honnecourt.
Allí sorprendió a 7.000 infantes, 3.000 jinetes y diez piezas de artillería en un imponente campamento fortificado dirigido por el mariscal de Guiche y el conde de Harcourt, situado encima de una colina. A su derecha les protegía la abadía de Honnecourt y un bosque, a su espalda el río Escalda y al frente sus piezas de artillería y baluartes defensivos.
Los franceses no advirtieron la llegada del comandante portugués Melo hasta que fue demasiado tarde. Desde una colina cercana cañoneó las posiciones francesas mientras sus escaramuzadores se internaban en el bosque para tantear sus defensas.
Inicia el asalto
Frente a los baluartes defensivos se posicionaron 14.000 hombres de los Tercios. Además de españoles, las tropas imperiales estaban compuestas por italianos, valones, irlandeses y germanos. Sus jinetes, unos 5.000, protegían los flancos y tenían procedencias similares.
Los tambores retumbaron en todo el valle mientras los Tercios avanzaban: varios regimientos italianos aprovecharon un hueco entre el bosque y la abadía para asaltar el campamento galo. En el claro, un mortal fuego de mosquete nubló el paisaje. Entre el olor a pólvora y a sangre, las tropas imperiales asaltaron la colina, que cayó en poco tiempo. El contraataque francés no se hizo esperar.
Los galos cargaron con furia contra la línea de picas italiana que apretó los dientes y fue obligada a retirarse. Los soldados españoles cubrieron la retirada, paralizando el avance francés. Junto a los italianos, subieron de nuevo la colina seguidos de cerca por los irlandeses y los valones. El combate fue horrendo, apenas podía oírse nada; ciegos por la pólvora, ambos ejércitos clamaban al cielo en mil lenguas mientras se destrozaban como perros salvajes.
Los franceses se habían batido como demonios, pero su línea terminó por quebrarse. De Melo no perdió la oportunidad y ordenó a todo su ejército avanzar hacia los baluartes enemigos, incrementando la presión.
La caballería hispana chocó con la francesa en un insoportable maremágnum de gritos de guerra, dolor y relinchos. La infantería asaltó la colina por tres veces, las mismas que fue obligada a retroceder dejando el campo cubierto de cadáveres espantosamente mutilados. En el último se habían conseguido alcanzar las trincheras galas y se intentó un cuarto asalto. Esta vez, el propio De Melo marcharía con sus hombres.
Asalto final
Con las gargantas roncas de gritar clamando a Dios y al diablo, los Tercios superaron las trincheras francesas e hicieron retroceder a su infantería. Los galos, viendo su artillería capturada y sus posiciones desbordadas, retrocedieron indecisos cuando una carga de caballería gala, soltando espuma y sangre, acudió en su ayuda.
Los imperiales resistieron este último contraataque, dispersando de forma definitiva a la caballería enemiga. Viéndose irremediablemente perdidos, los franceses abandonaron la batalla y fueron cazados de forma incansable por los jinetes enemigos, varios se ahogaron en el Escalda. Al perder la disciplina la situación tornó en un sálvese quien pueda: 3.000 franceses fueron capturados mientras que 4.000 quedaron tendidos en el campo muertos, heridos o moribundos.
[Estos fueron los enemigos más tenaces del Imperio español]
De Melo fortificó el mismo campo de batalla esperando un contraataque francés que no se produjo. Fue obligado a dividir su ejército nuevamente, impidiéndole aprovechar su sonada victoria. El ejército holandés estaba listo para amenazar Flandes, el arzobispo de Colonia había reclutado un ejército mercenario que se dirigía hacia el Rin y Harcourt continuó maniobrando con el ejército francés desde el sur.
Al año siguiente, los mismos hombres que habían vencido en Honnecourt fueron derrotados en Rocroi, el inicio del declive militar hispano y de su hegemonía global. Después de esta batalla, varias unidades de los Tercios siguieron dando guerra en Europa hasta que Felipe V firmó su disolución por real decreto en 1704.