Si algo saben y tienen presente todos los generales del pasado y el presente es que "todo ejército marcha sobre su estómago". Esta cita suele atribuirse a Napoleón aunque no existen registros escritos que lo corroboren. Sin embargo, el emperador francés tuvo muy presente a los grandes generales y huestes de la Antigüedad.
Uno de los principales pilares del Imperio romano fueron sus legiones, quienes, durante siglos, conquistaron nuevas provincias y las protegieron de la constante amenaza exterior. Los romanos no fueron ajenos a los problemas de suministros de sus tropas. El escritor romano Vegecio sentenció en una ocasión que "el hambre provoca más destrozos en un ejército que el enemigo y es más terrible que la espada".
Para mantener los estómagos de sus legionarios, sus generales desarrollaron un brillante sistema logístico que, además de armas, suministraba comida, bebida y leña. Así, en condiciones normales los legionarios tenían sobre su mesa trigo, legumbres, lentejas, alubias, aceite y vino. Este último en ocasiones provocaba más de un susto mortal. En el año 97 a.C, Plutarco menciona que una guarnición romana fue sorprendida por los celtíberos y aniquilada en Hispania. Sus legionarios habían bajado la guardia y se emborracharon.
Su dieta era reforzada de forma ocasional con frutas y verduras frescas, cultivadas cerca del campamento o compradas gracias a los mercaderes locales. Las excavaciones arqueológicas revelan que incluso tenían disponibilidad de "frutas de lujo", como indica la presencia de huesos de melocotón en antiguos cuarteles.
Aunque se ha intentado encasillar a las legiones romanas como un ejército vegetariano, esta afirmación no se sostiene. Las grasas y vitaminas animales son esenciales para mantener en forma a un soldado tan versátil como el legionario, sometido a un gran esfuerzo físico durante su vida militar. "En las guarniciones permanentes se consume carne cotidianamente. De hecho, la presencia del ejército es una causa del incremento de la cría de ganado en la zona en la que se establece", cuenta el escritor y teniente Coronel del ejército de Tierra, Víctor Sánchez Tarradellas, en su obra Las legiones en campaña (HRM).
Alimentación en combate
Cuando los legionarios se encontraban en sus cuarteles y la provincia estaba en paz, su dieta apenas se diferenciaba de la población local. Si la comida de un legionario en tiempo de paz era motivo de preocupación, estas se multiplicaban cuando se encontraban en campaña. En ocasiones eran seguidos por rebaños de ovejas y cabras, pero los animales eran devorados a gran velocidad. Una región sacudida por la guerra con frecuencia se encuentra saqueada hasta lo indecible y el hambre causa estragos entre sus desesperados habitantes.
En tiempo de guerra no se despreció ningún tipo de fuente de proteínas que pudiera enriquecer la dieta. Los caballos y mulas fallecidas en combate o en las durísimas marchas eran, en la medida de lo posible, aprovechadas por los generosos estómagos de los legionarios. "Si el hambre aprieta, todo bicho que camina, vuela o se arrastra acaba en el asador", resume Sánchez Tarradellas.
A pesar de estos ocasionales aportes vitamínicos, el trigo seguía siendo la piedra angular de las legiones romanas. Para mejorar su conservación y transporte, al final de la época imperial, el pan era horneado de nuevo y se enriquecía con aceitunas, hierbas aromáticas y aceite. El resultado de este proceso era una galleta dura denominada bucellatum que podía conservarse en condiciones aceptables durante un mes. Si el legionario quería mantener su dentadura debía mojarla previamente en agua, vinagre o vino.
Además de la comida, hacerse con grandes cantidades de agua potable era uno de los objetivos prioritarios de cualquier legión, especialmente las destinadas en climas desérticos.
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Una persona necesita al menos dos litros de agua diarios para evitar la deshidratación. Si, como los legionarios romanos, realiza ejercicio intenso o está sujeto a altas temperaturas, este consumo asciende hasta los 6-8 litros. Por ello, resultó imprescindible para los ejércitos romanos garantizar el suministro de agua limpia. Si se estaba en territorio hostil, este acceso no estaba garantizado ya que el agua podía ser envenenada o protegida por el enemigo, poniendo en dificultades a los sedientos legionarios.
En el año 53 a.C., Marco Licinio Craso intentó conquistar Partia. Para llegar a la capital enemiga, alejó sus legiones del río Éufrates confiando en los consejos de un guía árabe que trabajaba en secreto para sus enemigos. La sed jugó un importante papel en esta campaña.
Después de atravesar el desierto, apenas pudieron refrescarse en un arroyo local cuando fueron sorprendidos por un ejército parto al mando del hábil Surena. Este contaba con un ejército menor, pero aprovechando la desorientación y la sed de los legionarios romanos derrotó a Craso y acabó con su vida en una de las derrotas más desastrosas de las legiones a lo largo de toda la historia de Roma.
Sin embargo, si por algo son conocidos los legionarios y los generales romanos es por su enorme habilidad a la hora de superar obstáculos insalvables como un desierto. En contadas ocasiones, si esta agua no estaba disponible, los oficiales hacían todo lo posible por transportarla ahí donde hiciera falta.
En 108 a.C., el general Quinto Cecilio Metelo atravesó junto a su tropa 75 km de desierto mientras perseguían al númida Yugurta. Para lograr su hazaña ordenó marchar lo más ligero posible, transportando únicamente comida y miles de odres de agua. Un año después, Cayo Mario mantuvo hidratadas a sus tropas mediante el envío constante de agua a sus legiones que se encontraban asediando la ciudad numida de Capsa, situada en el desierto del actual Túnez.