"El origen de la viruela se pierde en la prehistoria", resume Mariano Esteban, investigador y virólogo del Centro Nacional de Biotecnología del CSIC. "Este virus tiene una tasa de mortalidad muy elevada, del 30%". Una de las primeras evidencias que se tienen del mismo se encontraron en una momia del Antiguo Egipto, más concretamente en la del faraón Ramsés V, quien reinó en el país del Nilo sobre el siglo XII a.C.
Los europeos la transportaron de forma accidental a América durante el siglo XVI, acabando, sin saberlo, con millones de nativos. Los siglos fueron pasando y la muerte invisible y silenciosa siguió pululando imparable hasta que se logró lo impensable.
Poco después de desarrollarse una contramedida eficaz, por orden de Carlos IV se vacunó a cerca de medio millón de personas en todo el Imperio español, incluso en Asia y América. Los doctores Balmis y Salvany, contando con la inestimable ayuda de la enfermera Isabel Zendal al cuidado de veintidós huerfanos, partieron de A Coruña en 1803 portando la preciada vacuna. Los últimos en regresar lo hicieron nueve años después, aunque la muerte sorprendió a Salvany en los confines del territorio español.
Su periplo es considerado la primera misión humanitaria global de toda la historia, todo un hito para la humanidad. En la Residencia de Estudiantes de Madrid, el ya mencionado virólogo Mariano Esteban y el capitán de navío Juan Ozores, del Departamento de Estudios de Investigación de la Armada, desgranaron eset martes ante el público los pormenores de esta enorme odisea, gracias a la mediación de la fundación Pharmamar.
La historia arranca con Edward Jenner, quien descubrió que las lecheras parecían inmunes ante el virus gracias a que habían estado expuestas a la viruela bovina, mucho menos lesiva. Así nació en 1796 la primera "vacuna".
El monarca español Carlos IV pronto tuvo noticias de esta revolución de la medicina y, convencido por el doctor Balmis, financió la Real Expedición Filantrópica de la Vacuna. Mariano Esteban señala que los Borbones estaban especialmente sensibilizados ante los estragos de la viruela: además de causar un inmenso destrozo en América, varios miembros de la familia murieron entre las terribles fiebres y erupciones que causa el microscópico virus, incluida la hija del monarca.
Comienza la campaña
Con la dotación dispuesta y el viaje organizado por los sanitarios militares Balmis y Salvany, había un problema complicado de resolver. ¿Cómo se podía trasladar esta vacuna sin corromperse? Su diseño era muy rudimentario, los primitivos viales se estropeaban con facilidad. Aquí es donde entran en la historia "veintidós ángeles" al cuidado de la enfermera Isabel Zendal. La gallega directora de un orfanato coruñés desempeñó un papel fundamental velando por el buen estado de los huérfanos en aquel duro viaje que cambió el mundo.
Después de atravesar el Atlántico, la expedición se dividió en dos para cubrir todo el continente americano. Balmis y Zendal vacunaron "brazo a brazo" por todo el virreinato de Nueva España mientras que José Salvany se dirigió a los de Nueva Granada y Perú.
Balmis y Zendal, por su lado, embarcaron en un nuevo buque rumbo a la perla asiática de la monarquía, las islas Filipinas. En el inmenso océano Pacífico recalaron en Guam hasta llegar a Manila en 1805. Ya en Filipinas, la expedición volvió a dividirse intentando cubrir la máxima cantidad de terreno posible de Luzón, las Visayas y Zamboanga. Isabel Zendal, madre soltera, comunicó a Balmis su deseó de regresar a Acapulco para reunirse con su hijo, dejado al cuidado de una orden religiosa. La enfermera y su hijo nunca regresaron a la Península.
En Suramérica, atravesando paupérrimos caminos, cruzando oscuras selvas y burlando impotentes cordilleras, el doctor Salvany comenzó a vomitar sangre: tenía tuberculosis. Desde la Audiencia de Quito llegaron alarmantes noticias; la viruela hacía estragos en la región y en lugar de descansar, Salvany siguió vacunando de forma incansable en Guayaquil y Lima mientras la vacuna continuó rumbó a Buenos Aires. Gravemente enfermo, pálido y delirante por la fiebre, terminó falleciendo en la localidad de Cochabamba en 1810.
Balmis, cumplido su objetivo en Filipinas, le supo a poco y alquiló un nuevo buque para dirigirse a China. En el trayecto le sorprendió una colosal tormenta de dieciséis días. En la lucha contra los elementos, el buque, rotos sus aparejos y varios palos, terminó por irse a pique. Veinte marineros desaparecieron para siempre al ser sepultados por el océano.
Los supervivientes, incluido Balmis, lograron hacerse con el control de un bote y pudieron ser rescatados por un barco mercante que los llevó a Macao y Cantón. Ahí fueron recibidos con alegría y sorpresa. Dichos puertos estaban controlados por la Corona británica, que había intentado durante años enviar la vacuna a través de la India, y lo menos que esperaban era ver llegar a una expedición española portando la misma."Los españoles a veces somos así de altruistas, como Don Quijote", comenta risueño el capitán de navío Juan Ozores.
Balmis terminó dando la vuelta al mundo. Regresó por el traicionero cabo de Buena Esperanza y la aislada isla de Santa Helena hasta poner proa a Lisboa, llegando en 1806. La gesta fue trascendental. "No puedo imaginar que en los anales de la historia se proporcione un ejemplo de filantropía más noble y más amplio que este", aseguró el propio Jenner, creador de la vacuna, al conocer los resultados de la expedición.
Balmis, Salvany y Zendal no acabaron con la viruela pero sentaron una enorme base para ello. Su regreso quedó ensombrecido por la invasión napoleónica de 1808 que acaparó toda la atención. Algunos pudieron regresar en 1812, pero muy pocos lo lograron.
Para ver el fin de la viruela, la Humanidad tendría que esperar hasta 1980 cuando la OMS, tras una extensa campaña de vacunación masiva, consideró al planeta libre de viruela. Ciento setenta y siete años antes, un puñado de españoles y veintidós huerfanos marcaron el camino.