Es noviembre de 1413. Los soldados de Pedro de Urrea, aburridos y somnolientos, vigilan las primitivas bombardas cuyas oscuras bocas apuntan a Loarre. En el interior del castillo el desánimo es grande, esperan refuerzos que nunca llegarán. Violante de Luna, antigua abadesa excomulgada por su tío, el antipapa Benedicto XIII, resiste el asedio. Ansía reunirse con su amante, su primo Antón, quien acaba de ser derrotado por las tropas del rey. La rebelión ha fracasado, pero Violante resiste. Hoy no se sabe dónde está enterrada y hay quien dice que se la puede ver todavía en Loarre, portando una espada esperando a su amor.
Esta es solo una de las mil historias que esconde el castillo de Loarre, situado a más de mil metros de altura, entre las escarpadas cumbres de la provincia aragonesa de Huesca. La atalaya ha sido testigo del paso de innumerables culturas, viajeros, peregrinos, combates, treguas y amoríos. Ha resistido a todos ellos y hoy, después de esquivar el inexorable paso del tiempo, amenaza con atrapar a los visitantes con su irresistible encanto.
El rey de Pamplona Sancho Garcés III ordenó su construcción durante el siglo XI. En este momento no era nada más que una de las decenas de torres y atalayas construidas por el monarca para vigilar y blindar su frontera con al-Ándalus, constantemente amenazada y asaltada. En uno de estos ataques el castillo cayó brevemente en manos de los enemigos islámicos del monarca cristiano.
Protegiendo el camino que une Jaca y Huesca, la fortaleza de Loarre fue reconquistada en una fecha desconocida y ampliada paulatinamente en los tiempos de Ramiro I y Sancho Ramírez. En un inicio, su construcción tenía un enfoque espartano y sobrio, de un románico muy primitivo que se fue suavizando y embelleciendo según avanzaron las obras. Estas incluyeron una pequeña capilla y nuevas torres defensivas, destacándose sus más de ochenta enigmáticos capiteles. Además de soldados, Loarre también albergó una reducida comunidad monástica.
Los monjes fueron trasladados a la vecina abadía-castillo de Montearagón por orden expresa de Pedro I, quien expulsó a los musulmanes de la zona. El castillo de Loarre pasó entonces a retaguardia y perdió gran parte de su posición e importancia estratégica.
A pesar de esta pérdida de importancia defensiva, la fortaelza operó brevemente como prisión bajo el reinado de Pedro II, encarcelando entre sus fríos muros al rebelde noble Guerau que intentó hacerse con el control del condado de Urgel. El propio rey, acosado por sus deudas, vendió la propiedad de Loarre y la vecina Bolea a Pedro de Ahonés.
El propio Pedro fue la chispa que desencadenó una nueva rebelión nobiliaria contra Jaime I en 1226. El noble, muy disgustado por las órdenes del monarca, entró en cólera y se batió en duelo con él hasta la llegada de los guardaespaldas reales. En su huida, fue alcanzado y herido de muerte. Por orden real, sus posesiones, incluido Loarre, pasaron de nuevo a la Corona aragonesa.
La estoica fortaleza de Loarre pasaría entonces por numerosas manos, incluyendo las de la Orden Hospitalaria. El castillo no fue reforzado y no pudo ofrecer demasiada resistencia en 1287, cuando las huestes nobiliarias burlaron la fortaleza saqueando la villa durante la guerra de la Unión.
Entrado el siglo XIV, el rey Pedro IV el Ceremonioso,vendió la fortaleza ante las deudas generadas por la guerra contra Pedro I de Castilla, apodado el Cruel. Loarre volvió entonces a cambiar de manos hasta que estalló el polvorín.
Abadesa excomulgada
La corona de Aragón quedó vacante hasta que se alcanzó el compromiso de Caspe en 1413. Fernando I se hizo con el reino. Jaime de Urgel, aspirante al trono, no se lo tomó demasiado bien y fue apoyado por Antonio de Luna. Los conjurados reunieron un ejército de mercenarios ingleses, navarros y gascones dispuestos a desafiar a la corona. Violante de Luna, abadesa de Trasobares, abandonó el monasterio y se puso del lado de su amante (y primo) Antonio. Benedicto XIII, más conocido como el Papa Luna, excomulgó a su sobrina, escandalizado por el romance.
La pareja fue separada por los avatares de la guerra. El ejército mercenario había sido dispersado y el propio Jaime fue perseguido hasta Balaguer, donde se le sometió a un feroz asedio por las tropas reales. Violante quedó entonces al mando de Loarre, resistiendo un asedio de tres meses mientras su amado huía a Navarra en busca de unos refuerzos que nunca llegaron.
[El mapa del crimen de la Edad Media en Inglaterra: los mayores asesinos fueron los estudiantes]
Ante el fracaso de la rebelión, la intrépida Violante capituló antes las fuerzas del rey en diciembre. A pesar de su excomunión, su tío intercedió por ella consiguiendo el perdón real. Violante galopó entonces en busca de su amado Antón, refugiado en Francia. Aquí, la historia pierde el rastro de la mujer, alimentando numerosas leyendas que afirman que su espíritu aún merodea por Loarre.
La fortaleza y su iglesia fueron cayendo en el olvido. Gracias a ello, se trata de uno de los castillos románicos mejor conservados de toda la Península Ibérica. Su iglesia hizo de parroquia local hasta que fue trasladada en 1515. Durante las futuras guerras de Sucesión y de la Independencia sirvió de refugio a las columnas de soldados que transitaron la región, hasta que terminó abandonado por completo y usado por pastores durante todo el siglo XIX. En el 1906 fue declarada Bien de Interés Cultural y Patrimonio Nacional, realizándose algunas obras para su conservación.
Su excelente fotografía e increíble historia han convertido a Loarre en una localización propicia para el rodaje de numerosas series y películas de ámbito nacional, como El Ministerio del Tiempo. Entre los nombres extranjeros más destacados se encuentra el británico Ridley Scott, quien grabó en sus murallas varias escenas de El Reino de los Cielos (2005). Durante la película, el castillo de Loarre puede verse en los primeros minutos del filme donde Orlando Bloom, en el papel de Balian de Ibelin, huye de Francia rumbo a las cruzadas tras asesinar a un sacerdote.