A lo lejos, mirando desde el camino que arranca en el templo de Afrodita, apenas se distingue una pequeña colina alargada. Quizá solo los rugidos del público, volcados con sus atletas favoritos o espantados por la bestia que ha enganchado a uno de los luchadores, anunciaban a los que venían desde el sur lo que era aquel espacio, lo que sucedía allí dentro. Al subir un puñado de escaleras, la sorpresa se desvela en toda su magnitud: un impresionante estadio intacto de época romana de 262 metros de longitud y 50 de ancho, con asientos en sus laterales y en los fondos curvos y una capacidad para 30.000 espectadores. En lo alto, en lo que sería la última fila, un cartel dice: "El estadio de Afrodisias es el mejor conservado del mundo antiguo".
La urbe, ubicada en la provincia de Aydın, a unos cien kilómetros de la costa del mar Egeo, es uno de los yacimientos arqueológicos más impresionantes de Turquía, y probablemente también de la Antigua Roma. Su historia conecta con los orígenes míticos de la Urbs. "Esta ciudad es la más grande dedicada a Afrodita, la diosa griega de la fertilidad y del amor y la madre de Eneas, el famoso personaje de la guerra de Troya que los romanos creían que se había asentado en Roma", explica a este periódico el arqueólogo Umit Isin.
Pero la primera ocupación de lo que se conoció como Afrodisias y se articuló como una ciudad esplendorosa de mármol blanco y monumentales construcciones se remonta varios milenios, antes incluso del periodo helenístico: las investigaciones arqueológicas han datado la primera ocupación humana de la zona hacia 5000 a.C. La urbe, que disparó su fama y tamaño a partir del reinado de Augusto, se convirtió en la capital de la antigua provincia de Caria a finales del siglo III d.C. y se fortificó en la centuria siguiente. En el siglo VI, su templo más famoso, el de Afrodita, fue convertido en una iglesia cristiana. Y a partir de ahí, las noticias escasean: un terremoto, invasiones árabes... El abandono del lugar se registró en la Baja Edad Media.
Umit Isin, popular y encantador arqueólogo turco que conoce todos los secretos del infinito patrimonio histórico de su país, lo que antaño fue Anatolia, va describiendo todos los rincones de la ciudad antigua: el Sebasteión, un extravagante complejo formado por un templo y una avenida de 90 metros de largo con columnas y edificios con relieves de mármol para adorar a los primeros emperadores; el ágora sur, que en el siglo II d.C. disponía de una gigantesca piscina de 170 m rodeada de palmeras y pórticos; las termas de Adriano, unos enormes baños públicos con grandes estatuas de personajes mitológicos...
El tour por el yacimiento se toma un respiro en las gradas del estadio. La vista impresiona. El Circo Máximo de Roma, a pesar de multiplicar por diez su capacidad, empequeñece ante la postal de Afrodisias. "Es el más grande de Turquía y uno de los stadia mejor conservados del mundo antiguo. No se ha excavado ni restaurado, sino que se encuentra intacto: todavía caben 30.000 personas", desvela el arqueólogo. "Con un pequeño trabajo de limpieza de la spina y sus alrededores se podría hacer exactamente las mismas carreras y eventos deportivos que se celebraban hace 2.000 años".
Construido en el siglo I d.C. para albergar las tradicionales competiciones atléticas griegas, como el boxeo, la lucha o las pruebas de resistencia y velocidad, el estadio acogió asimismo combates de gladiadores y espectáculos de caza de bestias durante festividades para honrar al emperador romano. Hacia principios del siglo V, a medida que estas costumbres fueron perdiendo respaldo, la zona este del edificio fue reconvertida en un anfiteatro para albergar competiciones más modestas. En las filas se conservan numerosas inscripciones que hacen referencia a asientos reservados a individuos concretos y ciudadanos de la provincia o a asociaciones de orfebres y otros artesanos.
Aunque curiosas, no son los documentos epigráficos más llamativos de Afrodisias. El más singular se encuentra en el teatro, otro espectacular monumento de la segunda mitad del siglo I d.C. con una capacidad para 7.000 personas en el que se celebraban tanto representaciones dramáticas como asambleas. En una de las paredes de la escena, donde se grabó una suerte de archivo de la ciudad, se revela el nombre de su patrocinador: Cayo Julio Zoilo, un liberto de Augusto. Original presumiblemente de esta localidad, fue esclavo de un grupo de piratas y luego puede que adquirido por Julio César y heredado por el primer princeps.
Al quedar libre, regresó a su casa convertido en un hombre rico con poderosas conexiones en la capital y sufragó importantes construcciones como el teatro —hasta su excavación en la década de 1970, a raíz de un terremoto, toda la cavea se encontraba bajo una colina sobre la que se había erigido una pequeña aldea— o el nuevo templo de Afrodita. Este edificio, rodeado por una imponente columnata en sus orígenes, fue convertido en una catedral mucho más grande hacia el año 500 que destruyó y reutilizó casi todos sus elementos paganos.
La mayoría de estatuas y monumentos de Afrodisias se elaboraron con el mármol de muy buena calidad que se extraía de unas canteras situadas a solo un par de kilómetros al noreste, lo que permitió a sus artesanos tallar grandes y bellas esculturas que decoraron todo el Mediterráneo. "La ciudad tenía muy buenas relaciones con Roma y su riqueza no solo se explica por la agricultura, que fue muy importante, sino por esta industria marmórea y de estatuas y por ser la ciudad dedicada a la madre de los primeros gobernantes de Roma", detalla Umit Isin.
La última parada en el recorrido por el espectacular yacimiento, tanto por tamaño como por el buen estado de conservación de sus vestigios, conduce al Tetrapilón, una entrada monumental desde la calzada norte-sur a la zona sagrada (temenos) del templo de Afrodita, construida hacia el año 200. Levantada de nuevo en 1991 gracias a la conservación del 85% de sus elementos, presentaba una imagen de la diosa griega en los relieves del arco central interior. Con la llegada del cristianismo, Afrodita fue sustituida por el elemento que guiaba el nuevo mundo: la cruz de Cristo.