En el despacho de su casa de Colmenar Viejo, en la última planta, rodeado de libros y retratos y con unas vistas hermosas a la sierra de Guadarrama, José María Bermúdez de Castro (Madrid, 1952) conserva una réplica de la mandíbula de un individuo, probablemente una chica de unos diez años, que cambió la historia de la evolución humana de Europa. Aquel fósil hallado hace casi tres décadas en la Gran Dolina de Atapuerca presentaba rasgos de una cara moderna, con características similares a las nuestras, pero era tan antiguo, más de 800.000 años, que no encajaba con los homininos arcaicos ni con los sapiens. Fue uno de los restos óseos recuperados en el yacimiento burgalés que dieron nombre a una nueva especie: Homo antecessor.
La aventura de la resolución de ese rompecabezas arranca el 8 de julio de 1994 con un episodio de euforia arqueológica: el hallazgo en el nivel seis de la Gran Dolina de los dos primeros dientes de este hominino. "Sabíamos que era un descubrimiento importante, pero no sabíamos qué trascendencia podía tener", rememora el paleoantropólogo, jubilado desde el pasado mes marzo y que deja la codirección de las excavaciones en la sierra de Atapuerca tras una brillante etapa.
Todos los azares, discusiones y avances relacionados con la investigación, así como la precariedad de medios de los compases iniciales o los conflictos con los políticos a los que no se avisó para salir en la foto, los recoge ahora en una obra titulada, cómo no, Homo antecessor (Crítica), y confeccionada con la ayuda del arqueólogo Eudald Carbonell, también codirector de Atapuerca recién jubilado —el único que resiste al frente de un proyecto iniciado en 1991, aunque en teoría solo por un año más, es Juan Luis Arsuaga—. Un libro, un documento, dice Bermúdez de Castro, para los historiadores de la ciencia: "Es un evento de la historia de la ciencia de la evolución humana con el que hemos destacado mucho".
Hay muchos hitos en esta vibrante y concisa crónica, una mezcla de memorias en primera persona trufadas con los entresijos de las pruebas científicas realizadas a los fósiles, pero sin duda uno fundamental es la publicación en la revista Science, el 30 de mayo de 1997, del artículo en el que se presentó al mundo una nueva especie que hoy se ha convertido en un eslabón trascendental para comprender el origen del linaje de los humanos modernos.
"La mayoría de nuestros colegas reaccionó con mucha frialdad", arranca Bermúdez de Castro. "Desde Francia, Alemania, Holanda, etcétera, se preguntaban si esos chicos españoles, que eran muy jóvenes, estarían excavando bien". Los principales apoyos a sus hipótesis llegaron desde Estados Unidos, gracias a investigadores como Clark Howell, uno de los expertos en evolución humana más reconocidos de su tiempo, aunque el punto de inflexión lo marcó la concesión del Premio Príncipe de Asturias de Investigación Científica y Técnica. "Costó 20 años hasta que aceptaron la especie, pero ha sido muy interesante porque nos ha permitido trabajar muchísimo. El 50% de mis publicaciones están dedicadas a tratar de probar que Homo antecessor es una especie nueva", confiesa el también exdirector del CENIEH.
—¿Cuánto ha cambiado la imagen que existe ahora sobre Homo antecessor respecto a las hipótesis planteadas en esos primeros estudios?
—Muchísimo, una barbaridad. La primera idea, aparte de que era un homínido diferente, que fue lo más difícil de demostrar, es que era un grupo procedente de África. Existe la idea de que todo sale de África: el primer ancestro común con los chimpancés, los humanos modernos... Al principio nos adherimos a lo que dice la comunidad científica, pero hace 40 años había muy pocos fósiles, no se habían hecho análisis genéticos y teníamos un escenario evolutivo que no tiene absolutamente nada que ver con lo que conocemos ahora.
—¿Cuáles son entonces las características del Homo antecessor?
—Lo primero que nos llamó la atención en 1995 fue ese fragmento de maxilar, una cara sorprendentemente parecida a la nuestra, pero con más de 800.000 años de antigüedad. De momento la hemos encontrado en la Península Ibérica, aunque posiblemente apareció en otro sitio. Nos hace falta un cráneo más completo para saber si tenían una cabeza más pequeña o la frente más inclinada. Hemos tratado de medir los huesos largos y los de las manos para ver la estatura que podría tener esta especie y nos sale más de 1,70 metros, como la nuestra. Además, eran perfectamente bípedos. Si a esta chica de la Gran Dolina le ponemos un vestido occidental, la peinamos un poco y la metemos en el metro, no se iba a distinguir mucho de nosotros.
Sin embargo, sus capacidades cognitivas eran mucho más limitadas. En los grupos Homo antecessor no hay rituales ni enterramientos ni simbolismo. Lo que sí han identificado los investigadores en la Gran Dolina son prácticas de canibalismo, posiblemente relacionadas con eventos de competencia intergrupal. "Los huesos largos están tronchados, vemos golpes por todas partes y marcas de descarnado, exactamente igual que con los restos de los jabalíes, los ciervos o los caballos", recuerda el paleoantropólogo. "Es una especie que se come a sus semejantes, pero no hay ningún tipo de maldad ni de locura".
Homo antecessor es una especie exclusiva de Atapuerca. De momento no se han encontrado fósiles que se puedan adscribir a esta rama del género Homo en otros lugares de Eurasia. "La razón no es que no estén, es que no se ha excavado", resume Bermúdez de Castro. "En Italia se excava todo el periodo romano, en Grecia hay algunos yacimientos prehistóricos, pero lo que se investiga son las ruinas de la Antigua Grecia y Próximo Oriente está incendiado". Pero esta escasez que presenta el registro arqueológico no impide proponer teorías ambiciosas.
"La hipótesis que hemos ido desarrollando en estos últimos años —continúa— es que Próximo Oriente juega un papel importantísimo en la evolución humana, como hizo en el Neolítico, que comienza ahí hace unos 9.000 años y se desplaza hacia toda Europa. Y lo es porque en las fases glaciales la mayor parte de Europa quedó cubierta por una manta de hielo de muchos metros de espesor, pero toda esa zona del Sáhara y el desierto de Arabia reverdecía con las lluvias y fue un vergel, un lugar fantástico para la evolución de seres vivos, incluidos nosotros. Por eso situamos en ese lugar a Homo antecessor, y a la especie más parecida a ella, que llamamos especie enigmática, porque es el sitio perfecto para el movimiento de estas poblaciones a otras zonas de Eurasia".
Según los recientes estudios de las proteínas conservadas en los fósiles, Homo antecessor sería una especie hermana de neandertales, denisovanos y humanos modernos, que tendrían un ancestro común todavía desconocido, pero del que la especie hallada en Atapuerca estaría muy próxima. Bermúdez de Castro lo tiene claro: "Como esa madre enigmática aún no se ha encontrado, estoy absolutamente convencido de que es esta", sentencia agarrando la réplica de la mandíbula de la chica de la Gran Dolina. "Esto se resolverá dentro de 40 o 50 años, cuando los palestinos y los israelís dejen de pelearse y se pueda excavar".
Atapuerca, un salto abismal
Cuando Emiliano Aguirre empezó las excavaciones en los yacimientos de Atapuerca a finales de los años 70, la teoría más aceptada entre los investigadores aseguraba que la colonización humana de Europa se había registrado hacía unos 600.000 años. El hallazgo de Homo antecessor fue excepcional porque representaba los fósiles más antiguos del Viejo Continente... hasta ese momento. En el verano de 2021, Bermúdez de Castro y su equipo sacaron a la luz el pómulo y la mandíbula superior de un individuo de hace 1,4 millones de años, lo que han bautizado como "la cara del primer europeo".
"La gran pregunta ahora es: ¿esto que estamos encontrando en la Sima del Elefante es Homo antecessor o no lo es? Es algo muy interesante y tenemos bastantes datos para llegar a conclusiones", dice escueto Bermúdez de Castro, aunque adelanta que ya se está cocinando un paper para abordar este interrogante.
El relato de Bermúdez de Castro y Carbonell está lleno de anécdotas. Algunas son inverosímiles, como la de ese Consejero de Cultura de la Junta de Castilla y León que cortó el grifo de la financiación de las investigaciones —"ahora somos unos privilegiados ya que disponemos de unas cantidades razonables para poder excavar"— porque no se le había informado de los hallazgos antes de que salieran en la prensa: "Estos roces con los políticos no se recogen con ningún ánimo de vendetta, sino para contar que la ciencia española ha tenido muchos problemas. Al final del libro incluso agradecemos a estas personas que nos hicieron putadas, porque realmente nos impulsaron y nos mantuvieron alerta".
Otros capítulos son más escalofriantes, como el expolio de fósiles que sufrieron algunos de los yacimientos de Atapuerca muchas décadas antes de iniciarse las investigaciones científicas y o la explosión experimental que realizaron en la base de la Gran Dolina un grupo de zapadores del Batallón de Navarra en 1989. Pese a todo, el paleoantropólogo apunta que estas pérdidas "no son demasiado graves". Y quizá lo dice porque intuye lo que aguardan las zonas de la Gran Dolina que todavía están intactas: este último verano ya salieron a la luz fragmentos de un parietal y la falange de un pie de un individuo adulto, un nuevo Homo antecessor. "En los próximos años van a aparecer 300 o 400 restos más que nos van a permitir saber mucho más sobre la especie".