El 24 de febrero de 2022, a las ocho de la mañana, decenas de helicópteros rusos, volando bajo el radar y soltando bengalas, desplegaron cientos de paracaidistas que debían asegurar el aeropuerto de Kiev-Antonov hasta que llegasen las columnas blindadas que salían de Bielorrusia. Pero los tanques nunca llegaron. Putin se quedó a las puertas de la capital ucraniana, incapaz de burlar la resistencia que se revolvía como gato panza arriba.
Desde el inicio de la guerra se han podido observar banderas rojas con la hoz y el martillo acompañando al Ejército ruso que busca "desnazificar" Ucrania. Hoy, su capital sigue resistiendo mientras la guerra se le atraganta al Kremlin. Hace 80 años, el 6 de noviembre de 1943, el Ejército Rojo sí logró reconquistar Kiev, entonces controlada por las tropas de Adolf Hitler. El esfuerzo de Moscú por recuperar el ideario patriótico de la Segunda Guerra Mundial se vuelve en su contra al comparar su desastre militar con los logros de Stalin.
Kiev se fundó en el siglo IX d.C. y desde entonces ha sido conquistada, invadida y ocupada por decenas de pueblos y culturas: eslavos, mongoles, varegos, tártaros, jázaros… En 1941, la ciudad fue uno de los principales objetivos de otra invasión que esta vez llegó desde el oeste. Tras dos meses de fanática y tenaz resistencia, la Wehrmacht ocupó la capital de la Ucrania soviética.
Los feroces comisarios de la NKVD soviética fueron sustituidos por los oficiales de la siniestra Gestapo, acompañados por escuadrones de la muerte que buscaron "arianizar" Ucrania aniquilando y deportando a millones de judíos. Entre el 29 y 30 de septiembre más de 34.000 judíos fueron fusilados en los barrancos de Babi Yar, a las afueras de Kiev.
Europa y el mundo entero estaban metidos hasta el cuello en la vorágine que fue la mayor guerra de la humanidad. A principios de febrero de 1943, contra las órdenes de Hitler y sus sugerencias de suicidio, el mariscal de campo Friedrich Paulus se rindió junto a los esqueletos congelados de su Sexto Ejército en Stalingrado tras doscientos días de infierno.
Para los hechizados líderes nazis solo quedaba huir hacia delante: "¡¿Quieren ustedes la GUERRA TOTAL?! Si es necesario, ¡¿quieren una guerra más total y radical que cualquier cosa que podamos imaginar?! Ahora, pueblo, levántate y deja que la tormenta se desate!", escupió el ministro de propaganda Joseph Goebbels ante una multitud hipnotizada pocos días después de conocerse el desastre.
Dispuesto a luchar hasta el final, Hitler comenzó a tomar personalmente el mando de la guerra contra el consejo de sus generales. El desastre de Stalingrado y las ofensivas soviéticas de invierno persiguieron al desorganizado Ejército nazi hasta el este de Ucrania. El sueño de llegar a los cruciales campos de petróleo del Cáucaso se desvanecía bajo la nieve del temible invierno ruso.
Cruce del Dniéper
El contraataque alemán del verano de 1943 se estampó en la enorme picadora de carne de Kursk, donde ocurrió el mayor choque blindado de la historia. Miles de carros de combate y casi dos millones de soldados se despedazaron mutuamente con las últimas novedades de la industria armamentística del momento. El olor a gasolina y carne quemada procedente del interior de los tanques se podía percibir desde kilómetros de distancia.
El Ejército Rojo, avisado sobre la ofensiva, pudo frenar en seco a los alemanes y organizar un contraataque que obligó a las tropas enemigas a refugiarse detrás del Dniéper a finales de septiembre. Kiev y Sebastopol estaban al alcance de la mano. Ambos ejércitos, cubiertos de sangre seca, sudor y barro, se observaron completamente extenuados el uno al otro desde ambas orillas: necesitaban un respiro.
A mediados de octubre, un tifón de acero y fuego llovió sobre el cuarto río más grande de Europa. Pelotones enteros desaparecieron en un instante. Entre las columnas levantadas por las explosiones en el agua y la arena, miles de soldados rusos, ucranianos y siberianos se lanzaron contra las despedazadas posiciones alemanas. La lucha fue desesperada y sin cuartel. "Las órdenes eran sencillas. Stalin quería que Kiev fuera tomada antes del 7 de noviembre, aniversario de la Revolución Bolchevique", explica el divulgador Patrick McTaggart.
El 3 de noviembre, trescientos mil hombres quebraron definitivamente la línea defensiva alemana que ya apenas contaba con cincuenta tanques disponibles. Completamente destrozados y faltos de munición, los alemanes fueron perseguidos y aplastados por las cadenas de medio millar de carros soviéticos.
Dos días después ya se combatía en Kiev, convertida en un infierno de hierros retorcidos y escombros donde los nazis pelearon como demonios por cada centímetro de terreno. La arrolladora superioridad soviética se impuso, desbordando cada punto de resistencia hasta que la ciudad cayó pocas horas después, el día 6.
Contraataque SS
Pese a lo desesperado de la situación, Hitler ordenó al general von Manstein recuperar Kiev a toda costa y expulsar de nuevo a los soviéticos al otro lado del Dniéper. Obligado por el führer, el experimentado militar echó mano de cada unidad que respondió al teléfono organizando, contra todo pronóstico, un ferocísimo contraataque.
La temible división Leibstandarte SS Adolf Hitler marchó protegida por la lluvia el día 15 de noviembre. Dos divisiones panzer cuidaron los flancos. Entre el tronar de los cañones e iluminados por relámpagos, los fanáticos de las SS se abrieron camino chapoteando entre el barro sanguinolento. Desde la radio llegaron angustiosas e implorantes llamadas de socorro, aún resistían de forma desesperada varias posiciones alemanas tras las líneas soviéticas.
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Durante todo el resto de noviembre y buena parte de diciembre de 1943, dos divisiones soviéticas -más de 20.000 hombres- fueron rodeadas y casi aniquiladas. El día de Nochebuena, el contraataque se detuvo. No había gasolina ni munición suficiente. Stalin había conseguido asegurar la histórica ciudad en la que nació la Rus de Kiev en el siglo IX, primer estado eslavo de la Edad Media y madre del principado de Moscú.
Cuando la guerra terminó en 1945, los aliados se reunieron en Potsdam. Cuenta la leyenda que el diplomático americano William Averell Harriman felicitó a Stalin por haber llegado hasta Berlín, a lo que el líder soviético respondió que "el zar Alejandro llegó a París". Ochenta años después, Putin sigue intentando llegar hasta Kiev.