La edición de Miss España de 1938 fue ciertamente atípica. Patrocinado por el periódico parisino Le Monde y celebrado en la capital de Francia ante el contexto provocado por la Guerra Civil, el certamen de belleza se decidió entre una docena de chicas refugiadas que habían sido invitadas a participar por el propio diario. La ganadora fue Isa Reyes, una joven aún menor de edad nacida en Barcelona y criada en Madrid, con el cabello largo y negro y unos enormes ojos castaños, que se ganaba la vida como bailaora de flamenco y modelo de grandes marcas de ropa y de perfumes.
La noticia saltó los Pirineos e incluso se hizo hueco en las portadas de algunos periódicos como el ABC en su edición de Sevilla, controlada por los sublevados. Una foto de Isa Reyes se imprimó a toda página con el siguiente texto: "Es una pena que la nueva Miss España no esté representando a la España de Franco. Es lo bastante bonita como para robarle el corazón a cualquier joven fascista".
Desde la dirección del concurso habían disuadido a la joven española de aparecer en las fotografías portando la bandera tricolor de la República, por la que todavía luchaba su padre como oficial del Ejército Popular. Tampoco lucía la roja y gualda, de ahí la burla de la prensa franquista. Durante el concurso de Miss Europa, celebrado unas semanas más tarde en Copenhague y en el que quedó segunda, apareció en el escenario junto a las otras chicas con una pancarta en blanco con la palabra "España" escrita en ella. "Recordaba a todo el mundo la tragedia que seguía desarrollándose al otro lado de los Pirineos", plasmó en sus memorias, rescatadas ahora por Renacimiento y con la edición de su hijo, Dorian L. (Dusty) Nicol bajo el título de Miss España en el exilio.
La credencial de mujer más hermosa de una España amontonada en las trincheras no deja de ser un episodio curioso en la biografía vertiginosa de Conchita Balcells de los Reyes —Isa Reyes era su nombre artístico—. Su vida discurre entre estrellas del teatro y el cine francés y entre diseñadores de alta costura y lujosos artículos de bisutería, pero sobre todo reúne una experiencia personal singular sobre el exilio republicano: una niña que crece a marchas apresuradas en una Europa también al borde de la guerra en la que se convierte en diva del flamenco; y un relato vertebrado por la incertidumbre agotadora de preguntarse continuamente si su padre seguirá vivo o no.
La artista huyó a París en el verano de 1936 con su hermana pequeña y su madre. La Guerra Civil le había sorprendido en el pueblo de Pedro Bernardo, en la provincia de Ávila, donde solía pasar las vacaciones con su padre y donde quedó espantada al ver los cadáveres de dos republicanos a lomos de dos mulas de los que colgaba un cartel que decía "traidor a España". El progenitor, un abogado liberal que comulgaba políticamente con la izquierda moderada, regresó para combatir el golpe de Estado. Pese a su innegable compromiso, un grupo de anarquistas asaltó su casa de la calle Velázquez y desvalijó su colección de arte, muebles antiguos y libros raros. Su próspera posición era sospecha suficiente para señalarlo como posible fascista.
La familia salió adelante en el exilio gracias al carisma y la belleza de Conchita. Su primer empleo fue como maniquí de colecciones de moda juveniles, pero pronto empezó a posar para artistas como Jean-Gabriel Domergue, uno de los pintores más populares de París, que trazó al menos media docena de retratos de la joven que se utilizaron en pósteres para anunciar licores, perfumes o destinos de vacaciones. Incluso hizo una prometedora incursión en el cine galo a las órdenes de Sacha Guitry en Las perlas de la corona (1937), pero un importuno brote de sarampión cuando se preparaba para rodar su segunda película le cerró todas las puertas.
Bailar para un dictador
De su experiencia en el cine adquirió el nombre artístico de Isa Reyes —las canciones folclóricas de las Islas Canarias, de donde era su familia paterna, se llaman "Isas"—, pero su destreza con las castañuelas y la guitarra la convirtieron en una estrella del baile flamenco al lado de su prima Alma. El dúo actuó por toda Europa aguantando las inspecciones de la Gestapo nazi y los excesos con el alcohol de los rusos blancos, otros exiliados. Pero la peripecia vital de Isa Reyes incluye dos encuentros artísticos con Benito Mussolini y Adolf Hitler.
Para el duce italiano bailó a regañadientes en el Gran Casino de Venecia algunos pasajes de la ópera Carmen. Contagiada por el entusiasmo del público, se quitó el clavel del pelo y lo lanzó, aterrizando justo en el plato del conde Ciano, el ministro de Exteriores y yerno de Mussolini. El diplomático fascista, con fama de don Juan, se quedó prendado de la artista, tanto que hasta se presentó unos días más tarde en su hotel. La prima Alma lo despachó con una ingeniosa treta: diciéndole que Isa Reyes era la amante de un oficial nacional español de alto rango y que si se descubría el affaire —ni mucho menos consumado— podría haber problemas en las relaciones entre ambos países.
Por si no fuese suficiente bailar para el duce, Isa Reyes y su otra pareja, Antonio Arcaraz, fueron contratados ese mismo año de 1939 para una importante gala que iba a tener lugar en el Teatro Wintergarten de Berlín. El motivo era el cincuenta cumpleaños de Hitler. Aunque su padre ya había emprendido el camino del exilio, el evento tenía un simbolismo extra: mostrar la solidaridad del régimen nazi y las tropas de Franco, flamantes vencedoras en la Guerra Civil. "Para mí fue como una patada en el estómago", escribió la joven en el borrador de sus memorias.
Si bien se resistió todo lo que pudo, Isa Reyes acabó viajando y bailando también para el führer. "¡Con lo aburrido que este hombre, este Hitler! ¡Y lo feo! Y probablemente sea una persona desagradable", anotó. Los oficiales de las SS y la Gestapo presentes en la actuación disfrutaron enormemente e incluso pidieron bises.
Un éxito repugnante para la implicada. "Mientras la ovación continuaba, mi vista se desvió un instante hacia el palco donde se sentaba el invitado de honor. Yo me quedé mirando fijamente a Hitler un segundo, antes de apartar la mirada. Ahí estaba él, el hombre más temido del mundo, aplaudiendo y evidentemente disfrutando. Todo el reparto se quedó en el escenario mientras sonaba el himno nacional alemán. El reparto devolvió entusiasta los saludos nazis de la multitud al terminar el himno. Todos excepto Antonio y yo, lo que nos hizo ganarnos una severa reprimenda que el Herr Direktor [del teatro] nos dio más tarde". Al término del evento fueron obligados a asistir a una recepción en la Cancillería del Reich, donde Isa Reyes se encontraría con un viejo conocido: el conde Ciano.
En otro tour por Atenas ese mismo año, la bailaora conoció a su futuro marido. Juntos escaparían de los tentáculos de la II Guerra Mundial con dirección América: primero La Habana, donde se reencontró con su padre, luego México y finalmente California, donde criaron tres hijos. A la muerte de su marido en 1979, Isa Reyes comenzó a trabajar como consultora y a esbozar estas fascinantes memorias completadas ahora por su hijo. Un testimonio sobrecogedor y plagado de episodios inverosímiles, una historia de optimismo y talento de una niña que sorteó los totalitarismos con su arte.