El castillo que protegió Oviedo de los vikingos y forjó uno de los mayores símbolos de España
El castillo de Gauzón desapareció en el siglo XV. Hoy, más de mil años después de sus tiempos de gloria, resucita gracias a la arqueología.
29 noviembre, 2023 09:39Levantado sobre el Peñón de las Raíces, apenas queda nada del castillo. Construido sobre un bastión visigodo, se especula que su origen tuvo lugar en una fortificación de época romana. Durante el siglo XV, cuando sus tiempos de gloria apenas podían recordarse en apolilladas crónicas, fue desmantelado piedra a piedra. Hoy, perteneciente al concejo de Castrillón en Asturias, los arqueólogos se afanan entre sus restos para desentrañar los misterios de esta fortaleza tan ligada a la vida de Alfonso III de Asturias, conocido como el Magno.
Ordoño I, el padre de Alfonso III, se enfrentó en 858 a las incursiones de unos temibles guerreros paganos que llegaban del mar en horrendas embarcaciones rematadas por la cabeza de un dragón. Hoy conocidos como vikingos, fueron la pesadilla de las costas europeas entre los siglos VIII y XII.
Alfonso III, obsesionado por la seguridad de su reino, emprendió una inmensa campaña de construcción y reacondicionamiento de las fortificaciones costeras, entre ellas la que pasaría a la historia como el castillo de Gauzón, en la ría de Avilés. Rondando el siglo IX se levantó un par de inmensas torres cuadrangulares para guarecer la puerta de esta pequeña fortaleza visigoda medio destartalada y erigida a 38 metros sobre el mar.
Palacio y fortaleza
La ubicación de Gauzón era ideal: vigilando la ría que da acceso a Oviedo, el corazón del reino asturiano, el castillo estaba lo suficientemente fortificado y alejado de la insidiosa corte palatina como para establecer el taller de orfebrería. "Era la caja fuerte que protegía el oro y las piedras preciosas con que se realizaron algunos de los símbolos de Asturias", resume el escultor y restaurador Miguel Sobrino González en su obra Castillos y murallas (La Esfera de los Libros).
El propio hijo de Alfonso III, el infante García y futuro rey de León, estuvo retenido a la fuerza en esta fortificación en 909 tras descubrirse su conspiración contra su anciano padre quien, un año antes, había ordenado elaborar al amparo de los muros de Gauzón uno de los mayores símbolos de la historia de España: la Cruz de la Victoria.
Según dicta la leyenda, se elaboró con la cruz de madera que usó don Pelayo en Covadonga. Labrada en oro y esmaltada con pedrería preciosa, contiene un receptáculo trasero donde según afirman las crónicas se guardó una reliquia del Lignum Crucis. Si bien la reliquia de esta joya de la orfebrería hispana se perdió, la Cruz de la Victoria, resguardada en la catedral de Oviedo, figura desde el siglo XIX como símbolo heráldico del Principado de Asturias y que hoy ondea en su bandera. El ilustrado ovetense Gaspar de Jovellanos afirmó que esta cruz es uno de los símbolos más antiguos de Asturias y por ende, uno de los más antiguos de España.
Además de su papel como fortaleza y "caja fuerte", protegida por el mar y las marismas, Alfonso III decidió enriquecer aquel bastión inexpugnable y construir en su interior una pequeña sede palatina como las que levantaba Carlomagno en el reino de los francos.
Allí no faltó una forja que sirvió al poblado que se asentó en el llano y armó a la guarnición que protegía sus murallas. Detrás de los muros, no faltó una capilla, protegida por un bastión fortificado que también garantizaba la seguridad de unas ricas estancias palaciegas que acogieron a una reducida y selecta corte. También varios baños donde los más privilegiados se lavaban, limpiando la imagen de una sucia Edad Media.
Arqueología
Todos estos detalles se pueden conocer gracias a la labor de los arqueólogos que están rescatando al castillo de su olvido. Las autoridades municipales anhelan cada año la reanudación de las campañas de excavación que empezaron de forma tímida en la década de 1970 y que se desarrollan de forma interrumpida desde el año 2007.
Gracias a todos los estudios realizados en el Peñón de las Raíces, el grupo arqueológico de Patrimonio y Arqueología Virtual (PAR) pudo en 2021 recrear el castillo en su momento de gloria, cuando el reino de Asturias luchaba por expandir sus fronteras más allá del río Duero.
El descubrimiento de varios dados y fichas de juegos entre restos de tejas permiten imaginar a unos aburridos guardianes del infante rebelde apostando su escasa soldada o simplemente matando el tiempo en las interminables jornadas a la intemperie vigilando las olas, ajenos a la posible llegada de una flota vikinga.
Este ataque de los aventureros escandinavos, tan temida por la aburrida guarnición del castillo, se hizo esperar. Si su primera incursión tuvo lugar en Gijón en el año 844 y la segunda en Galicia en 858. La tercera llegó cuando Alfonso III llevaba más de medio siglo enterrado en Oviedo.
En el año 968 el rey vikingo Gunderedo saqueó Santiago de Compostela, cuyo obispo Sisnando murió atravesado por una flecha mientras organizaba la resistencia. Dos años permaneció la hueste vikinga asolando Galicia hasta que el conde Gonzalo Sánchez les sorprendió cerca de Ferrol. "Dios le dio la victoria dando muerte por la espada a su rey con toda su gente, y ayudado por la divina clemencia puso fuego a todas las naves", resume de forma lacónica la Crónica Sampiro.
Gauzón nunca tuvo oportunidad de enfrentarse a aquellos guerreros del norte que saquearon la tumba del apóstol Santiago, pero algún papel militar jugó sobre el año 1137 cuando el conde asturiano Gonzalez Peláez sublevó la cuenca del río Nalón contra el rey Alfonso VII de León. Poco después fue reconvertido en encomienda cuando fue donado a la orden de Santiago, momento en el que comenzó la ruina de sus murallas.
Si su papel en la rebelión de Peláez es desconocido, lo es aún en la primera guerra civil castellana del siglo XIV. Figurando como encomienda de Enrique de Trastámara, su rastro se pierde cuando este rey bastardo asedió Avilés en el año 1352. Esta localidad cercana a Gauzón permaneció leal a su adversario, su hermanastro Pedro I el Cruel.
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Después de este asedio, Gauzón comienza a desaparecer de la historia. Años después, sus restos medio en ruinas fueron aprovechados por las localidades cercanas para levantar sus viviendas. Los últimos restos que aún permanecían en pie fueron usados como cerca para guardar el ganado y refugio ocasional de anónimos personajes que encendieron decenas de pequeñas fogatas documentadas en todo el yacimiento.
En la actualidad, los estudios de los restos de Gauzón se centran en conocer cómo era el modo de vida en el castillo y en el asentamiento cercano. Dentro de este marco, se está realizando un estudio numismático de un conjunto de catorce monedas encontradas en las excavaciones. La más llamativa de todas, un tremis de oro del rey visigodo Recaredo, hijo de Leovigildo, atestigua la existencia de una pequeña fortificación ya en los siglos VI y VII.