La singularidad de La Garma, un yacimiento único en el mundo, reside en el hecho de que en un mismo año el equipo de investigación es capaz de anunciar el hallazgo en su interior de un cojunto funerario excepcional de época visigoda —una veintena de individuos del siglo VIII que fueron depositados con un ajuar de armas y objetos— o de una vivienda de hace unos 16.800 años, una de las mejor conservadas del Paleolítico en Europa, donde un grupo de cazadores-recolectores se protegió del frío de la última glaciación, fabricó sus herramientas y realizó actividades simbólicas.
Este salto temporal solo es posible en un lugar que esconde una de las secuencias estratigráficas más completas del continente para el estudio del pasado: desde hace 400.000 años y hasta la Edad Media, hay ocupaciones de todas las épocas salvo del periodo romano. Lo más extraordinario de La Garma son esos suelos paleolíticos: los restos de un hábitat y los objetos cotidianos que fueron descubiertos intactos hace ya casi tres décadas —la cueva quedó bloqueada, dando lugar a una "cápsula del tiempo"—, pero que hasta ahora, por falta de recursos, no habían podido ser estudiados.
Gracias a los 80.000 euros del Premio Nacional de Arqueología y Paleontología de 2021, otorgado por la Fundación Palarq, los investigadores, liderados por Pablo Arias, catedrático de Prehistoria en la Universidad de Cantabria, y Roberto Ontañón, director del Museo de Arqueología y Prehistoria de Cantabria (Mupac), han documentado en detalle una cabaña construida hace 16.800 años y han podido interpretar cómo era el modo de vida de este grupo humano.
"Hay miles de restos en el suelo, son los residuos de la actividad de un campamento de cazadores-recolectores del Magdaleniense [una de las últimas culturas del Paleolítico superior]", ha detallado Ontañón en una rueda de prensa celebrada este jueves en el Museo Arqueológico Nacional. La vivienda estudiada, un espacio oval de unos cinco metros cuadrados delimitado por una alineación de bloques de piedra y estalagmitas que fijaban al suelo una estructura de palos y pieles apoyada contra una cercana cornisa de la pared, se encuentra a unos 90 metros de la entrada de la cueva, concretamente en la llamada galería inferior, de 800 metros cuadrados.
En el centro de la cabaña se ha identificado una pequeña hoguera y a su alrededor se han recopilado numerosas evidencias de las actividades prácticas y simbólicas realizadas por estos individuos. En total, se han documentado 4.614 objetos, en su mayor parte huesos procesados de ciervos, caballos y bisontes que testimonian el grueso de su dieta, así como 600 piezas de sílex, azagayas, agujas o conchas de moluscos marinos recolectados en la cercana costa. Todos los desperdicios se iban empujando hacia la pared del espacio en una suerte de proceso de limpieza.
"Todo lo hemos documentando sin extraerlo de la cueva, gracias a técnicas no invasivas. Nuestra idea es mantener esta estructura tal y como la hemos encontrado porque no hemos tenido que hacer una excavación", explica Pablo Arias. Entre los hallazgos más destacados se contabilizan un protoarpón, una varilla de asta de ciervo con una serie de relieves que quizá represente a una figura humana, varios colgantes utilizados como adorno o, sobre todo, una falange de uro, un toro salvaje prehistórico, sobre la cual se grabó una extraordinaria representación de este animal y una cara humana muy esquemática.
Para los investigadores ha sido una gran sorpresa identificar una cabaña paleolítica en el interior de una cueva. Este tipo de construcciones se conocían en otros lugares de Europa central, pero todas en espacios al aire libre. La Garma fue en un campamento base en esta región del norte de la Península Ibérica durante el Magdaleniense de una comunidad de cazadores-recolectores formada como máximo por unos 20-40 individuos.
"Que construyesen cabañas sugiere un uso práctico y ventajas adaptativas, como protegerse del frío (en la cueva podía hacer -15ºC) o la búsqueda de un espacio distinto dentro del grupo", valora Ontañón. "Pero al mismo tiempo habla de cierto valor simbólico, de actividades que no solo tenían que ver con la subsistencia alrededor del fuego. Estos individuos fabricaron y probablemente colgaron sobre la estructura recubierta de pieles objetos como la falange de uro, que sería una suerte de guardián de la casa, y piezas de adorno personal. Seguramente ahí también contaron relatos y cantaron. Fue un lugar lleno de vida y de animación".
Además de los abundantes restos de fauna —algunos fueron quemados a distinta temperatura, lo que revela los tipos de asado de carne que practicaron—, en esta zona de La Garma, muy cerca de la cabaña analizada, se ha recuperado la mandíbula de un individuo anciano que todavía se encuentra un estudio. "Las gentes del Paleolítico no enterraban sistemáticamente a sus muertos dentro de las cuevas, sino que encontramos los huesos aislados. Probablemente se utilizasen como una especie de reliquias: los cuerpos se dejaban descomponer en otro lugar, fuera de las cavidades, y luego se guardaban algunos de estos huesos", recuerda Pablo Arias.
La cavidad cántabra, localizada en Ribamontán al Monte y sobre la que se erigió un castro de la Edad del Hierro, esconde más al fondo otro espacio de hábitat con tres estructuras contiguas formadas por grandes lajas de calcita que fueron apiladas de forma vertical. En aquel reducto, probablemente iluminado artificialmente con lámparas de grasa, sus habitantes también realizaron grabados y pintaron las paredes. Este yacimiento conserva un magnífico conjunto de arte rupestre paleolítico gracias al cual engrosa la Lista del Patrimonio Mundial de la UNESCO. No obstante, su investigación no ha hecho más que empezar debido al descubrimiento en los últimos años de otras galerías.
"La Garma no solo no es un sitio que parece que no tiene fin desde el punto de vista arqueológico, sino que las nuevas evidencias que encontramos son también extraordinarias: rastros de pisadas de niños de entre 8-10 años del Paleolítico superior —un testimonio absolutamente conmovedor—, más arte rupestre, un grabado maravilloso en el suelo de un caballo…", cierra Roberto Ontañón. "La Garma es un lugar que va a ofrecernos información sobre la prehistoria durante los próximos cien años".