El excéntrico e impopular emperador Cómodo iba a morir asesinado en la oscuridad del invierno del año 192. Un tembloroso liberto llamado Narciso lo estranguló mientras tomaba un baño, acabando con la dinastía Antonina, que había liderado Roma desde hacía casi un siglo. El antiguo esclavo, la cabeza de turco, terminaría arrojado a las fieras del Coliseo por su crimen. Tras el regicidio, el vacío de poder arrastró al Imperio romano a una violenta guerra civil.
En un sistema corroído por la corrupción, la ambición y el nepotismo, cualquier paso en falso de un general o un senador que quisiera jugar al macabro juego del poder podía ser fatal. La información era —y es— tan valiosa como un ejército bien entrenado. Todos los pretendientes al trono reclutaron espías e hicieron uso de los frumentarii para conocer las cartas de sus rivales y, en ocasiones, para asesinarlos.
Los grandes personajes del Imperio romano contaron siempre con la ayuda de delatores y espías que les mantenían informados de las conspiraciones y de los movimientos de ejércitos enemigos. No fue el primero, pero es bien sabido que el padre adoptivo del emperador Augusto, el divinizado Julio César, cifró los mensajes que enviaba a sus legiones y que con una pequeña red de inteligencia que incluso le avisó de la existencia de una conjura contra su vida. Si hubiera hecho caso a estos informes quizá no habría sido apuñalado en el Senado durante los idus de marzo del año 44 a.C.
Frumentarii
Se suele atribuir al princeps Augusto la creación de los frumentarii como una unidad especial dentro de las legiones. En sus inicios, su principal misión fue la de garantizar el constante suministro de frumentum (cereales) a unos siempre hambrientos soldados. Como debían desplazarse a través de las calzadas para hablar con los proveedores también se les encomendó la tarea de hacer de correo, vigilar las rutas y, aprovechando sus contactos, enviar informes sobre el estado de las ciudades.
En el año 238, el Senado se rebeló contra el emperador Maximino que, furioso, se dirigió a marchas forzadas hacia Roma. Cuando llegó a la península Itálica, sus legiones no encontraron nada que echar al puchero: todas las cosechas y el ganado habían sido recogidos por los frumentarii y custodiados en enormes fortalezas. "El ejército del emperador pronto se vio sumido en penalidades, que fomentaron el descontento y quizás aceleraron el asesinato de Maximino junto a su hijo y heredero, Máximo", resume en un artículo dedicado a los frumentarii el historiador Miguel Pablo Sancho Gómez, profesor de la Universidad Católica de Murcia.
Según informa el historiador, los frumentarii eran reclutados entre los soldados de las legiones que demostraban una hoja de servicios excelente y contasen con grandes habilidades de observación. Una vez seleccionados, recibían un entrenamiento especial sobre infiltración y camuflaje en el monte Celio de Roma. Esta vinculación a las legiones hace muy posible que, disfrazados como comerciantes, por ejemplo, fueran enviados más allá del limes para recoger e informar sobre los movimientos de los pueblos bárbaros.
Su fama pronto se hizo legendaria. Al ser un cuerpo especializado estaban exentos de las tareas más penosas del ejército romano como levantar campamentos y calzadas. Por si fuera poco, disfrutaban de mejor sueldo y un rancho de mayor calidad además de contar con más facilidades para ascender.
En el siglo III, el Imperio romano entró en una gran crisis monetaria encadenada con decenas de rebeliones y guerras civiles. Los emperadores y los golpes de Estado se sucedían, y por ello sus funciones y el número de espías que eran reclutados se multiplicaron.
Pasaron a asentarse en las principales ciudades del Imperio, hacer de guardaespaldas y vigilar ubicaciones críticas para la Urbs como puertos, prisiones y minas. Aprovechando el caos, usaron su posición para crear una agenda política propia. Mediante detenciones arbitrarias e informaciones falsas, se enriquecieron chantajeando, extorsionando y aceptando sobornos hasta que el cuerpo fue desarticulado en el siglo IV, cuando el emperador Diocleciano puso fin a la anarquía militar.
Septimio Severo
Debido a que sus misiones estaban destinadas a permanecer en secreto, apenas se conocen más que unos pocos ejemplos de sus operaciones: las más destacadas ocurrieron después del asesinato de Cómodo.
Una vez estrangulado el emperador en el año 192, comenzó el año de los cinco emperadores. Publio Helvio Pertinax, su sucesor aclamado por el Senado, fue asesinado por la guardia pretoriana que subastó el puesto. Marco Didio Juliano pagó de su bolsillo 25.000 sestercios a cada soldado para hacer realidad su sueño de ser el gobernante de Roma.
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Cuando estas confusas noticias recorrieron el imperio, el general Septimio Severo vio su oportunidad y movilizó al ejército del Danubio hacia Roma. Durante su marcha hacia la Ciudad Eterna circuló el rumor de que un desesperado Juliano envió a un frumentarius llamado Aquilio para acabar con el golpe de Estado de aquel general. Este Aquilio, apodado "el asesino de senadores", aceptó el encargo, pero cuando encontró a las legiones danubianas desertó en favor de Severo.
Un desesperado Juliano entró en pánico. Sus emisarios enviados a las legiones indecisas eran asesinados en el camino por los espías de Severo que, disfrazados de campesinos, se habían infiltrado en Roma y vigilaban todas sus vías de acceso. Miles de ciudadanos huyeron de la capital temiendo un brutal enfrentamiento que nunca llegó a suceder.
Severo llegó como un trueno a la capital, donde fue aclamado emperador por el Senado y reconocido por la guardia pretoriana. Juliano, ajeno a la situación, siguió viviendo en el palacio imperial hasta que fue asesinado. Con la Urbs bajo control aún quedaba lo más complicado: mantenerse en el poder. "Una vez se vio como señor del Imperio, Severo procedió a implantar sus controvertidas reformas militares. En ellas se incluyó el aumento en importancia y número de los frumentarii", concluye el historiador Miguel Pablo Sancho Gómez.