Cientos de barcazas cruzaron el Ebro en la noche sin luna entre el 24 y el 25 de julio de 1938. El Ejército republicano lanzaba su canto de cisne y la que sería su mayor ofensiva. El coronel Juan "Modesto" Guilloto León, lejos del atronador estampido de la artillería y el pérfido silbido de las balas, sabía que ese combate iba a decidir la Guerra Civil.
Siempre brilló por su increíble simpatía y don de gentes. El que sería primer general del Ejército salido de las milicias obreras siempre tuvo fama de apuesto y mujeriego, lo que le causó más de un problema. Gilbert H. Muller, profesor de la City University de Nueva York, relata en su ensayo sobre Ernest Hemingway en España cómo este periodista retó a Modesto a jugar a la ruleta rusa después de verle tontear con Martha Gellhorn, futura esposa del autor de Por quién doblan las campanas.
El asunto, sucedido en una noche de borrachera bajo las lámparas del Hotel Gaylord de un Madrid bajo asedio, no escaló gracias a la intervención de los presentes, que calmaron los ánimos y los separaron. No sería el único problema que se le conocería. A pesar de servir en el Ejército soviético durante la Segunda Guerra Mundial, Modesto fue alejado de Moscú cuando los espías del Kremlin descubrieron que una de sus amantes era una agente de Falange, según declaró el hijo del general y líder del PCE Enrique Líster en el documental General Modesto, memoria de un perdedor.
Meteórica carrera militar
Su vida se funde con su leyenda. Nacido en un barrio humilde de Cádiz en 1906, pronto desarrolló una gran conciencia de clase, alimentando posteriormente el mito de un general emergido de la masa proletaria. "Recibe mi alabanza, coronel, viejo amigo", le recitó en 1938 el poeta Rafael Alberti, antiguo compañero de escuela del militar.
En una Europa de entreguerras convulsionada entre el canto de sirena comunista y el brutal ideario fascista, Juan Guilloto, que en algún momento recibió el apodo de "Modesto", fue enviado por el PCE a la Academia Militar de Frunze, en la Unión Soviética, donde recibió clases de doctrina estalinista y entrenamiento paramilitar ante la creciente violencia urbana. Meses antes del definitivo estallido de la Guerra Civil, España ya sangraba en una sucia guerra callejera basada en el toma y daca entre pistoleros falangistas, comunistas e incluso policías fuera de servicio.
El verano de 1936 le sorprendería en Madrid donde, como organizador de las milicias del PCE, estaría presente en el asalto al Cuartel de la Montaña, última resistencia de los militares rebeldes en la capital, cerca de Príncipe Pío y donde hoy se levanta la explanada del Templo de Debod. Pronto quedó claro que la guerra sería terriblemente cruel.
Distinguido en combate y valiente bajo el fuego enemigo, fue herido en dos ocasiones. Sus dotes de mando y organizativas empezaron a brindarle ascensos en los primeros combates librados en torno a Madrid. Cuando el aguerrido y victorioso ejército de Francisco Franco se estampó ante la capital, Modesto, salido de las filas de las milicias, figuraba ya como uno de los líderes mejor considerados por el general Vicente Rojo y uno los más capaces dentro del Ejército Popular de la República.
La guerra no le daría ningún tipo de tregua. Durante la batalla del Jarama, la división liderada por Modesto cruzó el Manzanares desde el norte para atacar La Marañosa, defendida por los requetés. Pocos meses después, ascendido a teniente coronel, lideraría la ofensiva sobre Brunete.
Allí, su asalto terminaría fracasando ante la falta de material, apoyo aéreo y la descoordinación de sus subalternos. La moral de sus hombres comenzó a venirse abajo. "Modesto ordenó que en el V Cuerpo de Ejército se dispusieran ametralladoras tras la línea del frente con órdenes de abrir fuego sobre cualquier individuo o grupo que tratara de abandonar su puesto bajo cualquier pretexto", relata el historiador británico Antony Beevor en su clásico ensayo La Guerra Civil española (Crítica).
Después de combatir en las humeantes ruinas de Belchite y entre las tormentas de nieve de Teruel, el Alto Mando republicano le confió la titánica tarea de organizar la que sería la batalla más cruenta de toda la guerra. En el verano de 1938, seis divisiones republicanas se abalanzaron sobre la débil línea defensiva franquista en las orillas del Ebro. Los rebeldes decidieron convertirlo en un choque frontal lanzando ocho divisiones a la línea de fuego.
Los puentes improvisados sobre el río fueron atacados por el Ejército franquista día y noche, logrando aislar por momentos a las fuerzas republicanas al otro lado de la orilla. Modesto, visto el desorden, decidió tomar el mando de las unidades que debían asaltar Gandesa. Fue en vano. Durante cuatro meses, ambos contingentes se despedazaron sin piedad, castigados por el inclemente sol del verano que llegó a arrojar temperaturas de 37º a la sombra.
Exilio
Un destrozado ejército republicano se vio finalmente abrumado y retrocedió. Asediado en Cataluña, Modesto fue de los últimos hombres de su ejército en cruzar la frontera francesa el 9 de febrero de 1939. Cuando regresó a Alicante para ponerse a las órdenes del presidente Negrín, apenas había nada que hacer a pesar de haber sido ascendido a general.
El 6 de marzo partió al exilio. Refugiado en la URSS, durante la Segunda Guerra Mundial sirvió de asesor soviético para el ejército búlgaro y se respetó su graduación. Después, su rastro se pierde en Praga.
[El olvidado asedio de la Guerra Civil que acabó en una masacre de los sublevados]
Una columna de tanques soviéticos desfiló por la capital checoslovaca la mañana del 21 de agosto de 1968 dispuesta a aplastar el "socialismo con rostro humano" que alumbró la Primavera de Praga. Las barricadas y feroces altercados callejeros salpicados de algún que otro disparo, tiñeron de rojo la jornada.
Los historiadores no logran ponerse de acuerdo sobre el papel de Modesto en la revuelta y sus memorias sobre la Guerra Civil publicadas un año después no logran resolver el misterio.
No obstante, se hizo famosa una leyenda que afirma que, ya anciano, se plantó ante los blindados soviéticos ordenándoles, en calidad de general honorífico de la URSS, detener su avance hacia la plaza de San Wenceslao, desconcertando durante unos instantes a la dotación del tanque que apenas atinó a apartarlo del camino.