El mariscal Soult entró en Sevilla a las cinco de la tarde del 18 de marzo de 1810 al frente de una división que había puesto sitio y rendido Mérida por segunda vez. La ciudad hispalense, uno de los pilares de la resistencia española, había caído unas semanas antes y permanecería ocupada por los franceses hasta finales de agosto de 1812. En ese periodo, el lugarteniente de Napoleón Bonaparte en la Península Ibérica cometió "uno de los mayores expolios artísticos de la historia contemporánea", según explica en su tesis el conservador e investigador Ignacio Cano Rivero.
El duque de Dalmacia, un brillante militar del periodo napoleónico y controvertido coleccionista de arte, estableció su residencia en el Palacio Arzobispal, donde reunió numerosas pinturas de gran valor de Murillo, Zurbarán, Alonso Cano, Valdés Leal o Herrera el Mozo procedentes de la catedral, los conventos de San Clemente y Santa Isabel, la iglesia parroquial de Santa Catalina o el Real Alcázar, cuyo depósito de obras fue esquilmado. Aunque el propio Soult y algunos de sus biógrafos han querido convertir esta abusiva actividad en una entrega de presentes, lo cierto es que fue resultado de extorsiones. En un documento del archivo de la Real Academia de San Fernando se conserva una lista con las pinturas que el mariscal "recogió regaladas con violencia".
Uno de los lienzos más extraordinarios que se llevaron los invasores galos tras ser derrotados fue La Inmaculada Concepción de los Venerables, pintada por Murillo entre 1660 y 1665 y que había sido un encargado de Justino de Neve, canónigo de la catedral de Sevilla e importante mecenas y amigo personal del artista, que acabaría donando al hospital de los Venerables Sacerdotes. De esta versión, presidida por la triunfal y apoteósica figura de la Virgen, dijo Juan Agustín Ceán Bermúdez, el padre de la moderna historiografía del arte en España, que "es superior a todas las que de su mano hay en Sevilla, tanto por la belleza del color como por el buen efecto y contraste del claroscuro".
Soult, cuya colección la engrosaban además cuadros procedentes del monasterio de El Escorial regalados por el rey José I y otros expoliados durante la campaña de Italia, también se quedó prendado por la belleza de la Inmaculada. Así anunció a su mujer la llegada de la tela a París: "(...) recibirás una Virgen del mismo maestro (Murillo), mucho más hermosa que todo lo que hayas visto".
Si la fama de esta tela ya había sido considerable en Sevilla desde el mismo momento en que fue terminada y a lo largo del siglo XVIII, la decisión del mariscal francés de llevársela en 1813 a su mansión parisina dentro del lote de obras de arte saqueadas no hizo más que incrementar su prestigio.
Uno de los principales objetivos de Soult a la hora de conformar su singular colección —hay que reconocer que al menos se interesó por el estado de conservación de las pinturas e hizo lo posible por su restauración con los mejores profesionales del momento— fue el beneficio comercial. No la aumentaría tras regresar a París después de la campaña peninsular, y en las décadas siguientes —fue ministro de la Guerra durante la breve restauración de Luis XVIII, cargo que recuperaría durante el reinado de Luis Felipe I de Francia— trató de buscar los mejores clientes para enriquecerse con la venta de las obras.
A su muerte en 1851, la colección la integraban un total de 157 pinturas —algunas ya se habían donado y vendido—, de las cuales 109 eran de la escuela española y 78 de la sevillana. El Museo del Louvre, que tenía un cheque en blanco del emperador Napoleón III, consiguió hacerse con la también llamada Inmaculada "de Soult" por 625.000 francos, todo un récord para un lienzo en la época, tras una disputada subasta en la que también pujaron representantes del zar ruso Nicolás I y de la reina española Isabel II.
El regreso a España
Por fortuna para el patrimonio artístico español, la odisea de este cuadro acabó bien, aunque casi un siglo después. Al término de la Guerra Civil, la España de Franco mantuvo con Francia dos negociaciones: una para recuperar los cuadros salidos durante la contienda y otra para conseguir por medio de un "intercambio" la devolución de obras legalmente adquiridas por el país vecino. Las principales eran La Inmaculada de Murillo y la Dama de Elche, aunque también se buscaba conseguir las coronas votivas visigodas del tesoro de Guarrazar o un lote de fragmentos ibéricos esculpidos.
En 1940, con Francia bajo dominio nazi, el Ejecutivo franquista presentó al de Vichy una solicitud oficial para llevar a cabo el canje. La reunión en la que se encarriló la operación tuvo lugar el 12 de octubre en el Museo del Louvre. El mariscal Pétain, antiguo embajador galo en Madrid, jugó un papel fundamental en esas comunicaciones, que se agilizaron de forma vertiginosa. Según el arqueólogo y académico Rafael Ramos, esta precipitación de los acontecimientos se explica por la necesidad de "agradecer a Franco su neutralidad en la guerra y lograr del Gobierno español la necesaria autorización para poder restaurar y recuperar la Casa de Velázquez", ubicada en la Ciudad Universitaria de Madrid y destruida durante la guerra.
El 2 de diciembre de 1940, el subsecretario del Ministerio de Asuntos Exteriores trasladó al embajador de España en Francia la solicitud de intercambio, detallando el listado de las piezas que serían enviadas desde Madrid. René Huyghe, conservador del Departamento de Pinturas del Louvre y encargado del traslado de La Inmaculada, comenzó los preparativos para transportarla. El 6 estaba en Montauban todo el lote. Sin embargo, el envío del lienzo se adelantó para que estuviera en España el Día de la Concepción, 8 de diciembre. Llegó a la capital a las once de la mañana de la jornada anterior, y los periódicos recogieron la noticia con entusiasmo.
Huyghe se reunió con Juan de Contreras y López de Ayala, director general de Bellas Artes y Marqués de Lozoya, para concretar las obras que se cederían a París. El restro del lote, encabezado por la Dama de Elche, llegó a la estación de Atocha el 9 de febrero de 1941, y el 27 de junio se firmó el acta de recíprocas entregas. Ese mismo día el Museo del Prado inauguró una exposición para admirar las piezas recuperadas. Fue una "conquista nacional y arqueológica", en palabras del escritor falangista Ernesto Giménez Caballero.
La demora en este proceso se debe al hecho de que las autoridades franquistas rehicieron su lista y renegociaron las obras que entregarían. Finalmente los galos recibieron una el Retrato de doña Mariana de Austria de Velázquez, uno de los retratos de Antonio de Covarrubias pintado por El Greco, un tapiz tejido a partir de un dibujo de Goya, La reyerta de Ventanueva, y una serie de 19 dibujos de Antonio Carón artista galo de la segunda mitad del siglo XVI. La única petición francesa, una tienda de campaña de Francisco I incautada por las tropas de Carlos V en la batalla de Pavía (1525) y expuesta en la Real Armería, no fue satisfecha. Las argucias de Franco para recuperar las joyas del patrimonio histórico español.