El 2 de mayo de 1808 las calles de Madrid se agitaron en una revuelta popular que puso contra las cuerdas al contingente francés que ocupaba la capital. Al día siguiente, Joaquín Murat desencadenó la represión: "Mal aconsejado, el populacho de Madrid se ha levantado y ha cometido asesinatos (...) la sangre francesa vertida clama venganza". Los fusilamientos, que habían comenzado la tarde anterior, se repitieron durante toda la jornada.
Las primeras llamas de la guerra comenzaron a devorar España, sorprendiendo a un ejército galo que después de la batalla de Bailén, se vio forzado a retroceder hacia el Ebro. Lejos del calor de mayo, el estampido de la artillería napoleónica volvió a rasgar el cielo de Madrid el 2 de diciembre de 1808. La monumental y legendaria puerta de Alcalá, arañada por la metralla, observó impasible el avance de las bayonetas francesas que se cernían de nuevo sobre la capital.
A finales de octubre, el propio Napoleón Bonaparte se puso al frente de un ejército de más de 200.000 hombres que entraron como un trueno en la Península Ibérica. Burgos cayó el 10 de noviembre, Santander lo hizo nueve días después. El emperador de Francia tenía una obsesión en mente: llegar a Madrid y desmantelar cuanto antes a la Junta Suprema Central que, en nombre de Fernando VII —quien gozaba de un inmejorable trato en Bayona— organizaba la resistencia.
Combates en El Retiro
A finales de noviembre, el corso llegó al fortificado puerto de Somosierra que parecía un hueso duro de roer. El día 25, con los galos vislumbrando las cumbres de la Sierra, la Junta Central ordenó al general Tomás Bruno de Morla organizar la defensa de la villa de Madrid sin ser del todo conscientes de que, en menos de dos semanas, el ejército francés impondría el orden imperial en sus calles.
Cuando una suicida carga de caballería polaca consiguió acuchillar a los defensores de Somosierra, Madrid se agitó como una colmena pateada por un gigante. La Junta ordenó al general De Morla ganar tiempo mientras hacían las maletas hacia Aranjuez; más tarde terminaron en Cádiz. Lejos de aquel modesto objetivo, las enfervorecidas clases populares atrincheraban sus hogares con colchones, levantaban barricadas y se exhortaban mutuamente al martirio y la resistencia a ultranza.
De Morla, con solo unos pocos miles de hombres, decidió armar al pueblo: ante la escasez de fusiles distribuyó algunas picas almacenadas en la Armería Real y dio orden de fabricar cartuchos en los Jardines del Buen Retiro. Con las águilas imperiales perfilándose en el horizonte, aquellos vecinos acomodados que observaron los hechos del 2 de Mayo desde sus ventanas abandonaron la ciudad en masa.
"Ello originó una desconfianza generalizada de la que fue víctima el marqués de Perales, injustamente acusado de poner arena en los cartuchos. No sólo fue asesinado, sino descuartizado, y sus miembros expuestos en diversos barrios de la ciudad", relata el historiador e hispanista francés Gérard Dufour en La Guerra de Independencia (Historia 16).
Napoleón no tardó en llegar a Madrid y, después de que el general De Morla y el duque de Castellar rechazasen su oferta de rendición, ordenó el asalto. Desde una brecha en el muro de El Retiro, miles de soldados galos avanzaron como una exhalación y se hicieron con el Palacio, el Observatorio y la Real Fábrica de Porcelana —conocida como la China— antes de terminar el día.
A la mañana siguiente continuaron los combates. Con las puertas de Alcalá, Atocha y la calle de San Jerónimo en poder de los franceses, el emperador tendió su mano para volver a negociar. La situación era crítica y De Morla, acompañado de varios representantes de la Junta, se entrevistó con el general Berthier. Comunicaron al francés que la Junta estaba dispuesta a rendirse, pero primero debían convencer al enfervorizado populacho que estaba dispuesto a luchar hasta el final. No era más que una vaga excusa y así lo entendieron todos los presentes.
El propio Napoleón se entrevistó brevemente con la comitiva y extendió el ultimátum hasta las seis de la mañana para, en sus propias palabras, "volver a hablarle del pueblo para comunicarle que estaba sometido". De no cumplir el plazo daría la orden de iniciar un asalto general.
Napoleón en Chamartín
Nadie se hizo ilusiones. Aprovechando el margen de tiempo, centenares de combatientes abandonaron Madrid rumbo al sur y, a las seis de la mañana del día 4, el general De Morla y el gobernador de Madrid rindieron la villa en los campos de Chamartín, lugar elegido por Napoleón como cuartel general. La numantina resistencia se evaporó y, ante el desfile de las tropas francesas, el propio pueblo demolió las barricadas que habían levantado hace escasos días.
Antes de pisar la ciudad, el emperador francés publicó cuatro decretos desde Chamartín que sacudieron España. Además de suprimir los derechos feudales y eliminar los aranceles interiores, cargó de forma virulenta contra la Iglesia: abolió el Tribunal de la Inquisición, redujo a un tercio el número de conventos y clérigos y suspendió la admisión de nuevos novicios en los monasterios y confiscó sus propiedades.
[El mutilado español que luchó en Bailén y salvó a la Alhambra de ser dinamitada por Napoleón]
Estas medidas que podrían haber sido recibidas con júbilo por las élites ilustradas hispanas apenas sirvieron para ganar unos pocos adeptos. En París los decretos fueron celebrados con entusiasmo, subrayando el oscurantismo español y olvidando la feroz guerra que se libraba al sur de los Pirineos. En España solo avivó el fuego a pesar de que luego serían versionados en las liberales Cortes de Cádiz.
El emperador permaneció tres semanas en Chamartín, desde donde siguió organizando la campaña. Con respecto a la villa, nada le fue "ajeno, ni el mantenimiento del orden, ni la higiene pública, ni la 'campaña de opinión'", escribe en su artículo publicado en la revista de Historia Militar Jean René Aymes, historiador de la Universidad de la Sorbona.
El día 22, dejó a su hermano José I en el trono junto a 40.000 soldados y en pleno invierno marchó en persecución de un contingente británico al mando del general sir John Moore. Poco después de Año Nuevo, las noticias de una conspiración en París y la movilización del ejército austríaco le obligaron a abandonar España dejando a sus generales y a su hermano al mando.
En cuanto Napoleón abandonó Madrid, la inquietud se extendió como un virus. Los murmullos afirmaban que el ejército del general Castaños, en algún lugar de la Mancha, se preparaba para reconquistar la capital. El día de Navidad, el general Belliard ordenó a sus oficiales dormir en los cuarteles y redoblar la vigilancia ante la creciente tensión en las calles que nunca llegó a estallar.
Después de un periodo de malas cosechas, los pocos alimentos que quedaban en España fueron esquilmados por los ejércitos en marcha y los guerrilleros. Las calles de Madrid, y de decenas de localidades, se llenaron de cadáveres hambrientos con el estómago hinchado. Muchos sobrevivieron, como retrató Francisco de Goya en sus Desastres de la Guerra, Gracias a la almorta.