Era 1961 y el éxodo rural vaciaba los pueblos cuyas masas campesinas engrosaban la población fabril de una España que comenzaba a recuperarse débilmente de la posguerra. El régimen de Franco se suavizó lo suficiente como para llamar la atención de las producciones de Hollywood. Una de ellas fue El Cid, dirigida por Anthony Mann.
Repleta de castillos, España resultaba un país sumamente barato para rodar. Los extras reclutados en Torrelobatón, en Valladolid, cobraron cien pesetas y un bocadillo por cada día de rodaje según recoge el documental Bienvenido Mr Heston, dirigido por Pedro Estepa. Buscando retratar la vida y la épica de este caballero andante, peinaron la geografía española en busca de localizaciones. Una de las elegidas fue el imponente castillo soriano de Gormaz, del que Rodrigo Díaz de Vivar fue alcaide y señor por obra y gracia del rey Alfonso VI de León en el siglo XI.
Rodrigo Díaz de Vivar, encarnado por Charlton Heston, cabalgó en busca de Sophia Loren, que hizo las veces de una doña Jimena que, en Gormaz, ansiaba su regreso. Sin embargo, más allá de su breve papel como decorado de Hollywood, esta inmensa fortaleza protagonizó las pesadillas de más de un monarca cristiano durante la Reconquista y fue motivo del primer destierro del Cid.
Guardián del Duero
El guerrero burgalés, señor de Gormaz, recibió la noticia de que una hueste árabe había saqueado su señorío. Este caballero iracundo reunió una mesnada y persiguió a sus atacantes hasta la zona oriental de la taifa toledana, bajo protección del cristiano rey Alfonso. Este hecho enfureció al monarca, que acusó a su vasallo de traición al romper los pactos que habían firmado. "El rey, irritado por esta cabalgada del noble de Vivar, decreta su destierro", resume el medievalista Gonzalo Martínez Diez en la biografía del Cid en la Real Academia de la Historia.
Desafiante, al norte de la frontera del Duero, Gormaz era la fortaleza árabe más imponente de Europa y podría ser asimilado al Crac de los Caballeros levantado en Tierra Santa en tiempos de las cruzadas. Hoy abierta al público y reconstruido en parte en el siglo XX, fue levantada a 1080 metros de altura. Sus veintiocho torres y sus murallas de más de un kilómetro lo convertían en un obstáculo infranqueable. La alargada fortaleza, adaptada a la forma del cerro sobre el que se asienta, estaba pensada para albergar una numerosa población y resistir un violento asedio.
En su interior contaba con varias albercas y aljibes, además de un alcázar con restos de una residencia palatina. Bajo poder islámico debió contar con una pequeña mezquita para los deberes religiosos de su guarnición que, por si las moscas, también confió de forma supersticiosa en tres estelas escondidas en la muralla oriental. Una estrella de tres puntas, una flor repleta de nudos y con seis pétalos se suman a una estela romana que, en conjunto, debían proteger contra el mal de ojo y demás genios malignos.
Funcionasen o no, lo cierto es que Gormaz fue conquistada y reconquistada decenas de veces en las interminables guerras fronterizas entre cristianos y musulmanes. Construida entre los siglos VIII y IX, su carácter de inexpugnable se debe a la reforma del general Gálib siguiendo las órdenes del califa Al Hakam II. La fortaleza, convertida en un símbolo, además de proteger la frontera, la subrayaba.
Su entrada y salida principal se encuentra en la ladera sur, mirando a un viejo puente romano que cruza el Duero y que tuvo que ser reconstruido en varias ocasiones. Esta puerta califal con un arco de herradura y adaptado a la tecnología militar, recuerda de forma modesta a los arcos de la mezquita de Córdoba, reformada por el mismo califa. Esta puerta, además de elemento defensivo flanqueado por dos torres, esconde un significado simbólico y "sirve no obstante para dar una seña inconfundible de identidad respecto a la autoría de esta obra", según explica el arqueólogo Antonio Almagro en uno de sus artículos.
Ya en poder cristiano, el castillo pasó por numerosas manos. Con la frontera desplazada cada vez más al sur, comenzó a quedar olvidado a pesar de vivir un breve repunte de actividad en el siglo XIV por la feroz guerra mantenida entre Castilla y Aragón. Durante esta contienda conocida como la de los Dos Pedros, el castillo fue reformado creándose un pequeño castillete en su interior, además de alojar un reducido núcleo urbanizado que luego quedó abandonado.
Ocaso del Califato
Volviendo al Califato, este buque insignia andalusí fue testigo de innumerables combates durante el siglo X. Las tropas del conde de Castilla, García Fernandez, apoyado por un contingente navarro de Sancho III de Pamplona y otro leonés del rey Ramiro III, se estrellaron contra sus murallas en el año 975 y fueron dispersadas por el general Gálib.
Tres años después, aquel conde de Castilla tuvo mejor suerte, logrando capturar la fortaleza durante unos cuantos años hasta que volvió a perderla. Sin embargo, el esplendor cordobés se fue apagando. Muerto el sabio califa Al Hakam II, su hijo Hixam II subió al trono y al-Ándalus comenzó a desmoronarse. El poderoso general Gálib, reformador de Gormaz, había alcanzado el rango de visir.
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Este antiguo esclavo de origen eslavo y liberado en tiempos de Abderramán III terminó enfrentado con la ambición de su yerno: Almanzor. Este último general, chambelán de palacio, envidiaba la gloria militar de su suegro que empañaba sus victorias, mientras que el último temía su influencia en la corte cordobesa. Las intrigas y conjuras urdidas por Almanzor convirtieron al califa en toda una marioneta incapaz de oponerse a su férrea voluntad. El único obstáculo entre el caudillo andalusí y el poder absoluto terminó siendo su suegro que, aislado, dejó atrás Gormaz y se alió con el conde de Castilla y el rey de Pamplona.
Poco pudo hacer aquel octogenario general contra la ira de un Almanzor que acabó con su vida en el soriano campo de batalla de Torrevicente. Aprovechando el impulso de aquella victoria del año 980, Almanzor siguió asolando los reinos cristianos desde Barcelona hasta Santiago de Compostela, y solo su muerte en el año 1002 le detendría.
No sería hasta casi medio siglo después que Gormaz, en una al-Ándalus que llevaba décadas descuartizada en reinos taifas, sería definitivamente incorporado al reino de León. Pero no tras un violento asedio, sino tras la firma de un tratado. Con la caída definitiva de Gormaz, la frontera del Duero mantenida a sangre y fuego durante siglos comenzó a resquebrajarse.