El suceso trastocó todos los planes. Una violenta vibración precedió al estruendo que produjo la nao Santa María al encallar en aquel banco de arena. Era Nochebuena de 1492 y se hundía. Al día siguiente llegaron en su ayuda varias canoas del cacique local y, mientras intentaban salvar los restos del naufragio, quedó claro que no cabían todos en las dos carabelas que quedaban. Así fue como nació el fuerte Navidad con los restos de la carabela perdida. Era el primer asentamiento español en América y ahí 39 hombres debían aguardar el regreso de Cristóbal Colón.
Las relaciones con los nativos eran insuperables. Según los relatos del almirante genovés, estos siempre sonreían, tenían un habla dulce y sentían gran curiosidad por los europeos. Colón marchó a España con la conciencia tranquila. Esperaba convertirla en la primera ciudad de aquel continente y que sus hombres hubieran averiguado dónde se escondía el oro, además de conocer otra información geográfica y social de interés sobre los nativos. En su lugar, el 25 de noviembre de 1493 encontraron dos cadáveres con los brazos atados a un madero en forma de cruz y con una cuerda de esparto atada al cuello.
Su descomposición no les permitió averiguar si eran nativos o europeos, pero ya mosqueó el ambiente. Al día siguiente apareció otra pareja de cadáveres que no llevaban más de un mes fallecidos. Antes de divisar siquiera el fuerte decidieron no desembarcar en la zona mientras la tensión se acumulaba. De pronto se sentían asfixiados y aquel paraíso tropical se convirtió en una espesura hostil. Dispararon sus lombardas a la espera de una respuesta desde el fuerte, pero solo regresó el inextinguible murmullo de la selva.
Investigación de Colón
Finalmente, desembarcaron y trataron de resolver el misterio. Un grupo de taínos, que ya conocían a los españoles, le explicaron a Colón que no había sido asunto suyo sino de unos feroces vecinos que tenían fama de caníbales. Por si esto fuera poco, cuando regresaron al fuerte, que no era más que una empalizada rematada por una torre, lo encontraron completamente carbonizado y repleto de cadáveres. Decidieron darles cristiana sepultura, pero faltaban unos cuantos. Los misterios no dejaban de sumarse uno tras otro. Un sudor frío sacudió a los hombres de Colón.
Una de las órdenes que les dejó el almirante fue la de almacenar el oro que fueran encontrando en aquella fortaleza. Removieron toda la tierra y buscaron por todas partes, pero nunca apareció. Intentaron localizar el poblado del cacique Guacanagari, al que recordaban cerca del asentamiento. Estos nativos se habían desplazado y cuando Colón se entrevistó con su rey les contó una historia confusa que no llegaron a entender del todo bien. Al fin y al cabo se comunicaban con señas.
Hablaba de peleas por las mujeres, disputas y rencillas entre los 39 hombres de Navidad y algo de un cacique enemigo llamado Caonabo que vivían en Cibao. Lo último les recordó a Cipango, nombre por el que conocían a Japón y el ánimo mejoró un poco. Allí tenía que haber oro, pero aún no descubrieron qué había pasado con los hombres de Navidad y las sospechas cayeron sobre Guacanagari.
"¿Quiénes serían considerados culpables? En primer lugar, los 39 cristianos por su mala conducta y sobre todo Caonabo y su pueblo (...) el almirante debía aparentar que creía que los taínos eran inocentes para así poder tener posibilidades de fundar, en la Española un asentamiento más estable", afirma Virginia Martín Jiménez, historiadora de la Universidad de Valladolid, en su artículo El primer asentamiento castellano en América: el fuerte de Navidad.
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La reconstrucción aceptada de los hechos es que los españoles de Navidad, ignorando las órdenes de Colón, comenzaron a pelearse por las nativas. Pronto se crearon pequeñas facciones rivalizadas entre sí. El liderazgo de Diego de Arana fue muy discutido y el grupo se fragmentó.
"Pedro Gutiérrez y Rodrigo Escobedo acabarán separándose de las órdenes de Diego de Arana y acudirán al cacique caníbal Caonabo, enemigo de los taínos, junto con otros nueve españoles (...) el líder caribe acabó con sus vidas", continúa la historiadora. Poco después, un cacique sin identificar junto con su huésped se presentó en Navidad, donde sólo encontraron al citado Arana junto a diez hombres: "Los demás se habían marchado a diferentes lugares de la isla". Esta hueste nativa acabó con todos con relativa facilidad y prendió fuego al lugar.
El hereje
Durante varios años se añadió otro misterio adicional al de aquellos hombres. Fray Bartolomé de las Casas recuerda en su crónica una nota recogida por el mismo Colón: "Dice aquí el almirante que entendió que uno de los treinta y ocho que dejó había dicho a los indios y al mismo Guacanagari algunas cosas en injuria y derogación de nuestra santa fe". Así pues, se encontraban además ante un posible caso de herejía entre los hombres de Navidad.
Una investigación por parte de la Inquisición en aquellas islas americanas no tenía ningún sentido. Al fin y al cabo, en caso de existir el hereje se encontraría ya retorciéndose en el infierno y el único relato en el que se basaban era en las declaraciones dudosas de un cacique que no entendía del todo ni el castellano ni la doctrina cristiana.
El asunto quedó en el aire durante cierto tiempo y se consideró un rumor, otro más de los que rodean el caso. Al fin y al cabo "no se podía abrir una investigación más allá del testimonio de unos indios infieles", cierra su artículo el profesor de la Universidad de Valladolid István Szászdi León-Borja.