Baltasar Carlos, el primogénito de Felipe IV, fue jurado príncipe de Asturias en una ceremonia que tuvo lugar en el madrileño monasterio de San Jerónimo el 7 de marzo de 1632. Años después también se convertiría en el heredero de los reinos de Aragón y Valencia (1645) y de Navarra (1646). Educado esmeradamente para gobernar la Monarquía Hispánica, contrajo matrimonio con su prima, la archiduquesa Mariana de Austria, y ascendió al trono tras la muerte de su padre en 1665.
La monarquía que heredó Baltasar I había firmado la paz con las Provincias Unidas en Münster en 1648, recuperado Cataluña tras la caída de Barcelona en 1652 y hecho la paz con Francia en los Pirineos en 1659, donde había visto como una de sus hijas se entregaba en matrimonio a su problemático primo Luis XIV, el Rey Sol. Algo similar hizo el flamante monarca para resolver la intrincada guerra con Portugal: ofreció la mano de otra de sus hijas a Pedro II de Braganza para aplacar las hostilidades, manteniendo al reino luso en la órbita de la casa de Austria.
Consolidada también la alianza con Inglaterra, aprovechó la caída de la dinastía Vasa de Polonia (1668) para promover la elección como soberano de su hermanastro bastardo, don Juan José de Austria, convertido en el azote de los otomanos. Baltasar I impulsó una intervención conjunta en la defensa de Viena en 1683, cuando los ejércitos turcos pusieron cerco a la ciudad y amenazaron a toda Europa.
El rey español permaneció en el trono hasta su muerte en 1696, a los 65 años. Había logrado contener militarmente al incómodo Luis XIV en los Países Bajos y estabilizado la monarquía con descendientes y matrimonios con otros tronos europeos. A ello se sumaba la expansión territorial en América, así como una floreciente economía en las grandes ciudades indianas y los boyantes centros protoindustriales del levante peninsular, Flandes y la rica ciudad de Nápoles. Su primer hijo fue entronizado como Felipe V de Habsburgo.
Pero todo esto nunca ocurrió: el príncipe Baltasar Carlos enfermó de viruela y murió súbitamente el 9 de octubre de 1646 durante su regreso a Zaragoza, tras haber sido jurado en Navarra. Un viudo Felipe IV —Isabel de Francia había fallecido en 1644— se casó con la prometida de su primogénito, Mariana de Austria —ambos aparecen en Las meninas de Velázquez—, y el último hijo de estos gobernaría como Carlos II, más conocido como "el Hechizado". Tras la Guerra de Sucesión, otro Felipe V se sentó en el trono de España, pero era un Borbón.
El relato anterior lo bosqueja Alberto Bravo Martín, investigador predoctoral por la Universidad Autónoma de Madrid, y cierra el segundo volumen que Desperta Ferro a la serie de Ucronías —reconstruir la historia sobre datos hipotéticos—. ¿Qué hubiera pasado si los Borbones nunca llegan a reinar en España? El historiador traza el siguiente escenario:
"Un siglo XVIII muy distinto al de las guerras de sucesión por la herencia de Carlos II, que entre 1701 y 1748 tiñeron de rojo los campos de Europa y demás dominios ultramarinos. Se imponía un modo de entender y ejercer la soberanía, la del pactismo y la alianza con los poderes locales, característico de la casa de Austria, muy distinto al sistema centralista de corte borbónico que triunfó en Francia y, por extensión, en los demás dominios que se incorporaron a esta dinastía".
Como ya hicieron el año pasado con la historia de Roma, también coincidiendo con el Día de los Inocentes para ser un poco más provocadores e irreverentes, el nuevo ejemplar ofrece un riguroso ejercicio de historia contrafactual de algunos episodios clave de la Monarquía Hispánica. Julio Albi de la Cuesta no solo describe cómo habría sido el éxito de la Felicísima Gran Armada de Felipe II en su empresa de invadir Inglaterra en 1588, sino que Manel Ollé sitúa a un redimido Alonso Pérez de Guzmán, duque de Medina Sidonia, convirtiendo al Rey Prudente en el gobernante de una superpotencia también hegemónica en el Pacífico.
Esta irrupción y conquistas hispanas en Asia Oriental no solo sirven para fantasear con reconvertir el icónico lienzo de Las lanzas de Velázquez en La rendición de Nankín, donde Ambrosio Spínola, al mando del "Virreinato de las Indias orientales", recibe las llaves de la capital de la provincia de Zhejiang, certificando tras un trabajoso asedio la derrota de los ejércitos de la dinastía Ming. También se recrea una de las fotografías más famosas de la historia: la de los cinco marines que alzaron la bandera de Estados Unidos en 1945 en la isla de Iwo Jima. En una genial ilustración diseñada por Pablo Outeiral y que hace además de portada son los bravos soldados del Tercio de Oriente los que colocan su enseña en lo alto de un peñón y la reclaman para su rey.
Las ucronías, firmadas por consagrados especialistas nacionales e internacionales en los temas y en el periodo y engrasadas con verosímiles desarrollos —acompañadas además por los característicos mapas e ilustraciones de todas las publicaciones de Desperta Ferro—, se enfrentan a preguntas tan sugerentes como qué hubiera pasado si los comuneros llegan a triunfar en la batalla de Villalar (1521), si los Reyes Católicos no llegan a expulsar a los judíos en 1492, si Felipe II hubiera podido aplacar la rebelión de los Países Bajos y evitar el mayor fracaso de su reinado o si la aventura de Hernán Cortés se hubiese terminado derramando su sangre en la llanura de Otumba.
Un ejercicio de fantasía histórica basada en un rico sustento académico, pero que sirve para poner en valor la historia de España y abordar temas con un fuerte peso en el presente. Un rompedor producto de alta calidad como "divertimento intelectual".