Durante la campaña de Egipto, los savants de Napoleón Bonaparte descubrieron las ruinas de una antigua ciudad en la orilla izquierda del brazo del Nilo que desemboca actualmente en el oasis de El-Fayum, a unos 190 kilómetros al sur de El Cairo. Llamada Per-Meyed en época faraónica y Oxirrinco tras la conquista griega de Alejandro Magno, fue ubicada en un lugar estratégico y se convirtió en un enclave comercial muy importante. En época grecorromana la localidad se amplió, llegando a ser una de las más notables. Con la implantación del cristianismo, las fuentes clásicas explican que se convirtió en un lugar de peregrinación.
El yacimiento, excavado desde 1992 por los investigadores españoles de la Misión Arqueológica de Oxirrinco, proyecto codirigido por Maite Mascort Roca, doctora en Arqueología por la Universidad de Barcelona, y Esther Pons Mellado, conservadora del Departamento de Antigüedades Egipcias del Museo Arqueológico Nacional, esconde un cementerio con una ocupación de más de un milenio: la Necrópolis Alta, usada desde época saíta (650 a.C.) hasta la llegada de los árabes (646 d.C.). Desde 2019, los trabajos se centran en el llamado sector 36, donde se han documentado enterramientos intactos y momias con lenguas de oro.
Los habitantes de Oxirrinco se cristianizaron a lo largo del siglo IV, pero siguieron sepultando a sus muertos en este espacio. A veces reutilizaron tumbas previas o construyeron pequeñas criptas colectivas de adobe, a las que se accedía a través de un pozo que conducía a una cámara con techo abovedo y que predominan en época bizantina. En la campaña de 2021, la misión arqueológica excavó varios de estos enterramientos, fechados entre los siglos V y VII d.C.
En la cripta número 2, por ejemplo, se recuperaron 60 cuerpos de todas las edades que confirman un tratamiento mortuorio similar para todas las víctimas, desde bebés a ancianos: los cadáveres eran envueltos en sudarios blancos atados con cuerdas y cintas de fibras de lana de diferentes colores, y a su vez protegidos por un envoltorio de hojas de palma atado con cordeles anudados.
Pero la gran novedad ha venido con el hallazgo de un "depósito funerario excepcional": una olla de cocina en cuyo interior se colocó un feto de cinco meses de vida intrauterina, envuelto en tejidos y sujeto con cintas. Según revela Núria Castellano i Solé, profesora de la Universitat Oberta de Catalunya, en un estudio publicado en la Revista del Instituto de Historia Antigua Oriental, la inhumación se encontraba al este de entrada de la cripta 2 y los restos esqueléticos de un embrión humano de unas 20 semanas de vida que no sobrevivió a un parto prematuro habían sido depositados en el interior de un recipiente de arcilla.
El tratamiento del pequeño cadáver fue el mismo que se dio a los adultos: se envolvió en un lienzo anudado con cuerdecillas de fibras vegetales y cintas de fibras de lana de diferentes colores. Aunque los enterramientos infantiles en recipientes cerámicos como ánforas no son desconocidos en Egipto, no son habituales en el yacimiento de Oxirrinco. "Esta práctica funeraria demuestra una especial sensibilidad hacia un sector vulnerable y casi invisible de la población: los no-natos", explica la investigadora.
Enterrar en ánforas o jarras a los recién nacidos fue habitual en todo el Mediterráneo. La reminiscencia más común de este tipo de contenedores funerarios de forma redondeada es de un huevo o de matriz, donde la posición contraída se parece a la de los fetos en el útero. En el caso de Oxirrinco, la posición del cuerpo del no-nato era de decúbito lateral, con las piernas y los brazos flexionados, como si aún se encontrara en el interior de la barriga de su madre.
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"Reforzando esta idea de asimilación con el vientre materno están los textos clásicos que utilizan la metáfora del útero como una vasija", recuerda Castellano i Solé. "Y desde el punto de vista simbólico, la asociación de la olla con la matriz conllevaría que pudiera renacer en el más allá, al contar con la 'protección maternal' que esta forma le proporcionaría". La conclusión principal de su trabajo es que los fetos, fueran viables o no, se consideraban cuerpos dignos de ser enterrados junto al resto de los miembros de la comunidad y recibiendo un tratamiento similar en lo que se refiere a la preparación.