Al regreso de su odisea en 1541-1542 por las infinitas aguas del Amazonas, el conquistador extremeño Francisco de Orellana relató la existencia de grandes ciudades a ambas orillas del río más largo y caudaloso del mundo. Pero sus contemporáneos no le creyeron, le tacharon de cuentista. Tuvieron que pasar más de cuatro siglos para que los arqueólogos empezasen a documentar los vestigios de importantes asentamientos anteriores a la llegada de los europeos en la región amazónica.
Ahora, la historia del poblamiento de esta parte de América da un nuevo giro gracias a una investigación que ha sacado a la luz un denso sistema de centros urbanos prehispánicos de hace unos 2.500 años integrado por plataformas monumentales, plazas, calles y una profusa trama de caminos rectos que conformaba una red de comunicaciones a escala regional. Los hallazgos, registrados en el valle del Upano, en las estribaciones orientales de los Andes ecuatorianos, arrojan el ejemplo de urbanismo agrario de baja intensidad más antiguo y vasto documentado hasta ahora en la Amazonia.
Los investigadores, liderados por Stéphen Rostain, arqueólogo del Centro Nacional para la Investigación Científica de Francia, consideran que la densidad de población de la sociedad que modificó este paisaje es comparable a la inversión humana que utilizaron los mayas en sus Tierras Bajas, si bien emplearon materiales más duraderos como la piedra y no el barro. De hecho, aseguran que los principales núcleos ceremoniales recién identificados son equiparables a las creaciones de otras grandes culturas del pasado, como la ciudad mexica de Teotihuacan, una de las más grandes de Mesoamérica en época precolombina, o incluso con la meseta egipcia de Guiza. "Es un valle perdido de ciudades, es increíble", resume el experto.
Las conclusiones, publicadas este jueves en la revista Science, son resultado de más de dos décadas de una investigación que ha combinado los trabajos arqueológicos sobre el terreno y las prospecciones realizadas con herramientas de teledetección aérea LIDAR en un área de 300 kilómetros cuadrados.
"El patrón de asentamiento se compone de sitios densos con grupos domésticos estandarizados de plataformas alrededor de plazas y arquitectura cívica monumental conectadas por calles", explican los investigadores en el artículo científico. "Los enclaves están unidos entre sí a grandes distancias por una vasta red de caminos entrelazados con trazados agrícolas intensivos. La homogeneidad organizativa y arquitectónica, así como el constante entrelazamiento de elementos monumentales-ceremoniales, espacios domésticos y áreas económicas, sugiere que toda la red era, al menos en parte, contemporánea".
[La gran odisea de los españoles para conquistar EEUU: épica y fracaso de las primeras expediciones]
Tensiones sociales
Los arqueólogos han identificado al menos 15 asentamientos distintos de varios tamaños basándose en concentraciones de estructuras. Las dataciones apuntan a que estos sitios estuvieron habitados aproximadamente entre 500 a.C. y 600 d.C. por individuos de las culturas Kilamope y Upano, sociedades agrarias sedentarias que se aprovecharon de los fértiles suelos volcánicos de la región para cultivar maíz, frijoles o batatas. Tras un hiato de varios siglos, que según ciertas hipótesis discutidas fue provocado por una gran erupción del Sangay, algunos de estos asentamientos fueron reocupados por miembros de la cultura Hupula entre los años 800 y 1200.
También se han documentado más de 6.000 plataformas, la mayoría rectangulares y con unas dimensiones de unos 20x10 metros, que normalmente aparecen en grupos de entre tres y seis unidades en torno a una plaza, formando lo que los investigadores interpretan como un complejo residencial. Las imágenes aéreas han revelado complejos monumentales con una función cívico-ceremonial y con plataformas de mayores dimensiones, como Kilamope, que se extiende unas diez hectáreas.
Lo más extraordinario, no obstante, son los caminos que unían los enclaves, situados a distancias heterogéneas. Los autores del estudio han diferenciado cuatro tipos distintos: senderos rectos excavados a una profundidad de 2-3 metros en la tierra y con una anchura de entre 4-15 metros —tenían un perfil en U y se ha documentado alguno de 25 kilómetros—, carreteras que discurren a lo largo del interfluvio del terreno montañoso y conectan espacios abiertos, posibles calzadas elevadas con zanjas paralelas a ambos lados y pistas que aprovechan el trazado natural de las "quebradas". "Creemos que, además de conectar espacios, la mayoría de caminos estaban íntimamente relacionados con la gestión de aguas superficiales y las prácticas agrícolas", apuntan los investigadores, que además han identificado campos drenados y terrazas relacionadas con esta actividad.
Las excavaciones a gran escala en algunas plataformas y plazas de dos asentamientos importantes (Sangay y Kilamope) han revelado suelos domésticos con postes, escondites, fosos, grandes tinajas, piedras de moler y semillas quemadas. Los métodos constructivos consistieron en cortar el talud natural para formar una base sobre la que erigir las estructuras. Los depósitos intencionales de artefactos sugieren que el proceso de edificación estuvo acompañado de actividades rituales.
"A pesar de la aparente homogeneidad arquitectónica y espacial entre estos sitios, varios elementos sugieren que los asentamientos estuvieron expuestos a amenazas", explican los investigadores. "Estos incluyen fosos periféricos que bloquean el acceso a algunos asentamientos y carreteras obstruidas cerca de algunos complejos grandes. Interpretamos estos elementos como resultado de tensiones entre grupos o refuerzo de los sitios frente a amenazas externas". No obstante, señalan que sería "imprudente" hablar de una autoridad central que controlase las distintas "ciudades jardín". Si bien quedan muchos interrogantes abiertos sobre este complejo urbanismo prehispánico, los hallazgos desvelan que la Amazonia no es la selva prístina que normalmente se imagina.