El último rey visigodo de Toledo, Rodrigo, desapareció en 711 en el caos del campo de batalla de Guadalete, ubicación que sigue siendo motivo de debate. La victoriosa hueste islámica comandada por Tariq Ibn Ziyad tenía en sus manos el control de la Península Ibérica. Poco después llegaron refuerzos desde el norte de África al mando del general Musa y avanzaron de forma imparable por todo el reino con la excepción de las ásperas montañas del norte, donde se fraguaba la resistencia.
Cinco años después de la debacle, el tercer valí de Córdoba se fijó en la brillante ubicación estratégica donde se situaban las ruinas de la despoblada ciudad romana de Bísbilis. Se trataba de un gran cruce de caminos y ríos que permitía unir el Mediterráneo con la Meseta y el norte peninsular. Sin tiempo que perder, la localidad se empleó como cantera con la se construyó un primer fortín: Qal'at Ayyub, o más conocida como Calatayud.
En el año 1120 el rey Alfonso I de Aragón asedió la población, pero no pudo atravesar sus imponentes murallas. Protegida por un gran recinto fortificado que unía 4 castillos, pasó a manos aragonesas después de que el monarca cristiano derrotase a un ejército almorávide que acudía en su refuerzo. Esta no sería ni la primera ni la última batalla de la que serían testigos sus lienzos, reformados y reconstruidos mil veces hasta el siglo XX.
Complejo defensivo
Al abrigo de su primera fortificación, levantada sobre un inexpugnable promontorio protegido por sendos barrancos al norte y al sur, comenzó a atraer población en la que sería nombrada cabeza de un distrito militar. Hoy es conocida por el nombre de Castillo de Santa Martina y se ubica en el actual centro de la ciudad. En el siglo IX la situación política comenzó a complicarse para el emirato de Córdoba ya que la familia de los Banu Qasi, de origen hispanogodo pero convertidos al islam, comenzaron a acumular demasiado poder e independencia en la cercana Zaragoza.
Calatayud era ya toda una ciudad -aparece como medina en las fuentes árabes- cuando se impulsó la construcción de nuevos castillos con el objetivo de contener a los Banu Qasi en el valle del Ebro y realizar una serie de incursiones contra ellos en caso necesario. Así nacía sobre un promontorio de yeso en el punto más alto de la ciudad el Castillo Mayor, que quedó protegido además por un inmenos foso.
En el siglo XVI se reconvirtió para albergar algunas piezas de artillería y en el XIX, con la invasión francesa, las guerras carlistas y demás desórdenes civiles se le agregaron aspilleras para los fusiles. Cuando el ejército francés conquistó Calatayud en la Guerra de la Independencia, una guarnición se asentó en el Santuario de la Virgen de la Peña, construido después de la reconquista cristiana del siglo XII tras desmantelar otra fortificación islámica enclavada en la Peña.
Asedios y combates
Poco después de ser desterrado por Alfonso VI de Castilla, el Cid Campeador se internó en las tierras del reino taifa de Zaragoza, se asentó en Torrecid y se puso al servicio del rey islámico. Un año después de su muerte en Valencia, los almorávides entraron en al-Ándalus destruyendo a los fragmentados reinos de taifas, asediando Calatayud y Zaragoza en el 1110. Sumamente débil por estos enfrentamientos, la villa terminaría rindiéndose a las huestes de Alfonso I diez años después.
Durante la Guerra de los Pedros, en la Baja Edad Media, un ejército castellano sitió la villa en el año 1362. Esta feroz campaña arrasó gran parte de sus defensas en un cruentísimo asedio que se prolongó durante cuatro meses, hasta que la guarnición aragonesa terminó por colapsar.
"Pedro I de Castilla nombró a Fernán Pérez de Monroig alcaide de Calatayud, con la orden de reparar las murallas y, llegado el caso, arrasarlas e incendiar la ciudad si se veía obligado a retirarse", informa en un estudio Herbert González Zymla, profesor del Departamento de Historia del Arte en la Universidad Complutense de Madrid.
El sistema defensivo de la Calatayud islámica, que fue arrasada en la citada guerra fronteriza entre Castilla y Aragón, se completaba con los castillos del Reloj y Torre Mocha. Todas estas fortalezas estuvieron unidas por una muralla cuyo trazado irregular se adaptaba a la geología sobre la que se asienta la localidad.
Así, en época emiral, "Calatayud se convirtió en el conjunto fortificado más importante de la Marca Superior y uno de los más singulares del al-Ándalus por estar formado por cuatro castillos, caso único en la Península", apunta Gonzalez Zymla.
Varios de estos enclaves, levantados sobre promontorios de yeso y arcilla, contaban con varios aljibes de aguas más bien salobres pero que, en caso de necesidad, podían mantener abastecida de agua a sus defensores. Pedro IV de Aragón, tras reconquistar Calatayud a los castellanos de Pedro I, en reconocimiento por su feroz defensa y fidelidad, otorgó la condición de ciudad a la villa y ordenó reparar el complejo que había sido destrozado por Fernán Pérez antes de retirarse.
Reformado y destruido varias veces siguiendo diferentes estilos durante las edades Media, Moderna y Contemporánea, conocer su trazado original en cada etapa es un auténtico reto para los investigadores. "Tal complejidad, arquitectónica, técnica, geoestratégica y artística lo convierten en uno de los castillos más importantes de la Edad Media hispana, cuyo estudio es aún hoy objeto de vivos debates", concluye el profesor.