El Butcher Shop, pilotado por el comandante Paul W. Tibbets, que tres años más tarde estaba arrojando sobre Hiroshima la bomba atómica, fue el primero de los bombarderos B-17 estadounidenses que despegó de la base aérea de Grafton Underwood, en las Midlands de Inglaterra, el 17 de agosto de 1942. El objetivo de las doce Fortalezas Volantes de la 8.ª Fuerza Aérea era un núcleo ferroviario cercano a la ciudad francesa de Ruan, el inicio de una ofensiva de ataques diurnos cuya intensidad iría aumentado sin cesar hasta destrozar la voluntad y la capacidad combativa de la Alemania nazi.
Escoltados por los cazas Spitfire británicos, que ahuyentaron a los Messerschmitt alemanes, la misión "fue un paseo", como dijo uno de los aviadores. Solo uno de los B-17 sufrió daños por flak, la artillería antiaérea enemiga, y apenas dos tripulantes resultaron heridos, pero por una paloma solitaria que chocó contra el morro del plexiglás. Ruan fue la exitosa prueba inicial de una nueva forma de guerra, una que pretendía decantar la II Guerra Mundial para los aliados con una serie de bombardeos estratégicos desde gran altura que pretendían debilitar y destruir la red industrial y la cadena del esfuerzo bélico enemigo.
Sin embargo, aquello no fue más que un espejismo. Cuando las Fortalezas cuatrimotores fueron más allá del radio de acción de los Spitfires, los cazas de la Luftwaffe comenzaron a derribarlas con alarmante regularidad. El 10 de octubre de 1943, por ejemplo, durante un ataque a Münster, la 13.ª Ala de Combate perdió 25 bombarderos en tan solo cuarenta y cinco minutos. La guerra en los cielos, que se libró a una altitud que requería máscaras de oxígeno y con sudores a temperaturas de más de cincuenta grados bajo cero, se convirtió en una brutal batalla de desgaste, con una intensidad y una intimidad siniestra similar a la de los combates cuerpo a cuerpo en tierra.
"Con esta incursión, los jóvenes de los aeroplanos asumieron la carga de la guerra de bombardeo estadounidense de manos de los generales y de su personal de apoyo en tierra, los jefes que elegían los objetivos y planificaban las misiones", escribe Donald L. Miller, catedrático emérito de Historia del Lafayette College en Los amos del aire, libro en el que se basa la serie homónima de Apple TV producida por Tom Hanks y Steven Spielberg y publicado ahora en español por Desperta Ferro. "Antes de cada incursión, las dotaciones aéreas recibían detallados informes acerca de la meteorología, las defensas enemigas y la localización de los blancos, pero, una vez en el aire, las tripulaciones estaban solas, en otro mundo".
Hacia finales de la contienda, la 8.ª Fuerza Aérea había sufrido más bajas mortales, unas 26.000 —con 28.000 prisioneros—, que todo el Cuerpo de Marines (20.000). Un 77% los estadounidenses que volaron contra el Tercer Reich antes del Día D acabó muerto, herido, desaparecido o prisionero. Los aviones no podían hacer maniobras de evasión porque para lanzar las cargas necesitaban estabilidad. Las dotaciones, formadas por diez hombres, se apretaban a sus asientos, rezando por sortear el fuego enemigo. En marzo de 1944, cuando apareció el Mustang, un caza de escolta que podía ir hasta Berlín, el escenario cambió. Según el historiador, estas batallas previas al desembarco de Normandía —en total fue la operación militar más larga de la contienda— fueron cruciales en el desarrollo de IIGM.
"Las cifras no logran transmitir el trauma inimaginable en el interior de los bombarderos derribados o en los aviones dañados que regresaron de Alemania con tripulantes que sostenían la mano de sus amigos masacrados y tenían que no llegaran a tiempo para que los salvaran los médicos. No había sanitarios a 8.000 metros, ni hombres con brazaletes de la Cruz Roja que corrieran a auxiliar a sus compañeros acribillados. Aviadores que no sabían casi nada de primeros auxilios tenían que cuidarse entre ellos, así como de sí mismos", subraya Donald L. Miller, recordando que en el aire no había refuerzos.
Estas palabras del premier británico Wiston Churchill, que al principio había presionado al presidente Roosevelt para disolver la unidad y utilizar los bombarderos en incursiones nocturnas sobre las ciudades industriales del Ruhr, lo confirman: "En la primavera de 1944 (...) éramos maestros en el aire. La amargura de la lucha había generado en la Luftwaffe una tensión mayor de la que era capaz de soportar (...) Para nuestra superioridad aérea, que a finales de 1944 se convirtió en supremacía aérea, es necesario rendir un homenaje a la 8.ª Fuerza Aérea de Estados Unidos".
Abogados y cowboys
El libro de Miller es extraordinario por la hazaña que describe, pero sobre todo por conjugar esos grandes acontecimientos con las microhistorias de los intrépidos e idealistas bomber boys, muchos de los cuales apenas superaban la veintena y no se habían subido nunca a un avión. Sus biografías, como la de Robert "Rosie" Rosenthal, que completó las 25 misiones de su primer turno de servicio y 27 más como voluntario hasta ser derribado sobre Berlín el 3 de febrero de 1945 —por suerte cayó ya en territorio controlado por los soviéticos— conforman un volumen sobrecogedor y rebosante de episodios desagarradores.
La narración, además de con documentos de numerosos archivos, se sustenta en entrevistas a más de 250 veteranos de la 8.ª Fuerza Aérea, unidad formada unos meses después de Pearl Harbor en la base aérea del Ejército en Savannah, Georgia, por un variopinto elenco de hombres: ídolos de Hollywood, estrellas universitarias del fútbol americano, muchachos que limpiaban cristales, graduados en Historia por Harvard, mineros de carbón, vaqueros de Oklahoma, abogados de Wall Street... Había también extranjeros, pero no afroamericanos ya que su presencia estaba prohibida por la política oficial.
Uno de los éxitos para este tipo de guerra sin precedentes y que nunca más se ha vuelto a repetir fue el desarrollo de la mira Norden, "el arma secreta más importante de Estados Unidos antes del Proyecto Manhattan, un instrumento estabilizado por giroscopio que computaba deriva y ángulo de lanzamiento e hizo más efectivo y más humano al bombardeo de gran altura. Porque lo cierto es que el libro no es un canto al heroísmo y a la épica de unos jóvenes a los que desde su instrucción se les advertía del "trabajo sucio". "Van a ser asesinos de bebés y de mujeres", les dijo un comandante.
Desde las primeras páginas se aborda el dilema moral de estos ataques que redujeron 61 ciudades a cenizas y mataron aproximadamente a medio millón de civiles en Dresde, Hannover, Berlín... Y por eso el historiador también incluye los testimonios de los que sufrieron los bombardeos en tierra. Los amos del aire es un fascinante estudio global y personal sobre una guerra tremenda y salvaje dentro de la guerra que más destrucción ha provocado en toda la historia.