La Guerra Civil fue un desastre mayúsculo para la población española, a excepción de un puñado de privilegiados del bando vencedor. En el plano humanitario, el volumen global de pérdidas humanas se sitúa, según las últimas investigaciones, entre un mínimo de 651.000 y un máximo de 735.000 muertos en todas sus categorías —combates, bombardeos, represión en la retaguardia, hambrunas o enfermedades—, lo que representa entre el 2,63% y el 2,97% de los habitantes registrados en 1936. A ello cabría sumar un desplome de la tasa de natalidad —se calcula que durante el trienio bélico hubo alrededor de medio millón de niños "no nacidos"— y el incremento espectacular en el número de exiliados. En el plano económico, es probable que el PIB nacional se desplomara un 20% entre 1935 y 1940.
Durante los años de guerra y la inmediata posguerra, la mayoría de la población experimentó un fuerte retroceso de sus condiciones de vida y de bienestar. Así lo relató una niña madrileña: "Todo el día soñaba con la comida. Mi madre perdió 40 kilos y mi abuelo murió de desnutrición. Hablábamos siempre de lo que nos gustaría comer, si pudiéramos. Mi hermana y yo con las amigas jugábamos a recordar cómo era un buen cocido, cómo tomar unos huevos". El sistema de racionamiento implantado por el régimen franquista perduró hasta 1952. El empeoramiento de las condiciones de trabajo y la disminución de los salarios contribuyeron también a acentuar la miseria.
Las profundas secuelas nutricionales provocadas por la contienda y la autarquía se pueden extraer asimismo de indicadores antropométricos como la altura o el tamaño del tórax de las personas que vivieron y crecieron en esta época. En ello se centra un revelador estudio publicado por Javier Puche y Francisco J. Marco-Gracia, investigadores del Departamento de Economía Aplicada de la Universidad de Zaragoza y del Instituto Agroalimentario de Aragón, en la revista científica Biodemography and Social Biology.
La fuente principal del trabajo, que se centra en el caso concreto de la Comunidad Valenciana, son los expedientes de reclutamiento militar de 128.957 quintos alistados entre los reemplazos militares de 1910 y 1975 (cohortes nacidas entre 1890 y 1955) de nueve municipios de la región. Las principales conclusiones muestran que el porcentaje de reclutas cortos de talla —aquellos que medían 1,55 metros o menos, la altura mínima exigida desde 1870 para entrar en el Ejército— aumentó entre las levas de 1937 y 1942 (del 3,4% al 5,1% respectivamente) y que entre los nuevos soldados de 1937 y 1943 el perímetro torácico medio cayó 2,1 centímetros.
"Creo que la mayor aportación de esta investigación es la demostración de que todos los indicadores de bienestar biológico a los que tenemos acceso (estatura, incluyendo el número de sujetos cortos de talla, perímetro torácico y, ocasionalmente, peso, y con ello el índice de masa corporal) muestran que el shock de la Guerra Civil tuvo un impacto tan negativo en el bienestar biológico de los individuos que costó alrededor de dos décadas volver a la tendencia positiva que se venía desarrollando desde mediados del siglo XIX", explica Marco-Gracia a este periódico.
Los datos recabados por los investigadores indican que para los nacidos entre 1920 y 1925 (reemplazos de 1941 y 1946) se incrementaron las posibilidades de ser corto de talla entre un 13-15% y un 22% respectivamente. Es decir, los jóvenes nacidos a principios de la década de los veinte fueron por lo tanto los más afectados por la caída del bienestar biológico como consecuencia de la Guerra Civil. En cuanto al tamaño del tórax, el caso de la Comunidad Valenciana desvela que el perímetro medio de los mozos para los reemplazos militares de 1937 a 1942 disminuyó en 2,5 centímetros. Los más afectados fueron los que provenían de las clases sociales más bajas.
Aunque los historiadores han demostrado que la contienda obligó en ambos bandos a reclutar jóvenes que no tenían edad para ir al frente —ahí está el famoso caso de la Quinta del Biberón—, Puche y Marco-Gracia han estandarizado las alturas para compensar la diferencia que habría entre el momento del tallado y la edad reglamentaria de 21 años. "Además, debemos tener en cuenta que seguimos observando el efecto en las siguientes cohortes. Es decir, las que sufrieron la Guerra Civil y las privaciones posteriores, sin haber llegado a ir al frente por ser niños", detalla el profesor de la Universidad de Zaragoza.
Recuperación más lenta
Estudios previos han desvelado que las zonas con menores niveles de vida antes de la Guerra Civil, como Extremadura, las dos Castillas o Aragón, todavía vieron más condicionados sus niveles de bienestar biológico. Además, las ciudades que dependían del campo para proveerse de alimentos se vieron más afectadas que el medio rural, donde había más márgenes para incrementar la ingesta. El nuevo trabajo también parece reflejar que las zonas costeras se vieron menos afectadas que las del interior, posiblemente por el acceso directo a la proteína del pescado, un componente muy beneficioso en la dieta.
¿Todos los españoles se vieron afectados por la autarquía y crecieron menos? "Posiblemente todos no, dado que las élites tenían capacidad económica para acceder al mercado negro y asegurarse una dieta mejor. Igual que aquellos propietarios que pudiesen autoabastecerse lo suficiente para no sufrir privaciones", responde Marco-Gracia. "Pero la gran mayoría de los jóvenes sí que sufrieron el efecto del conflicto y la autarquía dado que los alimentos básicos estaban limitados y racionados por el Estado. Si la ingesta de calorías fue inferior a la de las generaciones previas, eso conlleva un empeoramiento de los niveles de vida biológicos que no solo afectó a los hombres jóvenes, pero únicamente disponemos de tallado para ellos".
La guerra moderna inauguró un escenario de consecuencias dramáticas para el conjunto de la población, pero el caso español, según Francisco J. Marco-Gracia, esconde una peculiaridad: "Mientras en Europa, tras las dos Guerras Mundiales (y, muy especialmente, tras la Segunda) vemos una recuperación más rápida con mercados que comienzan a funcionar correctamente pasado un tiempo, en España la autarquía arrastró el problema durante más tiempo, afectando a más generaciones".
El investigador subraya que a pesar de tratarse de un estudio de caso, su trabajo demuestra cómo los conflictos bélicos modernos han tenido un impacto permanente en el cuerpo de los jóvenes que la sufrieron, incluso aunque no participasen directamente —es decir, la Guerra Civil española produjo una generación de hombres en peores condiciones de bienestar biológico que sus antecesores—, y refleja que, en el caso español, la autarquía, que llevó aparejada una hambruna, todavía estiró más las privaciones y deficiencias de los años de conflicto.
"En conjunto, creo que este tipo de estudios (y este es uno de los pioneros en usar indicadores antropométricos más allá de la altura) nos permiten poner el foco de la Guerra Civil y de la autarquía en las personas corrientes y cómo lo sufrieron, sacándolo de la visión centrada en los bandos ideológicos", resume. "Da igual la ideología de las familias... si no pertenecían a la élite, es muy posible que sufrieran privaciones alimenticias (respecto a lo que habían vivido anteriormente) durante las décadas de los treinta, cuarenta y cincuenta del siglo XX".
Otros estudios
Antes de este estudio, Francisco J. Marco-Gracia publicó otro junto Marga López, de la Universidad Autónoma de Barcelona, donde demostraban que en el Aragón rural a comienzos del siglo XX los individuos vinculados a partidos de izquierdas eran más bajos en promedio que los de derechas, lo que estaría vinculado a proceder de las familias más pobres/ricas dentro del subgrupo socioeconómico.
Ahora se encuentra inmerso en otra investigación que analiza que la desigualdad social ante la mortalidad adulta (viven más los de clase más alta) ha existido durante los últimos 500 en España. "Esto contradice lo que encuentran los nórdicos, donde la desigualdad solo aparece a finales del siglo XIX y las diferencias se ensanchan cada vez más hasta el día de hoy, pero es coherente con todos los estudios para el sur de Europa publicados hasta la fecha", avanza. Gracias al apoyo económico de la Fundación Ramón Areces están construyendo una gran base de datos para ampliar el estudio.