En el siglo III a.C. el puño de hierro de las legiones romanas logró imponerse en la Iberia cartaginesa, llegando a la bahía de Algeciras. Los pobladores púnicos de la ciudad de Carteia reconocieron rápidamente a la nueva autoridad y su puerto militar se rindió sin combatir. Como ciudad estipendiaria pagaba costosos tributos a la Urbs que causaron tumultos en la zona. Después de franquear la única entrada que queda en pie, sobre un podio de casi dos metros de altura, se levantó un templo romano rodeado de columnas al que se accedía mediante una escalinata monumental.
De sus murallas de época cartaginesa, construidas en arenisca y organizadas en diferentes casamatas, apenas queda nada. Hoy, el campo de ruinas de la vieja ciudad de Carteia, que ocupa 27 hectáreas, está abrazada por las antorchas de una refinería que envuelve a sus templos de un aroma petroquímico que sustituye al olor de los inciensos sagrados. En el siglo VII a.C. los fenicios llegados del otro lado del Mediterráneo y levantaron un pequeño asentamiento sobre la cima de un cerro más allá de las columnas de Hércules, al que llamaban Melkart. Tres siglos después, los cartagineses convirtieron aquel puesto en una pujante ciudad comercial en la desembocadura del río Guadarranque.
En el año 171 a.C. "una nueva clase de hombres", según Tito Livio, hijos de legionarios e hispanas, clamó al Senado por un lugar donde asentarse. A falta de una forma jurídica para denominarlos se los nombró libertos, a pesar de que no eran esclavos, y les cedieron tierras en Carteia, asentamiento que desde entonces estaría regulado por el derecho latino, convirtiéndose así en la primera colonia latina fuera de la actual Italia.
La ciudad
Tito Livio relata que la comitiva estaba formada por 4.000 personas, cifra seguramente algo exagerada. La medida revitalizó la tensa situación en la zona. "Donde hay un ciudadano allí está Roma, esta premisa fue la seguida por un pretor de nombre Lucio Canuleio Dives que escogió la ciudad púnica de Carteia para solucionar un problema acuciante para Roma en esa época: la integración de las nuevas poblaciones conquistadas en su órbita jurídico/administrativa", explica en un artículo titulado La deductio de Carteia Salvador Bravo Jiménez, profesor tutor de la UNED.
Con la llegada de esta nueva clase de hombres, la ciudad aumentó de tamaño y se monumentalizó. En su momento de apogeo sus habitantes y los extranjeros que visitaron la ciudad vibraron ante el embrujo de los actores que escenificaron decenas de comedias y tragedias en el gran teatro de la ciudad. Con capacidad para 5.200 espectadores, quedó muy castigado por el paso del tiempo.
Terminada la función, una riada de habitantes acudiría a alguna de las numerosas tabernas cerca del foro para refrescar sus gargantas con vino y seguir la fiesta. Bajo las insulae del centro, pobladas por los más humildes, se apiñaban a pie de calle numerosos establecimientos comerciales y algunos talleres. Enfrente se encontraba una gran domus organizada en torno a un atrio en la que residió un rico miembro de la élite local, compuesta por aristócratas enriquecidos por las factorías de salazón de pescado (conocido como garum), la construcción naval y el comercio marítimo.
En el interior del complejo de termas, al este, junto a calles de caminos enlosados, aún pueden observarse los restos de un sistema de calefacción. En funcionamiento desde el siglo I d.C. contaba con letrinas y piscinas de varias temperaturas, además de una palestra para practicar gimnasia. Cuando los vándalos atemorizaron la ciudad sobre el año 426 sus piscinas ya estaban secas y sobre ellas se situaba una pequeña basílica.
Siglos después, aquel complejo se convirtió en la necrópolis de una población decadente a merced de las guerras entre bizantinos y visigodos de los siglos VI y VII hasta que llegaron los árabes. Estos últimos levantaron una de las mezquitas más antiguas de al-Ándalus sobre un templo abandonado y una torre fortificada de las que ya no queda nada. Poco después, los últimos moradores se marcharon de forma definitiva.
César contra Pompeyo
Antes de su final, a mediados del siglo I a.C., Carteia vivió uno de sus momentos más tensos. Julio César había cruzado el Rubicón y la guerra civil había empezado. Las noticias y los rumores sacudieron la ciudad y la élite decurial asistía nerviosa al foro. Las legiones del conquistador de las Galias se lanzaron imparables hacia Hispania persiguiendo a su rival Pompeyo. El Senado local puso su puerto al servicio del optimate y, en la bahía de Algeciras, se acumularon las naves de guerra de una flota pompeyana en retirada al mando de Publio Atio Varo, perseguido por las naves de César.
Los carteianos, horrorizados, fueron testigos de un brutal combate naval entre las dos escuadras. Varo logró esquivar el desastre en el último momento y hundió sus naves bloqueando la entrada a la ciudad. El alivió duraría poco. Las legiones de César aniquilaron a las de Pompeyo en las llanuras béticas de Munda en el año 45 a.C. La cabeza de Varo fue presentada al dictador y Carteia, refugio de los derrotados, apuró a los pompeyanos en su huida, temerosa de la reacción del victorioso un César que se mostró magnánimo.
Vigilando las playas que fueron testigos de la huida del optimate, se encuentran dos búnkers levantado en la II Guerra Mundial. Erizados de ametralladoras y cañones antitanques, se construyeron dentro del yacimiento mirando a la bahía, atentos a cualquier movimiento británico desde Gibraltar. Al oeste, cuando la ciudad rebosaba vida, trabajaron las ricas factorías de garum donde las vísceras de pescado se curaban entre capas de sal. Aquel producto de lujo se almacenaba en ánforas antes de embarcar y distribuirse por todo el Imperio.
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Aún queda mucho por descubrir en Carteia. Abandonada, saqueada y mutilada, una parte de sus edificios se encuentra bajo la refinería de San Roque, que obligó su estudio acelerado en la segunda mitad del siglo XX. Todavía se realizan algunas pequeñas campañas arqueológicas. Hoy, los efluvios petroquímicos inundan el esqueleto de aquella antigua y próspera ciudad.