El conde Galeazzo Ciano, ministro italiano de Asuntos Exteriores y yerno de Mussolini, desembarcó en el puerto de Santander el 13 de julio de 1939. Acompañado por una nutrida caravana de automóviles, se dirigió por la carretera nacional hacia el término municipal del Valle de Valdebezana (Burgos). Allí, en medio de un paisaje semialpino, se había erigido, con la aprobación de Franco, un exótico cementerio para inhumar los restos de más de 300 soldados fascistas del Corpo Truppe Volontarie (CTV) caídos en la sangrienta batalla del Escudo, un choque decisivo en julio de 1937 que condujo semanas después a la conquista de Santander por los sublevados.
La Pirámide de los Italianos, también conocida como el mausoleo de El Escudo, fue diseñada por un arquitecto, escultor y grabador de origen dálmata llamado Attilio Radic y realizada por un bizarro capellán militar, el fraile Pietro Bergamini di Varza. Concebida como un mausoleo que se reconvertiría en santuario —los cuerpos de los combatientes, enterrados en tumbas excavadas alrededor del edificio escalonado de 20 metros de altura, se exhumaron en los años 70 y se enviaron a la iglesia de San Antonio de Padua, en Zaragoza, o se repatriaron—, su diseño incluyó elementos del futurismo, el fascismo y el racionalismo arquitectónico. Llama la tención su entrada en forma de gran "M", una clara alusión a Mussolini, como otros monumentos italianos de la época.
El mausoleo fascista está hoy en día olvidado y descuidado en medio de la nada, pero su memoria se ha revuelto ante una decisión a priori polémica adoptada por el Gobierno de Castilla y León de PP y Vox: declarar el conjunto Bien de Interés Cultural (BIC) al tratarse de "un monumento único".
"Es un sitio muy especial y de marcado corte fascista porque no sigue la norma de los monumentos a los caídos de la España franquista", señala Miguel Ángel del Arco, profesor titular en la Universidad de Granada. En su obra Cruces de memoria y olvido (Crítica), el historiador analizó los homenajes en piedra que hizo el régimen franquista a sus muertos en la Guerra Civil. Fueron generalmente conjuntos conmemorativos situados en el espacio público —en mitad de las plazas, en la entrada de los pueblos y las ciudades, en medio de grandes avenidas— para ser vistos y que no albergan cuerpos, sino que tenían una forma en la cual la cruz es la absoluta protagonista.
Pero la Pirámide de los Italianos, que refleja además la mirada a la época clásica en la que el fascismo se inspiraba, no casa con esta política memorialística. Del Arco recuerda que en la posguerra fue un sitio recóndito que presenció concentraciones y encuentros de viejos fascistas y de otros que se escondieron en España después de la II Guerra Mundial. Según su opinión, no se debería declarar BIC porque "es un monumento de inspiración y de estética fascista que está muy vinculada a la Guerra Civil y por supuesto a la dictadura franquista".
"Creo que la polémica no es tal", opina por su parte Gutmaro Gómez Bravo, doctor en Historia por la Universidad Complutense de Madrid e investigador especializado en la historia social de la violencia en la España contemporánea. "Es un Bien de Interés Cultural y está bien que sea así, siempre y cuando se explique adecuadamente: por qué se hizo, cuándo, quién y lo que representa. Que no sea una cosa que acabe exaltando al fascismo italiano".
Una iniciativa similar reclama Antonio Cazorla, catedrático de Historia Contemporánea de Europa en la Universidad de Trent en Ontario (Canadá) y autor de varios libros de historia social del franquismo como Miedo y progreso (Alianza): "Declararlo BIC y dejarlo así no tiene ningún sentido. Declararlo BIC y musealizarlo, explicando lo que fue, sería otro tema. ¿Lo van a hacer los de Castilla y León? Tengo mis serias dudas. Yo no tengo ningún problema con que se proteja el monumento, que ha sido muy maltratado, pero que se haga algo con él". "Yo tampoco soy partidario de destruirlo completamente ni nada por el estilo", añade Miguel Ángel del Arco. "Una buena idea sería dejarlo tal como está con una buena señalización y una buena musealización".
Nicolás Sesma, que acaba de publicar Ni una, ni grande, ni libre (Crítica), una novedosa radiografía de la dictadura franquista, asegura que habría que resignificar y contextualizar el monumento. "Para empezar, dejar de llamarlo Pirámide de los Italianos. Es la pirámide de los excombatientes del CTV, voluntarios pero también reclutados forzosos, un cuerpo enviado por la dictadura fascista de Mussolini, lo que supone una agresión internacional a la soberanía española, sin respetar además el acuerdo de no-intervención del que formaba parte el Reino de Italia", manifiesta el profesor titular de Historia de España en la Universidad Grenoble Alpes, recordando que también había italianos luchando con el bando republicano, en las Milicias, las Brigadas Internacionales y otros cuerpos.
Una resignificación no es posible, según Xosé Manoel Núñez Seixas, catedrático de Historia Contemporánea en la Universidad de Santiago de Compostela y experto en la historia cultural de la guerra y la memoria de las dictaduras. "Ahora es un monumento aislado y sin contextualizar, sin que dentro haya restos mortales. El debate en estos casos es derribarlo, dejarlo caer sin intervenir o conservarlo y explicarlo", enuncia. "Yo sería partidario de conservarlo y explicarlo, con un régimen de visitas, incluso con un centro de interpretación de la Guerra Civil a su lado explicando la campaña del norte, la participación de las tropas italianas, la historia del propio monumento y también que fue construido con prisioneros de guerra".
Política consensuada
El vicepresidente de la Junta de Castilla y León, Juan García-Gallardo (Vox), ha justificado este viernes la decisión asegurando que el monumento a la memoria de los soldados italianos que lucharon con Franco es "una belleza singular" y que estaba "amenazada por el sectarismo" de la Ley de Memoria Democrática. La Asociación para la Recuperación de la Memoria Histórica (ARMH) ha anunciado que denunciará al Gobierno autonómico por "enaltecimiento del fascismo" y "humillación a las víctimas de la dictadura franquista".
Para Nicolás Sesma el caso presenta dos incoherencias claras: una territorial —hay otros espacios de la comunidad que necesitan protección más urgente pero que no logran ser declarados BIC, como el Cerro de los Moros, el paisaje de Soria que inspiró poesías de Antonio Machado o Bécquer y donde está proyectado un plan urbanístico de 1.300 viviendas— y otra de memoria democrática.
"Hemos visto cómo se derribaba con la piqueta la cúpula de la cárcel de Carabanchel, donde estuvieron recluidos Marcelino Camacho y tantos otros miembros de la oposición a la dictadura. No se declaró BIC y se dijo que no tenía valor patrimonial. Y ahora en cambio se tramita rápidamente el expediente para declarar BIC la Pirámide de los Italianos con justificación de su valor patrimonial. Muy dudoso", valora el historiador.
El temor de Núñez Seixas, autor de Guadiras del lobo (Crítica), un ensayo en el que se pregunta sobre qué hacer con el legado de un dictador tras su muerte o caída, es en quién recaería la responsabilidad a la hora de establecer el régimen de visitas: "Si quien decide sobre eso es una consejería en manos de Vox, el tufo profranquista y apologético de la explicación, de los paneles explicativos, etcétera, podría ser alto. Si lo ponen en manos de profesionales acreditados, estaría bien. Pero temo que eso no lo van a hacer".
Gutmaro Gómez Bravo, autor de Geografía Humana de la represión franquista (Cátedra) ofrece una solución salomónica, pero lógica y necesaria: "Lo que se debería hacer es declarar BIC todo el patrimonio de la Guerra Civil, no solamente este monumento: las cárceles, los documentos, los archivos que hay en Castilla y León y en todo el Estado. Se nota una falta de política pública consensuada en todo esto, y eso es lo preocupante. Lo que hay que hacer es que eso esté explicado y sirva para educar a la gente más joven".