Este fin de semana la violencia se cebó con el pequeño país caribeño de Haití. Bandas armadas protagonizaron varios tiroteos con la Policía que dejaron decenas de muertos e irrumpieron en la Penitenciaría Nacional de Puerto Príncipe consiguiendo liberar a 3.597 presos. En su pulso al Gobierno, las bandas criminales amenazan con asaltar el Palacio Presidencial y tomar el poder por fuerza. Hace 66 años, el 28 de julio de 1958, el mismo edificio fue el objetivo de cinco mercenarios estadounidenses apoyados por dos oficiales del Ejército que intentaron derrocar al presidente elegido apenas un año antes.
La conspiración fracasó y sus miembros fueron tiroteados sin piedad. François Duvalier, conocido como "Papa Doc" por su pasado como médico rural, radicalizó su política. "He conquistado la nación. He ganado el poder. Yo soy la Nueva Haití. (...). Dios y el destino me han elegido", bramó en todas las emisoras de radio del país una semana después. El hombre que un año antes había prometido trabajo, comida y prosperidad comenzó a gobernar como un monarca absoluto.
Receloso de su ejército reclutó escuadrones de la muerte a los que llamó cagoulards, igual que la milicia fascista que aterrorizó Francia en el periodo de entreguerras. Aquel nombre no tuvo mucha fama y pronto comenzaron a conocerse como tonton macoutes, el equivalente haitiano para el hombre del saco. Vestidos habitualmente como gángsters, actuaban con total impunidad persiguiendo a los enemigos de la dictadura tanto reales como imaginarios. Los que sobrevivían a la detención eran torturados en las oscuras celdas de Fort Dimanche.
Por si este grupo de matones que alcanzaba los 10.000 hombres no fuera suficiente, Papa Doc rápidamente se apoyó en el vudú para atemorizar a un pueblo en el que el 90% no sabía leer ni escribir. Ningún atentado ni conspiración lo apartó del poder, pero sí que reforzó su deriva hacia el delirio. Cuando recorría las calles de Puerto Príncipe montado en un coche blindado solía llevar al menos un arma con él.
Barón Samedí
Duvalier se graduó en 1934 en Medicina en la Universidad de Haití y comenzó a trabajar como doctor en varios hospitales. En sus ratos libres estudió todo lo relacionado con el vudú, religión popular que mezcla elementos cristianos con creencias africanas traídas por los esclavos cuando el lugar era una colonia francesa. El futuro dictador veía que aquella religión era el auténtico espíritu del pueblo que se había rebelado contra sus amos entre 1794 y 1804 y, una vez llegó al poder, comenzó a reclutar toda una serie de brujas y hechiceros para ayudarle en su tarea.
Uno de los entes oscuros más temidos en el país es el barón Samedí, espíritu de los muertos y los cementerios. Suele ser representado con frac negro, chistera y con la nariz llena de algodones, al igual que los difuntos antes de ser enterrados. Duvalier comenzó a imitar su apariencia y a pronunciar sus discursos con una potente y lenta voz nasal. Entre los rumores que se encargaba de difundir, uno de ellos decía que hablaba con espíritus mientras se bañaba y que examinaba entrañas de cabra en el salón Jaune del Palacio Nacional.
En abril de 1959 uno de sus rivales murió de forma natural. En pleno funeral, los macoutes irrumpieron en el cementerio. "Sacaron el ataúd del coche fúnebre de color negro, lo cargaron en su propio coche y se marcharon (...). La explicación oficial decía que lo habían retirado para evitar manifestaciones públicas junto a su tumba, pero no tardó en correr el rumor de que el presidente quería su corazón como amuleto mágico", explica el historiador Frank Dikötter en Dictadores. El culto a la personalidad en el siglo XX (Acantilado).
Con todo, la suerte estaba de su parte. En enero del mismo año Fidel Castro lideró la revolución cubana y acabó con el régimen de Fulgencio Batista. A tan solo 50 kilómetros al sur, Duvalier se mostró un firme opositor al comunismo, aunque en realidad perseguía cualquier doctrina. En un Washington inmerso en la Guerra Fría se decidió enviar alguna ayuda económica al excéntrico dictador a pesar de que aquella alianza exasperaba a los diplomáticos de EEUU.
Uno de sus mayores actos de represión ocurrió en abril 1963 cuando un grupo de opositores intentó secuestrar a sus hijos Jean Claude y Simone Duvalier. Fue la excusa perfecta para dar carta blanca a los macoutes que, armados con machetes, pistolas y granadas, aprovecharon para ajustar cuentas buscando conspiradores. Nunca se llegó a calcular el número de muertos. "En las calles de la capital, los cadáveres se pudrían al borde de la calle", describe el historiador.
"Entusiasmo y delirio"
La embajada de EEUU decidió evacuar a su personal ante aquella vorágine y rompió relaciones. El fracaso de la fallida invasión de Cuba en la bahía de Cochinos de 1961 seguía pesando en los despachos del Pentágono. Nunca se planteó ninguna medida militar y el 3 de julio se restablecieron las relaciones. La prensa haitiana, completamente asfixiada, lo calificó de un "triunfo estadista" mientras Duvalier comenzó a aislarse en su palacio. Las pocas veces que salía era aclamado por multitudes amenazadas que estallaba en demostraciones de "entusiasmo y delirio".
Entre los 4 millones de haitianos, la gente corriente vivía en la apatía, el miedo y la sumisión, acostumbrados a gobiernos depredadores. Entre sus fieles no había propuestas de ningún tipo, solo cascadas de elogios temerosos. "Se creía que todo hecho positivo, aunque fuera una estación de lluvias beneficiosa, provenía de Duvalier", apunta Dikkötter.
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El hombre que fue excomulgado por el Vaticano y llegó a denominarse como "un ente inmaterial" murió el 21 de abril de 1971 como presidente vitalicio. Su hijo, Jean Claude Duvalier, conocido como "Baby Doc", le sucedió y gobernó de forma tiránica otros quince años hasta que una revuelta le expulsó del poder en 1986.
"[François] Duvalier fue el dictador por excelencia, un hombre que ejercía el poder desnudo sin justificarse ante ninguna ideología (...). Gobernaba en solitario desde su escritorio de caoba, siempre con una pistola automática a su alcance y varios guardias de palacio tras la puerta", concluye el historiador.