Su nombre era Diego García de Paredes y medía dos metros. La pluma de Miguel de Cervantes homenajeó su fuerza descomunal en El Quijote afirmando que era un "valentísimo soldado, y de tantas fuerças naturales, que detenía con un dedo una rueda de molino en la mitad de su furia". Antes de jugarse la piel en decenas de guerras y combates en Europa y África, nació en Trujillo en 1468. Allí, en una ocasión su madre enferma pedía confesión. El párroco se negó a ir a su casa y, según reza su mito, el joven que sería recordado como el Sansón extremeño o el Hércules español, en un ataque de ira, arrancó la pila bautismal y la llevó a pulso hasta donde estaba su madre antes de devolverla a la iglesia.
A pesar de su fama como buen soldado, en ocasiones la furia le cegaba. En otro episodio tuvo que intervenir el propio Fernando II de Aragón, el Rey Católico. Al escuchar a unos cortesanos chismorrear sobre Gonzalo Fernández de Córdoba -conocido como el Gran Capitán y precursor de los Tercios-, arrojó de forma ruidosa uno de sus guantes desafiando a gritos a los que farfullaban contra el hombre bajo cuyas órdenes había servido. Ninguno quiso probar suerte y fue el rey quien se lo devolvió sugiriéndole que lo guardase para mejor ocasión.
En busca de un lugar donde dar rienda suelta a su violencia, viajó a una península Itálica desgarrada por conflictos entre ciudades estado y disputada de forma feroz por las coronas de Aragón y Francia. Allí fue reclutado en 1497 por el Ejército pontifico del papa Alejandro VI de Borgia y combatió con rango de capitán en sus campañas en Romaña. El mito afirma que el pontífice le ofreció el puesto cuando llegó a sus oídos que aquel gigante, armado con una barra de hierro, había reducido a veinte hombres en un oscuro combate callejero en el que mató a palos a cinco de sus adversarios.
Mercenario
Su controvertida figura se sitúa en un tiempo complicado de transición entre la Edad Media y la Edad Moderna. "Educado como caballero, su actividad militar en las Italias lo convirtió en un tan modélico como despiadado condotiero. Sin embargo, su servicio con el Gran Capitán hizo de él el típico guerrero del Renacimiento fiel a su bandera", explica el historiador José María Pérez Pérez en un estudio sobre Diego García Paredes en la Revista de Estudios Extremeños.
Sea como fuere se le vio en primera fila en el asedio a la ciudad de Imola, a la que Lope de Vega también dedicó unos versos: "Con ira soberbia y extraña / sirviendo espada en mano / al pontífice romano / va diciendo ¡España! ¡España!". Esto no gustó a Cesare Romano, otro capitán pontificio, que le llamó traidor. Retado a un duelo, Paredes se impuso y, haciendo oídos sordos a sus súplicas, le decapitó sin miramientos. Encerrado por su crimen, protagonizó una violenta fuga en la que acabó con varios guardias y, como mercenario ofendido, se pasó al enemigo.
El Gran Capitán
En 1500, finalizado uno de sus contratos como soldado de fortuna, se enroló en las coronelías del Gran Capitán que, en tregua con Francia, preparaba desde Mesina una expedición al mar Jónico para luchar contra el poderoso Imperio otomano. Después de tomar Corfú sin mayores problemas, sus fuerzas se desgañitaron entre las murallas de Cefalonia, donde resistía una guarnición de feroces jenízaros, fuerza de élite turca. Allí, el día de Nochebuena, García Paredes fue derrotado.
En un asalto masivo a las brechas de la ciudad hizo gala de su fuerza repartiendo mandobles mutilando enemigos hasta que sin energía y con los brazos entumecidos terminó capturado. Las crónicas mencionan que fue liberado días más tarde y la leyenda afirma que protagonizó una segunda fuga violenta.
De vuelta a la península Itálica combatió en Tarento y Ceriñola. El 27 de septiembre de 1503 formó parte de un desafío casi anacrónico. En las llanuras de Apulia, frente a la ciudad de Barletta, once franceses y once españoles se citaron para enfrentarse como caballeros. El Sansón extremeño se lanzó como un endemoniado combatiendo contra siete galos hasta que llegaron sus compañeros. Rota su lanza y perdidas su espada y su maza, la emprendió a pedradas hasta que los españoles se hicieron dueños del campo.
En diciembre de ese mismo año combatió durante horas en el disputado puente sobre el río Garellano hasta que sus hombres, exhaustos, fueron relevados por fuerzas amigas. El Gran Capitán le recriminó que nunca llegó a cruzar a la otra orilla y, picado por su superior, se lanzó en solitario hacia aquel puente lejano plagado de soldados franceses antes de que sus hombres le obligasen a volver.
Allí, "con la espada de dos manos que tenía se metió entre ellos, y peleando como un bravo león, empezó a hacer tales pruebas de su persona que nunca las hicieron mayores en su tiempo Héctor y Julio César, Alejandro Magno ni otros antiguos capitanes", detalló Hernando del Pulgar en sus Crónicas del Gran Capitán.
Después de enfrentarse de nuevo al turco en las expediciones a Mazalquivir, Argel, Trípoli y Bugía en el norte de África regresó y acompañó al séquito de Carlos V en su peregrinación a Compostela en 1521. Tras participar en la represión de una rebelión en la recién anexionada Navarra, intentó entre 1526 y 1529 llevar una vida tranquila. Aburrido y sin nadie en quien volcar sus intintos homicidas, no había día en el que no anhelase el olor de la pólvora y el sonido de la guerra.
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En la que fue su última aventura decidió acompañar en 1533 al séquito de Carlos V a la ciudad italiana de Bolonia. El rey emperador tenía asuntos importantes que tratar con el papa Clemente VII y el Sansón extremeño decidió dar un paseo. En su recorrido vio a un grupo de jóvenes divertirse con un juego de saltos y lanzamiento y jabalinas improvisadas. Lo que no consiguieron arcabuces, espadas y picas lo logró aquel juego infantil en el que quiso participar. Una mala caída acabó con él.