El enigmático castro de Asturias que sobrevivió a las guerras cántabras: esconde saunas únicas
Enclavado al oeste de Asturias, el castro de Coaña se fundó en el siglo IV a.C., conserva 80 viviendas y está excavado casi por completo.
15 marzo, 2024 10:26A finales del siglo I a.C., un grupo de jinetes romanos cruzó el valle del río Navia, en la región más occidental de las montañas asturianas, frontera con la Gallaecia. Cubiertos de hierro y escoltados por las elevaciones cercanas, recorrieron un camino empedrado con pequeñas lajas que conducen al castro de Coaña, en el actual municipio homónimo. Aquellos emisarios estaban interesados en el rico oro que brotaba de las minas aguas arriba y estaban dispuestos a desatar la cólera de las legiones para conseguirlo. Entre los años 29 y 19 a.C. el emperador Augusto lanzó una campaña inclemente que arrasó la tierra de cántabros y astures.
Los albiones, pobladores astur-galaicos del lugar, sabían a qué se enfrentaban y meditaron profundamente su respuesta a aquellos emisarios. Convencidos del poder de la Urbs parece que se decantaron por la colaboración en lugar de una resistencia amparados en sus poderosas defensas. El castro esquivó la guerra.
Fundado en algún punto del siglo IV a.C., llegó a ocupar 7 hectáreas en un pequeño cerro de unos cien metros de altura protegido por accidentes naturales. Su ladera norte quedó resguardada por el arroyo de Xarrióu, afluente del caudaloso Navia. Cuando los primeros eruditos del siglo XIX se interesaron por el lugar, los locales hablaron sobre las ruinas de un castillo enterrado en el cerro.
Durante siglos, solo una estela vinculada a dioses paganos relacionados con el Sol y grabada en idiomas extintos permitió intuir la existencia de un asentamiento prerromano. En algún punto de la tardoantigüedad o la Edad Media se cristianizó como Piedra de Nuestra Señora. Cuando las excavaciones comenzaron en 1876, con furor aventurero, los arqueólogos del momento se volcaron sobre el esqueleto del castro. Las campañas se sucedieron de manera intermitente en todo el siglo XX y, excavado prácticamente en su totalidad, se suele considerar como uno de los ejemplos más característicos de la enigmática cultura castreña del noroeste peninsular, aunque muchas partes del yacimiento admiten diversas interpretaciones.
Calles caóticas
Abandonado en algún punto del siglo II d.C., los caminos que llegan desde el norte y del sur confluyen ante la misma puerta. Al atravesar su camino de ronda una torre semicircular se apoya en una gran atalaya que vigiló la entrada al poblado y el paso hacia la críptica acrópolis del castro, más conocida como Recinto Sagrado.
Al poco de sortear la vieja entrada, el llamado Barrio Norte se distribuye de forma caótica en una maraña compuesta por 80 casas circulares hiladas por estrechas callejuelas. Con muros de entre 2 y 4 metros de altura fabricados con pizarra trabada en barro, sus techos tendrían forma cónica y estarían formados por materiales vegetales que se pudrirían con el paso del tiempo.
"Todos los montañeses son austeros, beben normalmente agua, duermen en el suelo y dejan que el cabello les llegue muy abajo, como mujeres, pero luchan ciñéndose la frente con una banda. Comen principalmente cabras y las sacrifican a Ares junto a cautivos de guerra y caballos", relató sobre los pueblos montañeses peninsulares el geógrafo y escritor griego Estrabón.
Sin embargo, la falta de trazado ortogonal no quiere decir que en su interior reinase la anarquía. Los hogares se agolparon con las puertas apuntando hacia una plaza comunal formando barrios. En ellos probablemente se agrupasen los miembros de una misma familia extensa. En sus pequeños vestíbulos se almacenaba leña, herramientas o se realizaban pequeñas labores artesanales. A pesar de su rendición ante el puño de las legiones de Augusto, sus habitantes se romanizaron a su manera. Los únicos vestigios que dejaron a su paso fueron la presencia de cerámicas de terra sigilata y algunas construcciones cuadrangulares fechadas en el siglo I d.C. y unas cuantas monedas de oro.
Y en aquella región había a raudales. Entre los siglos I a.C. y el II d.C. Coaña ocupó algún papel destacado en la administración de la región y el control y explotación de las minas auríferas situadas en las riberas del Navia. En caso de rebelión, esta sería rápidamente sofocada por las legiones desplegadas en los campamentos que formarían la actual ciudad de Lugo, capital jurídica en una de las provincias de la umbrosa Gallaecia.
Sauna ritual
Dejando a un lado el poblado, donde se encontraron bloques de granito con varias cazoletas destinado a elaborar harina de bellota, se abre otra muralla que envuelve lo alto del cerro y guarda el conocido como Recinto Sacro. La función de esta acrópolis es controvertida. En un primer momento se consideró que los primeros habitantes se asentaron en esta altura y que, por la presión demográfica de los celtas, en algún momento entre los siglos IV y I a.C. (en la Edad del Hierro) se creó el Barrio Norte. Sin embargo, escasean construcciones y se encontraron algunas cerámicas romanas que añadieron más misterio al asunto.
Esta zona, "convenientemente fortificada, se utilizaría como lugar de aprisco de ganado y como posible reducto en épocas de conflicto o crisis", sugiere Elías Carrocera Fernández, profesor del departamento de Historia en la Universidad de Oviedo en un estudio sobre el castro de Coaña. Sin embargo, según reconoce en el mismo trabajo, la interpretación del lugar es bastante complicada y es posible que las primeras viviendas fueran demolidas.
De todas formas, aquella altura desprende una energía especial. Las únicas construcciones visibles corresponden con las ruinas de una instalación termal prerromana de edificios abovedados donde se han identificado un horno, una caldera y una sala de vaporización. Cerca se documentó una enorme tina de granito. Considerado un lugar especial para reunirse, los antiguos albiones que habitaron Coaña acudieron con cierta regularidad a las asfixiantes penumbras del recinto, asociado con entidades acuáticas y telúricas.
[La espectacular y "fosilizada" ciudad íbera de Jaén: sufrió dos abandonos traumáticos]
"Las saunas se presentan así como los primeros santuarios urbanos, aquellos lugares depositarios de buena parte de los valores y creencias en torno a los cuales se organizaba la vida de una comunidad durante la Edad del Hierro", concluye Ángel Villa Valdés, arqueólogo del Museo Arqueológico de Asturias, en un estudio sobre estos recintos publicado en al revista Férvedes.